La Plata.

El primer combate victorioso del Ejército Rebelde (Final).

(Fragmentos tomados del libro La Conquista de la Esperanza)

El mayoral Chicho Osorio invita a Fidel a su casa, donde preparará café y matará a un puerco, y podrá quedarse a dormir.

—Si mañana quiere —agrega—, le mato una novilla. Esto no es mío, pero estoy autorizado por el dueño para servirle aquí al Ejército todo lo que necesite.

Fidel y el Che intercambian opiniones, la foto corresponde a los primeros meses del año 1957.

Fidel declina la invitación. En cambio, le pide que lo ayude esa misma noche a sorprender desprevenidos a los guardias, sirviéndole de guía para acercarse sin ser visto hasta el cuartel. Osorio acepta y explica en detalle la disposición de las postas y la distribución del personal.

Che describe estos acontecimientos con mucho detalle en su diario:

Desde el amanecer se puso observación sobre el cuartel (ya se había retirado el guardacosta) y se iniciaron labores de patrullajes. Nos encontramos con el hecho desconcertante de no ver soldados por ningún lado. A las 3 de la tarde se decidió ir acercándose al camino para observar. Los soldados llegaron durante ese interín sin que nos enteráramos. Cruzamos el río de la Plata y nos apostamos en el camino al anochecer, a los 5 minutos fueron tomados 2 prisioneros y 2 muchachitos que iban con ellos. Uno resultó ser un hombre acusado de haber chivateado a Eutimio. Se los apretó un poco y quedó establecido que había unos 10 soldados en el cuartel, que habían llegado del Naranjo esta misma tarde; además, al rato debía pasar uno de los tres mayorales, Chicho Osorio, considerado el más malo de los tres. Efectivamente, al poco tiempo aparecía montado en un mulo y llevando en ancas un negrito de 14 años hijo del administrador de la tienda de Urteaga en el Macío, el hombre al ser sorprendido por el grito de "alto a la guardia rural" reaccionó gritando "mosquito" que era santo y seña de las tropas del gobierno y luego "soy Chicho Osorio", ya estaba desarmado de su revólver 45 y al negrito de un cuchillito que llevaba. Fue llevado a presencia de Fidel el que le hizo creer que era coronel de la guardia rural y que estaba investigando unas supuestas irregularidades; Chicho Osorio, que estaba borracho, dio entonces una relación de todos los enemigos del régimen a los que "hay que arrancárselas", según sus propias palabras. Allí estaba la confirmación de quiénes eran nuestros enemigos y quiénes no. Se le preguntó por Eutimio y dijo que había ocultado a Fidel y se le había buscado para matarlo, aunque sin encontrarlo. Cuando Fidel le dijo que había que matar a Fidel donde se le encontrara le chocó la diestra entusiasmado. Igual opinó de Crescencio.

Raúl apunta:

Fidel le aseguraba indignado en su papel de "Coronel" que seguro la posta estaba durmiendo y que por tal motivo queríamos llegar allí en silencio y por algún lugar que no fuera el camino real, para sorprenderla durmiendo y exigirles cuentas por esa negligencia. Entonces Chicho se brindó a llevarnos por unos trillos que le salían al cuartel por la parte de atrás, pero que debíamos ir con cuidado porque nos podían hacer fuego.

Che, por su parte, hace el siguiente comentario:

El hombre después de dar las más disparatadas muestras de sumisión y alevosía se ofreció a guiarnos a un ataque simulado al cuartel para demostrarnos la falta de seguridad de las defensas. Después de cruzar el río se le dijo que las ordenanzas militares establecían que los prisioneros debían estar amarrados. El hombre estaba tan borracho o era tan ingenuo que siguió en la ignorancia de quiénes éramos. Nos explicó que la única guardia establecida era una entre el cuartel en construcción y la casa de guano residencia de otro mayoral, Honorio. Nos guió hasta un anacahuite cercano al cuartel por donde pasaba la carretera al Macío.

Cerca de la medianoche se inicia la aproximación al objetivo. En el campamento quedan los otros cinco detenidos, custodiados por René Rodríguez, Pancho González y Rafael Chao. Quedan allí también todos los campesinos que han acompañado a la columna como guías.

El jueves 17 de enero la columna recruza los dos brazos del río y se interna en el bosque. Raúl apunta en su diario:

La suerte de Chicho ya estaba echada desde hace tiempo, igual que la de cualquier mayoral de la compañía que cayera en nuestras manos, y esa pena era el fusilamiento sumarísimo, única fórmula que podía seguirse contra estos dobles esbirros.

