La Plata. El
primer combate victorioso del Ejército Rebelde (Final).
(Fragmentos tomados del libro La Conquista de la
Esperanza)
El mayoral Chicho Osorio invita a Fidel a su casa, donde preparará
café y matará a un puerco, y podrá quedarse a dormir.
—Si mañana quiere —agrega—, le mato una novilla. Esto no es mío,
pero estoy autorizado por el dueño para servirle aquí al Ejército todo
lo que necesite.
Fidel
y el Che intercambian opiniones, la foto corresponde a los primeros
meses del año 1957.
Fidel declina la invitación. En cambio, le pide que lo ayude esa
misma noche a sorprender desprevenidos a los guardias, sirviéndole de
guía para acercarse sin ser visto hasta el cuartel. Osorio acepta y
explica en detalle la disposición de las postas y la distribución del
personal.
Che describe estos acontecimientos con mucho detalle en su diario:
Desde el amanecer se puso observación sobre el cuartel (ya se había
retirado el guardacosta) y se iniciaron labores de patrullajes. Nos
encontramos con el hecho desconcertante de no ver soldados por ningún
lado. A las 3 de la tarde se decidió ir acercándose al camino para
observar. Los soldados llegaron durante ese interín sin que nos
enteráramos. Cruzamos el río de la Plata y nos apostamos en el camino
al anochecer, a los 5 minutos fueron tomados 2 prisioneros y 2
muchachitos que iban con ellos. Uno resultó ser un hombre acusado de
haber chivateado a Eutimio. Se los apretó un poco y quedó establecido
que había unos 10 soldados en el cuartel, que habían llegado del
Naranjo esta misma tarde; además, al rato debía pasar uno de los tres
mayorales, Chicho Osorio, considerado el más malo de los tres.
Efectivamente, al poco tiempo aparecía montado en un mulo y llevando
en ancas un negrito de 14 años hijo del administrador de la tienda de
Urteaga en el Macío, el hombre al ser sorprendido por el grito de
"alto a la guardia rural" reaccionó gritando "mosquito" que era santo
y seña de las tropas del gobierno y luego "soy Chicho Osorio", ya
estaba desarmado de su revólver 45 y al negrito de un cuchillito que
llevaba. Fue llevado a presencia de Fidel el que le hizo creer que era
coronel de la guardia rural y que estaba investigando unas supuestas
irregularidades; Chicho Osorio, que estaba borracho, dio entonces una
relación de todos los enemigos del régimen a los que "hay que
arrancárselas", según sus propias palabras. Allí estaba la
confirmación de quiénes eran nuestros enemigos y quiénes no. Se le
preguntó por Eutimio y dijo que había ocultado a Fidel y se le había
buscado para matarlo, aunque sin encontrarlo. Cuando Fidel le dijo que
había que matar a Fidel donde se le encontrara le chocó la diestra
entusiasmado. Igual opinó de Crescencio.
Raúl apunta:
Fidel le aseguraba indignado en su papel de "Coronel" que seguro la
posta estaba durmiendo y que por tal motivo queríamos llegar allí en
silencio y por algún lugar que no fuera el camino real, para
sorprenderla durmiendo y exigirles cuentas por esa negligencia.
Entonces Chicho se brindó a llevarnos por unos trillos que le salían
al cuartel por la parte de atrás, pero que debíamos ir con cuidado
porque nos podían hacer fuego.
Che, por su parte, hace el siguiente comentario:
El hombre después de dar las más disparatadas muestras de sumisión
y alevosía se ofreció a guiarnos a un ataque simulado al cuartel para
demostrarnos la falta de seguridad de las defensas. Después de cruzar
el río se le dijo que las ordenanzas militares establecían que los
prisioneros debían estar amarrados. El hombre estaba tan borracho o
era tan ingenuo que siguió en la ignorancia de quiénes éramos. Nos
explicó que la única guardia establecida era una entre el cuartel en
construcción y la casa de guano residencia de otro mayoral, Honorio.
