Entre rieles vuelan gaviotas de hierro

El ingenio de un colectivo recuperó elementos ociosos, reanimó medios de transporte ferroviario y ahorró miles de dólares a la economía

Enrique Milanés León

CAMAGÜEY.— Cuarenta y tres años después de empuñar su primera herramienta, Enrique Rosales Rumbaud apenas lamenta que aquella tradición gremial que los padres de antaño transmitían a los vástagos —tanto como la altura, el color de los ojos o la forma de la nariz—, haya mermado en esta ciudad, el segundo emporio ferroviario cubano después de la capital.

Foto: Jorge Luis TéllezEn el año 2007 proseguirá la remodelación de estos
 coche motores.

"A mí también me pasa. Yo tengo dos: una hembra en Camagüey y un varón en La Habana, y ninguno tomó el camino de los trenes", dice entre realista y resignado.

En cambio, no hay pesimismo en sus palabras. Sin levantar demasiado la vista del complejo trabajo que ejecuta, el mecánico afirma con orgullo que su taller de reparación de locomotoras, el Mario Aróstegui, es el mejor del país. Sus argumentos vendrían solos, a todo tren.

BATALLA DE FÉRREAS IDEAS

La Batalla de Ideas y el sector de los ferrocarriles están muy relacionados. El programa de programas comenzó a ejecutarse en esta rama en el 2005, con la vista fija en una estación singular: detener el deterioro del parque tractivo.

"En ese año —revela a Granma Alfredo Morales Cabrera, el director de estos talleres— reparamos 35 locomotoras rusas, más de la mitad del saldo nacional. Ya en el 2006, con un parque más aliviado, sacamos 17 que también superaron el 50% de lo hecho en Cuba."

Entre las soluciones, una destaca por la dimensión de los trabajos porque, cuando se presentó ante los especialistas del país un reto aparentemente inalcanzable, alguien dijo en Camagüey: "¡Yo propongo... !", y la solución apareció.

UN ALSTOM EN EL CAMINO

Parecía que los coche motores Alstom DM-11, también conocidos como Gaviotas, vendrían a Cuba a recibir sepultura, y justo aquí cobraron nueva vida. La historia es interesante: producidos por acuerdo entre dos países europeos, al final se quedaron sin mercado y manos amigas les pusieron rumbo cubano a 16 de ellos.

Muy modernos y computadorizados, los coche motores tenían un problema: su trocha —ancho de vía— era superior a la empleada en Cuba, por lo que ponerlos en uso requería el cambio de los ejes. Las mejores ofertas de importación exigían unos 18 500 dólares por juego de piezas cuando el ingeniero mecánico de FerroCuba Carlos Sanz Guerra, al frente de un equipo de profesionales y técnicos de ACINOX y la Universidad de Camagüey, propuso hacer los ejes en el taller agramontino.

"El proyecto fue aceptado —comenta Sanz— por la confianza que hay en estas unidades. Aquí fabricamos los juegos a partir de ejes de locomotoras soviéticas desmanteladas. Hacemos en dos piezas lo que originalmente se concibió en una, pero el empalme de la brida con el eje es exacto; las pruebas ultramagnéticas lo confirman: la calidad es óptima."

El primer "egresado" de estos coches autónomos, que con todo orgullo echaron a andar el pasado 13 de agosto, ha recorrido más de 50 000 kilómetros, llevando entre La Habana y Morón, entre Camagüey y La Habana, una noticia muy concreta: por cada vehículo, la cohesión de humildes trabajadores resuelve con 10 000 pesos cubanos lo que costaría casi el doble en moneda libremente convertible.

Luego de ese coche, otros dos salieron justo en el aniversario del desembarco del Granma y otra pareja un mes después, mientras el sexto saludará, con su pitazo de estreno cubano, el Día del Trabajador Ferroviario, hoy 29 de enero. Las aspiraciones apuntan a completar en el 2007 hasta el onceno de dichos ingenios, valorados cada uno en 1 200 000 dólares.

Para la fecha, 700 hombres y mujeres de vergüenza pondrán en servicio, desde esta misma unidad, una locomotora Tem 15 que también ayudará a halar hacia arriba, desde un sector clave, la economía y la sociedad cubanas.

Esta gente sencilla sabe que el pueblo espera del transporte más que locomotoras, más que casillas, más que trenes... y saca su parte del boleto para este viaje. En lo que la tradición encuentra su camino de retorno entre los rieles, Enrique Rosales, el respetado mecánico, se confiesa un enamorado de hierro que, cuando escucha el pitazo de una locomotora, se da vuelta y la mira, como a una bella mujer.

 

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