Después de cruzado el río F. [Fidel] le hizo saber a Chicho que aunque las referencias que tenemos de él eran muy buenas, por motivos de seguridad, para llevar a cabo nuestras investigaciones con éxito, no-sotros por sistema de trabajo no podemos confiar en nadie, y que por tal motivo él sería atado hasta que llegáramos al cuartel, y que él, caminando delante nos llevaría hasta el lugar más próximo sin que nos vean.

Se le ató y empezó la marcha por trillos y serventías muy poco frecuentados y nos llegamos a colocar como a unos 100 metros del cuartel, por el lado Oeste y como a unos 8 ó 10 metros del camino real que va de La Plata al Macho, donde hay un cuartel mayor.

Pocos instantes después, pasa frente a ellos un guardia a caballo. De su montura van atados por el cuello, en hilera, cinco campesinos. Son los presos que llevan conducidos como reses al cuartel del Macho. Cierra la siniestra caravana otro soldado a caballo. Narra Raúl este incidente:

Allí [cerca del camino] nos sentamos y observábamos con la mirilla algunos movimientos de luces de linternas y nos extrañó que a esa hora hubiera allí movimientos de hombres y caballos. La luna reflejaba sus rayos sobre el techo de zinc del cuartel. Al poco rato sentíamos por los pasos y las voces que un grupo de hombres saliendo del cuartel, por el camino real, se iba aproximando a nosotros y nos pasaría muy cerca. Uno de los que venía a caballo, le decía a otro de a pie: "Anda hijo de puta, que te voy a ahorcar". En eso Chicho que permanecía atado y acostado boca arriba hizo ademán de pararse y se le sujetó.

Al poco rato nos explicó que ese era su amigo el cabo Abasolo [Bassols] que iba para El Macho con unos campesinos presos. [...] Este Abasolo, tan amigo de Chicho, es el que lo acompañaba en todas las incursiones contra los infelices campesinos. Esperamos que el cabo Abasolo se alejara con los presos para que no oyeran las detonaciones del ataque, y al mismo tiempo, esperar que se durmieran de nuevo los que quedaban allí. A las 2 de la madrugada, después de dársenos las instrucciones complementarias, empezó el avance ordenadamente, divididos en cuatro escuadras que atacarían por diferentes puntos. Cruzamos una cerca de alambres y caminando por un trillito entre manigua, salimos al camino real, que atravesamos con las precauciones que el caso requiere, llegamos a otra cerca que teníamos que atravesar tres escuadras mientras la de Almeida y Crescencio se quedarían del lado de acá para avanzar paralelo a la misma en fila india y atacar por el norte. [...] El cuartel estaba ya a unos 50 metros cuando salimos del límite del bosque de anacahuites, ya íbamos todos completamente arrastrándonos con cuidado estilo comando y entre matojitos de hierba de guinea, muy escasos que habían por allí nos llegamos a colocar a unos 25 ó 30 metros del cuartel y la casa de Honorio. El avance había durado 25 minutos y ahora la luna nos favorecía la operación, cuando F. agarrara la ametralladora de Fajardo y disparara una ráfaga contra la posta, según el lugar que, según teníamos entendido, estaba, empezaría nuestra fusilería a disparar.

En total éramos 23 y sobrábamos, ya que tres compañeros se habían quedado con Chicho más abajo con órdenes de fusilarlo cuando empezara el ataque.

Fidel da las últimas instrucciones y distribuye el personal. Poco después de las 2:00 de la madrugada, da la orden de iniciar el avance final. Veintidós hombres se desplazan sigilosos a ocupar sus posiciones para el ataque. Atrás, custodiando a Chicho Osorio, quedan Daniel Motolá, Julio Zenón Acosta, Yayo Castillo y Nango Rey, encargados de ajusticiarlo en cuanto empiece el tiroteo. Conservan para ello una de las armas de que dispone la guerrilla. Che relata todo esto en términos escuetos:

Luis Crespo fue enviado a explorar volviendo con la noticia que los informes del mayoral eran exactos, pues veía el humo de cigarro de los guardias y se oían voces en el sitio indicado por Chicho. Tuvimos que echarnos al suelo para que no nos vieran 3 guardias a caballo que pasaban arreando como una mula un prisionero de a pie, cubriéndolo de amenazas e injurias, se les dejó pasar porque podían dar la alarma al detenerlos tan cerca del campamento. Se dispuso todo para el ataque final con 22 armas; Chicho quedó en los anacahuites custodiado por 2 hombres con encargo de matarlo apenas iniciado el tiroteo, cosa que cumplieron estrictamente.