Nos guió hasta un anacahuite cercano al cuartel por donde pasaba la
carretera al Macío.
Cerca de la medianoche se inicia la aproximación al objetivo. En el
campamento quedan los otros cinco detenidos, custodiados por René
Rodríguez, Pancho González y Rafael Chao. Quedan allí también todos
los campesinos que han acompañado a la columna como guías.
El jueves 17 de enero la columna recruza los dos brazos del río y
se interna en el bosque. Raúl apunta en su diario:
La suerte de Chicho ya estaba echada desde hace tiempo, igual que
la de cualquier mayoral de la compañía que cayera en nuestras manos, y
esa pena era el fusilamiento sumarísimo, única fórmula que podía
seguirse contra estos dobles esbirros.
Después de cruzado el río F. [Fidel] le hizo saber a Chicho que
aunque las referencias que tenemos de él eran muy buenas, por motivos
de seguridad, para llevar a cabo nuestras investigaciones con éxito,
no-sotros por sistema de trabajo no podemos confiar en nadie, y que
por tal motivo él sería atado hasta que llegáramos al cuartel, y que
él, caminando delante nos llevaría hasta el lugar más próximo sin que
nos vean.
Se le ató y empezó la marcha por trillos y serventías muy poco
frecuentados y nos llegamos a colocar como a unos 100 metros del
cuartel, por el lado Oeste y como a unos 8 ó 10 metros del camino real
que va de La Plata al Macho, donde hay un cuartel mayor.
Pocos instantes después, pasa frente a ellos un guardia a caballo.
De su montura van atados por el cuello, en hilera, cinco campesinos.
Son los presos que llevan conducidos como reses al cuartel del Macho.
Cierra la siniestra caravana otro soldado a caballo. Narra Raúl este
incidente:
Allí [cerca del camino] nos sentamos y observábamos con la mirilla
algunos movimientos de luces de linternas y nos extrañó que a esa hora
hubiera allí movimientos de hombres y caballos. La luna reflejaba sus
rayos sobre el techo de zinc del cuartel. Al poco rato sentíamos por
los pasos y las voces que un grupo de hombres saliendo del cuartel,
por el camino real, se iba aproximando a nosotros y nos pasaría muy
cerca. Uno de los que venía a caballo, le decía a otro de a pie: "Anda
hijo de puta, que te voy a ahorcar". En eso Chicho que permanecía
atado y acostado boca arriba hizo ademán de pararse y se le sujetó.
Al poco rato nos explicó que ese era su amigo el cabo Abasolo [Bassols]
que iba para El Macho con unos campesinos presos. [...] Este Abasolo,
tan amigo de Chicho, es el que lo acompañaba en todas las incursiones
contra los infelices campesinos. Esperamos que el cabo Abasolo se
alejara con los presos para que no oyeran las detonaciones del ataque,
y al mismo tiempo, esperar que se durmieran de nuevo los que quedaban
allí. A las 2 de la madrugada, después de dársenos las instrucciones
complementarias, empezó el avance ordenadamente, divididos en cuatro
escuadras que atacarían por diferentes puntos. Cruzamos una cerca de
alambres y caminando por un trillito entre manigua, salimos al camino
real, que atravesamos con las precauciones que el caso requiere,
llegamos a otra cerca que teníamos que atravesar tres escuadras
mientras la de Almeida y Crescencio se quedarían del lado de acá para
avanzar paralelo a la misma en fila india y atacar por el norte. [...]
El cuartel estaba ya a unos 50 metros cuando salimos del límite del
bosque de anacahuites, ya íbamos todos completamente arrastrándonos
con cuidado estilo comando y entre matojitos de hierba de guinea, muy
escasos que habían por allí nos llegamos a colocar a unos 25 ó 30
metros del cuartel y la casa de Honorio. El avance había durado 25
minutos y ahora la luna nos favorecía la operación, cuando F. agarrara
la ametralladora de Fajardo y disparara una ráfaga contra la posta,
según el lugar que, según teníamos entendido, estaba, empezaría
nuestra fusilería a disparar.
