Magalys nació aquí mismo y la vida la condujo por el camino del
alcohol y de las drogas. Gregorio vino de Carúpano, territorio
continental, a cargo de sus siete hijos.
Todos, y otras 240 personas, por alguna desventurada razón,
terminaron viviendo literalmente en la basura.
Cada día, competían por pedazos de cobre o aluminio, por piezas de
ropa usada o por las sobras de comida que desde los centros turísticos
enviaban al vertedero.
De retazos de tablas, lata y cartón, levantaron sus ranchos. Con
ripios de tela vistieron a sus familias. Nuevos niños comenzaron a
nacer en aquel ambiente pútrido, y aprendieron a ganarse el sustento
desde pequeños, disputándose la basura con los samuros (aves de
rapiña) y los roedores.
El aguardiente, la marihuana, el crac ayudaban a ahuyentar las
penas y el temor a los malandros que subían con frecuencia para
robarles a punta de pistola lo poco que tenían.
El vertedero de El Piache, al pie de los cerros, donde cuentan que
la Virgen del Valle, patrona del oriente venezolano, apareció por
primera vez ante los indios de este lugar hace 500 años, era un sitio
olvidado por Dios, y por los gobiernos que durante décadas se
sucedieron en el país.
A Gregorio Millán aún se le aguan los ojos al recordar a sus hijos
tiritando de frío, cubiertos con cartones y bolsas de nylon, debajo
del aguacero. "Me daba muchísima lástima verlos allí y no poder hacer
nada. Uno es mayor y aguanta, pero ellos están empezando a vivir".
Así sucedía en cada rancho, cuando la lluvia comenzaba a acercarse
a los morros de la costa sur. "Yo enseguida buscaba plásticos para
arroparme con mis pequeños, y esperábamos a que escampara", recuerda
Minerva Suárez.
De sus 50 años de edad, 29 transcurrieron en el vertedero. "Aquí
pasé las buenas y las malas. Llegué embarazada de mi segundo hijo y
luego tuve cuatro más".
¿Salir del basurero? Lo soñó toda la vida. Sobre todo en épocas
electorales, cuando los políticos aparecían en busca de votos. "Cada
vez que había elecciones nos ofrecían villas y castillos, y después
nadie cumplía. Nos miraban con desprecio, como si fuéramos cosas
extrañas".
Los parásitos, la diarrea y la sarna terminaron convirtiéndose en
males congénitos. "Los muchachos se enfermaban siempre", cuenta Ramón
Antonio Marín.
Pero si sale la luna¼
Constructores que van y vienen, retocando detalles. Niños que
asisten a la escuela y que juegan sobre el asfalto. Adultos que hoy
esperan una beca para estudiar o un curso para aprender un oficio¼
Magali Careño se pellizca a cada rato para comprobar que no está
soñando, y que su casa, sus muebles, su refrigerador y su televisor
existen de veras.
Demasiado fresco está aún el día en que dos autobuses llegaron al
Piache para llevarlos a una urbanización que les fabricó el Gobierno
bolivariano, mientras un buldócer destruía las chozas, que nunca más
habrán de levantarse en el vertedero.
En La Isleta, cerca de la costa donde la gente rica levantó
pequeños paraísos privados, están 50 viviendas, equipadas con todo.
Las 11 restantes, en la céntrica zona del Mercado Secundario.
"El día que nos dijeron que recogiéramos los corotos, que veníamos
para acá, me sentí joven otra vez", cuenta Gregorio. "Se cumplió
nuestro sueño. El presidente Chávez nos cambió la vida, nos dio
esperanzas, por eso le deseamos que sea tan feliz como nosotros
ahorita", agrega Magali.
Sin embargo, su completa reinserción a la sociedad requiere tiempo,
y deberá ir de la mano de psicólogos, sociólogos, médicos de la Misión
Negra Hipólita, creada por la Revolución hace un año para luchar
contra la extrema pobreza.
Se sabe que la solución habitacional es solo una parte del
fenómeno, y que es preciso acompañarla con la creación de fuentes de
empleo, talleres de convivencia y, en algunos casos, el tratamiento
para la adicción a las drogas.
Pero un nuevo conflicto comienza a tomar cuerpo. Desde las quintas
vecinas, la gente rica se opone a compartir el espacio con los
habitantes del basurero y ha amenazado con vender sus propiedades.
"Dijeron que si el Gobierno nos traía para estas casitas, ellos se
iban a ir, y se cayeron de la nube, porque el presidente Chávez quiere
a los pobres.
"Por eso estamos comprometidos a mantener este lugar, a sembrar
plantas y ponerlo más bonito cada día", explica Yamilé, la mamá de
Rody Jesús, el último bebé que nació en el vertedero, hace varias
semanas, quien no crecerá entre deshechos y basura.