En total éramos 23 y sobrábamos, ya que tres compañeros se habían
quedado con Chicho más abajo con órdenes de fusilarlo cuando empezara
el ataque.
Fidel da las últimas instrucciones y distribuye el personal. Poco
después de las 2:00 de la madrugada, da la orden de iniciar el avance
final. Veintidós hombres se desplazan sigilosos a ocupar sus
posiciones para el ataque. Atrás, custodiando a Chicho Osorio, quedan
Daniel Motolá, Julio Zenón Acosta, Yayo Castillo y Nango Rey,
encargados de ajusticiarlo en cuanto empiece el tiroteo. Conservan
para ello una de las armas de que dispone la guerrilla. Che relata
todo esto en términos escuetos:
Luis Crespo fue enviado a explorar volviendo con la noticia que los
informes del mayoral eran exactos, pues veía el humo de cigarro de los
guardias y se oían voces en el sitio indicado por Chicho. Tuvimos que
echarnos al suelo para que no nos vieran 3 guardias a caballo que
pasaban arreando como una mula un prisionero de a pie, cubriéndolo de
amenazas e injurias, se les dejó pasar porque podían dar la alarma al
detenerlos tan cerca del campamento. Se dispuso todo para el ataque
final con 22 armas; Chicho quedó en los anacahuites custodiado por 2
hombres con encargo de matarlo apenas iniciado el tiroteo, cosa que
cumplieron estrictamente.
Las órdenes de Fidel son terminantes. La acción no puede fracasar.
Es preciso tomar el cuartel a toda costa, ocupar el armamento y el
parque de los guardias, y hacerlo con el mayor ahorro posible del
parque propio. Fidel ha preferido rendir por fuego la posición en
lugar de emprender una acción de tipo comando para la captura de la
posta y el cuartel, para no arriesgar bajas innecesarias en la escasa
tropa guerrillera.
El jefe guerrillero ha dividido a los atacantes en cuatro grupos,
que formarán una especie de L invertida para el ataque. Por el Norte,
haciendo el palo corto de la L a lo largo del camino del Macho, Juan
Almeida dirigirá el grupo compuesto por Guillermo García, Crescencio
Pérez, Manuel Acuña, Ignacio Pérez, Sergio Acuña y Sergio Pérez.
Tienen dos fusiles semiautomáticos, tres de cerrojo y las dos pistolas
de ráfaga.
Fidel,
Raúl y Camilo en los primeros tiempos de la Sierra Maestra.
Por el lado Oeste, a la derecha del grupo de Almeida, atacará Raúl,
junto con Ciro Redondo, Efigenio Ameijeiras, Armando Rodríguez y José
Morán. Más a la derecha, ocupará posiciones la escuadra de Fidel,
compuesta además, por Che, Calixto García, Manuel Fajardo, Luis Crespo
y Universo Sánchez. En estos dos grupos tienen todos fusiles de
mirilla, salvo Fajardo y Armando Rodríguez que llevan las dos Thompson.
Cerrará la formación por la extrema derecha una escuadra compuesta
por Julito Díaz, Camilo, Calixto Morales y Reynaldo Benítez, al mando
del primero, todos con fusiles semiautomáticos.
Mientras los combatientes al mando de Almeida se mueven a rastras
por el camino hacia su posición, las otras tres escuadras cruzan una
cerca de alambre y se aproximan al fondo del cuartel por entre el
bosque de anacahuites. A la distancia de 50 metros salen al claro y
siguen avanzando con cautela, arrastrándose desplegados entre algunos
arbustos y mechones de hierba de guinea, hasta colocarse a unos 30
metros de las casas.
E! avance final ha durado media hora. A las 2:30 de la madrugada se
inicia el combate. Fidel toma la ametralladora de Fajardo y lanza una
ráfaga contra la posta. Es la señal para abrir fuego. En la crónica de
Raúl:
La posta no se veía, probablemente resguardándose del frió se había
recostado en su taburete a un árbol que daba sombra a la casa de
Honorio, entre ésta, donde dormía el sargento, y el cuartel. Sonó la
ráfaga en esa dirección y cuestión de segundos después el estruendo
fue infernal, teníamos orden de disparar cada 3 disparos y suspender
el fuego, para conminarlos a rendirse. Algunos de nosotros
improvisamos cortas arengas indicándoles que sus vidas serian
respetadas, que sólo queríamos las armas y que no fueran estúpidos,
que mientras Batista y todos sus amigos politiqueros se enriquecían
robando sin riesgos de ninguna clase, ellos morían sin gloria alguna
en la Sierra Maestra. La respuesta fue silencio absoluto, todavía
estaban sorprendidos. Otra vez dimos la orden de fuego y el tronar
ensordecedor de los disparos opacaba todo lo demás. La misma operación
la repetimos varias veces, con el fin de lograr nuestro objetivo
ahorrando la mayor cantidad posible de parque ya que si no tomábamos
el cuartel, nos íbamos a quedar muy escasos de los mismos. El ataque
pudo hacerse tipo comando, pero no queríamos perder una sola vida, ni
cargar con un herido mientras pudiéramos evitarlo así se haría, aunque
de esta forma gastáramos más cartuchos pues teníamos que saturarles de
plomo las posiciones; nuestros disparos iban dirigidos de medio metro
para abajo de la pared del cuartel, suponiendo que ellos estarían en
el suelo. Sucesivamente íbamos hablando nosotros conminándolos a la
rendición y momentos después hablaban las bocas de fuego. El gallego
Morán ni en medio del combate dejó de refunfuñar, protestaba contra
Almejeiras porque éste disparaba muy cerca de él y los disparos le
retumbaban muy fuerte en los oídos; en una oportunidad de esas de
tregua, improvisó una arenga, enredándose de tal forma que provocó la
risa de todos los que lo oyeron.
Los guardias contestan el fuego desde el cuartel y desde la casa de
Honorio. Fidel ordena lanzar las dos granadas brasileñas de que
dispone su escuadra. Ninguna estalla. Por su parte, Raúl lanza algunos
cartuchos de dinamita que caen junto a la casa y estallan con débiles
detonaciones que no producen efecto alguno.
Retomemos el relato de Raúl:
Ya los soldados estaban contestando al fuego, pero en condiciones
muy desfavorables, ya que por las ventanas no podían asomarse sin
exponerse a ser víctimas de las mirillas de mi escuadra que sin
exagerar puedo decir que con la luz de la luna le veía hasta la hilera
de clavos sobresaliendo sobre el color amarillo de la madera nueva. De
vez en cuando alguna trazadora de la ametralladora Thompson o del M-1
que tenían, nos cruzaban por la cabeza, pero bastante alto. Ellos
tenían la terrible desventaja de tener que disparar sin ver y a través
de la pared. Viendo que el ataque se prolongaba más de lo que
calculamos, le lanzamos algunos cartuchos de dinamita, pero sin
metrallas y sin preparar debidamente para que hicieran una fuerte
detonación y por lo livianos que eran, sin nada adicional, vinieron a
caer a la orilla de la casa y sin mayor importancia la bulla que
hicieron, a tal extremo que se confundieron con los disparos de los
fusiles. De la escuadra de F. [Fidel] supe más tarde que lanzaron dos
granadas de mano, pero por estar en mal estado no hicieron explosión;
estas fueron de las granadas que trajeron de Manzanillo y como las
tuvieron enterradas parece que se humedecieron y se echaron a perder.
Yo tenía una de esas granadas y no la usé por ahorrarla, pensando que
no sería necesario usarla.
Prosigue el tiroteo. A algunos combatientes se les está acabando el
parque. En la escuadra de Almeida, que dispara tendida en el camino,
alguno de los nuevos no han sabido economizar el fuego. A Sergio
Pérez, entre otros, no le queda ya ninguna bala. A su lado está Manuel
Acuña. Sergio le pide parque para su fusilito mexicano de cerrojo.
Acuña, a quien le quedan tres balas, le da una y le dice:
—Tenga, primo, pero ahórrela, no la gaste mucho para que le dure.
Volvemos al diario de Raúl:
F. [Fidel] cansado de arengas, le hizo la última y cambiando su
mirilla por la ametralladora de Fajardo, le disparó un peine completo
a la casa de zinc, que era donde más tropa había, en ráfagas de a 3
tiros. Estos disparos de ametralladora 45 se sentían con golpes más
secos que se introducían escalonadamente en la madera de las paredes
del cuartel. Por fin de la casa de zinc dijo uno de ellos que se
rendían, pero el sargento Walter; que tenía una situación difícil en
la otra casa, en esos momentos disparó varias ráfagas de
ametralladora, iniciándose otra vez por breve tiempo un nutrido
tiroteo de las escuadras de Julito y F. [Fidel] contra la casa de
guano de Honorio. Volvieron los guardias de la casa de zinc a gritar
que se rendían y qué condiciones les poníamos, les contestamos que
respetaríamos sus vidas y que sólo queríamos las armas. Hubo un
intervalo bastante largo de silencio (de varios minutos), y se sentía
el traquetear de los casquillos vacíos cuando se camina sobre ellos,
parece que a gatas y a tientas andaban por el suelo buscando la
salida.
Fidel ordena a Universo que dé fuego al rancho donde se guardan los
cocos. Tanto este como Camilo, que también lo intenta, no lo logran.
Finalmente, Luis Crespo, apoyado por el Che, incendia el ranchito. A
la luz de las llamas se ve a un guardia que sale corriendo de la casa
de Honorio en dirección al cuartel, pero cae herido. Al propio tiempo,
otras dos siluetas huyen de la casa hacia el río. Camilo les dispara,
pero logran escapar. Son Honorio y el sargento Medina. Mientras tanto,
de la casa de zinc se escuchan nuevos gritos. Fidel ordena alto al
fuego. Una voz pide que se deje salir al que grita, pues está herido.
Se le ordena salir hacia el camino, donde está el grupo de Almeida.
Ya del cuartel no disparan. El que había gritado llega cojeando a
la posición de Almeida y regresa al cuartel. A los pocos instantes
sale llevando un herido que sangra profusamente por una pierna. Luego
salen dos más, al parecer ilesos. Estos instantes finales de la acción
y el primer contacto con el enemigo derrotado son descritos
minuciosamente por Raúl:
En esos momentos empezó a arder la casa de Honorio, uno de los
muchachos se había acercado a la misma y le prendió candela. El
sargento Walter y Honorio se nos escaparon en esos momentos y ganaron
el bosque, se le hicieron algunos disparos, pero a un hombre huyendo
de un tiroteo es difícil darle y menos de noche, porque va como alma
que lleva el diablo. Además no podíamos hacer un cerco completo porque
corríamos el riesgo de herirnos entre nosotros y en ese caso tendría
que ser bastante amplio y carecíamos de gente para hacerlo, y la
operación no valía mayormente la pena, ya que solo queríamos las armas
y en el orden moral, darles a ellos una lección con los prisioneros y
mostrarles que aún estábamos en pie de lucha. Entre Universo,
Cienfuegos y Luis, le habían prendido fuego a las dos casitas de guano.
Cuentan que Universo en medio del tiroteo se sacó un machetín y
abriendo un coco seco se lo estaba comiendo.
Por fin uno de la casa de zinc pidió que no dispararan más que
estaba herido y que iba a salir. Se le indicó que saliera por la
puerta que daba al norte por donde estaba Almeida, salió cojeando
diciendo que estaba herido en una pierna, salió corriendo y agachado,
allí los muchachos lo recibieron amablemente y él dijo que había
varios muertos y heridos, se le indicó que sacara a los heridos.
Volvió a la casa y volvió con un herido que se estaba yendo en sangre.
El primero que salió parece que estaba sugestionado o nos mintió para
producirnos piedad de nuestra parte, la cuestión es que salió y entró
cojeando y cuando regresó con el herido verdadero, ya él venía
caminando derechito. Era un joven de no más de 25 años, de espejuelos,
delgado, rubio, que cuando llegué donde estaba le pregunté qué grado
tenía y me contestó, aún atontado por el incidente de los tiros y tal
vez más, por el trato amable que estaba recibiendo, que bachiller.
Le recalqué que me refería a la graduación militar y entonces
rectificó que era soldado. Lo sacudí amablemente por los hombros y le
pregunté que por qué no se habían rendido antes y así hubiéramos
ahorrado sangre derramada inútilmente por defender un gobierno ilegal
y de bandidos, me contestó que resistieron tanto porque ellos creían
que los íbamos a fusilar. Precisamente eso hubiera querido el gobierno
que hiciéramos con ustedes, le contesté, para abrir un odio mortal
entre nosotros que en fin de cuenta somos cubanos y hermanos y
sinceramente lamentamos tanto la muerte de esos jóvenes soldados y
marineros como si fueran compañeros nuestros. Y así por el estilo
estuve hablando un rato con él. Al Iado estaba quejándose el herido
que el anterior había sacado, me pidió agua y levantándole la cabeza
le puse la cantimplora en los labios, manaba sangre abundantemente por
la herida de un muslo, mientras di algunos gritos llamando al Che para
que lo atendiera le di mi pañuelo al otro prisionero para que le fuera
haciendo un trinquete en la pierna herida. El herido me había oído
dando órdenes de que requisaran todo lo que fuera propiedad del
gobierno y respetaran las pertenencias de los soldados y entonces me
dijo, inclinándose de lado, záfame aquí por favor y me indicaba el
cinto, después añadió, el cuchillo por favor. Se lo zafé y se lo
coloqué sobre el pecho, inmediatamente añadió, "no, es para ti ya que
eso es del gobierno", le di las gracias por el magnífico cuchillo
comando que colocándomelo en la cintura, sustituía al que perdí dentro
de la mochila en el combate de la Alegría.
Una
de las preocupaciones de Fidel en la Sierra era que los combatientes
aprendieran a disparar bien, para así ahorrar municiones.
Ya habían salido de la casita de guano otros dos prisioneros y el
campo de la acción era completamente nuestro. Los muchachos ya estaban
en las casas requisando balas, cananas, rifles, cantimploras, mochilas
y cuantas cosas de utilidad encontrábamos que fueran propiedad del
gobierno y que tan bien nos venían a no-sotros. En total habíamos
tirado de unos 600 a 700 disparos, ya que muchos novatos dispararon
sin cesar, y algunos llegaron a agotar todo el parque que llevaban.
Además, por la índole del ataque, no mucho menos parque se podía haber
gastado.
Che relata en su diario con relación al combate:
Nos fuimos arrastrando hasta unos 40 metros de la posición enemiga
y Fidel inició el tiroteo con dos ráfagas de ametralladoras seguidas
por las disparos de todos los fusiles disponibles. Se conminó a
rendirse a los soldados pero sin resultado alguno. El ataque se había
iniciado a las 2:40 de la madrugada, después de unos minutos de fuego
se ordenó tirar las granadas. Luis Crespo tiró la suya y yo la mía,
sin que explotaran, Raúl Castro tiró dinamita, se dio orden de quemar
la casa de guano y Universo probó primero pero volvió precipitadamente
cuando dispararon cerca, después fue Cienfuegos también con resultado
negativo y luego Luis Crespo que la incendió, y yo. Resultó que el
objetivo nuestro era un rancho lleno de cocos. Luis Crespo cruzó
bordeando una caballeriza o chiquero y le salió un soldado a quien
hirió en el pecho. Yo le quité el fusil y lo usé de parapeto durante
algunos minutos para tirarle a un hombre a quien creo haber herido.
Luis Crespo le quitó la canana al herido y se trasladó a otro lugar.
Cienfuegos se parapetó tras un árbol y disparó sobre el sargento que
huía, pero no pudo abatirlo. El fuego había casi cesado en los dos
frentes, y la gente de la casa de zinc se rindió. Cienfuegos entró al
patio de la casa de guano encontrando solo heridos.
De los diez enemigos, uno ha huido, hay dos muertos y cinco
heridos, tres de los cuales morirían posteriormente. Los muertos y
heridos son sacados del cuartel. Mientras Che aplica un torniquete a
uno de los soldados, los combatientes recogen las armas, el parque,
ropa y demás equipos. Luego se prende fuego al cuartel y la casa del
mayoral. Che apunta al respecto:
Yo les di fuego a todas las dependencias de la casa de Honorio y
alguien al cuartel que presentaba un espectáculo impresionante, pues
lo habían convertido en una criba. Se dio orden de retirada hacia
nuestro campamento con los tres prisioneros militares, a los que se
dejó en libertad y se les entregó alguna medicina para los heridos. Se
dejó también en libertad a los 5 detenidos civiles, haciéndole una
seria advertencia al presunto chivato, y se inició la marcha a las
4:30 de la mañana rumbo a Palma Mocha adonde llegamos al amanecer.
El combate ha durado aproximadamente media hora. Fidel ordena que
se entreguen los medicamentos a los soldados para que atiendan a sus
heridos. Los guerrilleros no han sufrido ni un rasguño. Raúl entabla
un diálogo con El soldado Víctor Manuel Maché.
—¿Por qué no se rindieron antes? —le pregunta.
—Porque pensábamos que ustedes nos iban a fusilar después.
—Eso es lo que hubiera querido el gobierno —le contesta Raúl—, para
abrir el odio entre nosotros. Pero, en fin de cuentas, somos hermanos,
y no-sotros lamentamos la muerte de los compañeros de ustedes, jóvenes
cubanos como nosotros. Ustedes combaten por un hombre, nosotros por un
ideal.
Fidel interviene en la conversación:
—Los felicito. Se han portado como hombres. Quedan en libertad.
Curen sus heridos y váyanse cuando quieran.
Los combatientes se retiran hacia el río. Llevan a los dos soldados
ilesos y a un herido leve para que recojan las medicinas. Raúl
escribe:
Como no teníamos medicinas allí, nada pudimos hacer por el momento
con los heridos. Acordamos, pues, que los dos prisioneros y el herido
leve, nos acompañaran hasta el campamento para darle allí medicinas y
que ellos lo curaran hasta por la mañana que llegaran sus compañeros,
ya que por lo avanzado de la hora, nuestro médico no podía atenderlos
debidamente, si no con mucho gusto lo haríamos. Le prendí candela al
cuartel, la única casa que quedaba sin arder, y después de colocar los
heridos distantes del fuego, nos marchamos. El herido que me regaló el
cuchillo, creyendo que nos íbamos empezó a gritar lastimosamente: "No
me dejen solo que me muero". Él ignoraba que momentos después
volverían tres de sus compañeros con medicinas nuestras para curarlo.
Tomamos rumbo hacia el campamento. Me puse al lado de un prisionero
y echándole un brazo por arriba de los hombros, así fui hablando con
él de la ideología de nuestra lucha, del engaño de que eran víctimas
ellos por parte del gobierno y todo lo concerniente al tema que el
tiempo y lo corto del camino nos permitió. Él me pidió que anotara su
nombre y que en el futuro no me olvidara de él, ya que era pobre, que
mantenía a su mamá, y él no sabía lo que iba a pasar. Nos despedimos
de los prisioneros con un abrazo, soltamos a los civiles presos. Uno
de ellos nos serviría de guía, y nos encaminamos rumbo a Palma Mocha,
por un camino que bordea la costa.
Desde lo lejos, se veían arder sobre los cuarteles de la opresión,
las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas
levantaremos escuelas.
El primer combate victorioso del Ejército Rebelde
(I)
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