Las órdenes de Fidel son terminantes. La acción no puede fracasar. Es preciso tomar el cuartel a toda costa, ocupar el armamento y el parque de los guardias, y hacerlo con el mayor ahorro posible del parque propio. Fidel ha preferido rendir por fuego la posición en lugar de emprender una acción de tipo comando para la captura de la posta y el cuartel, para no arriesgar bajas innecesarias en la escasa tropa guerrillera.

El jefe guerrillero ha dividido a los atacantes en cuatro grupos, que formarán una especie de L invertida para el ataque. Por el Norte, haciendo el palo corto de la L a lo largo del camino del Macho, Juan Almeida dirigirá el grupo compuesto por Guillermo García, Crescencio Pérez, Manuel Acuña, Ignacio Pérez, Sergio Acuña y Sergio Pérez. Tienen dos fusiles semiautomáticos, tres de cerrojo y las dos pistolas de ráfaga.

Fidel, Raúl y Camilo en los primeros tiempos de la Sierra Maestra.

Por el lado Oeste, a la derecha del grupo de Almeida, atacará Raúl, junto con Ciro Redondo, Efigenio Ameijeiras, Armando Rodríguez y José Morán. Más a la derecha, ocupará posiciones la escuadra de Fidel, compuesta además, por Che, Calixto García, Manuel Fajardo, Luis Crespo y Universo Sánchez. En estos dos grupos tienen todos fusiles de mirilla, salvo Fajardo y Armando Rodríguez que llevan las dos Thompson.

Cerrará la formación por la extrema derecha una escuadra compuesta por Julito Díaz, Camilo, Calixto Morales y Reynaldo Benítez, al mando del primero, todos con fusiles semiautomáticos.

Mientras los combatientes al mando de Almeida se mueven a rastras por el camino hacia su posición, las otras tres escuadras cruzan una cerca de alambre y se aproximan al fondo del cuartel por entre el bosque de anacahuites. A la distancia de 50 metros salen al claro y siguen avanzando con cautela, arrastrándose desplegados entre algunos arbustos y mechones de hierba de guinea, hasta colocarse a unos 30 metros de las casas.

E! avance final ha durado media hora. A las 2:30 de la madrugada se inicia el combate. Fidel toma la ametralladora de Fajardo y lanza una ráfaga contra la posta. Es la señal para abrir fuego. En la crónica de Raúl:

La posta no se veía, probablemente resguardándose del frió se había recostado en su taburete a un árbol que daba sombra a la casa de Honorio, entre ésta, donde dormía el sargento, y el cuartel. Sonó la ráfaga en esa dirección y cuestión de segundos después el estruendo fue infernal, teníamos orden de disparar cada 3 disparos y suspender el fuego, para conminarlos a rendirse. Algunos de nosotros improvisamos cortas arengas indicándoles que sus vidas serian respetadas, que sólo queríamos las armas y que no fueran estúpidos, que mientras Batista y todos sus amigos politiqueros se enriquecían robando sin riesgos de ninguna clase, ellos morían sin gloria alguna en la Sierra Maestra. La respuesta fue silencio absoluto, todavía estaban sorprendidos. Otra vez dimos la orden de fuego y el tronar ensordecedor de los disparos opacaba todo lo demás. La misma operación la repetimos varias veces, con el fin de lograr nuestro objetivo ahorrando la mayor cantidad posible de parque ya que si no tomábamos el cuartel, nos íbamos a quedar muy escasos de los mismos. El ataque pudo hacerse tipo comando, pero no queríamos perder una sola vida, ni cargar con un herido mientras pudiéramos evitarlo así se haría, aunque de esta forma gastáramos más cartuchos pues teníamos que saturarles de plomo las posiciones; nuestros disparos iban dirigidos de medio metro para abajo de la pared del cuartel, suponiendo que ellos estarían en el suelo. Sucesivamente íbamos hablando nosotros conminándolos a la rendición y momentos después hablaban las bocas de fuego. El gallego Morán ni en medio del combate dejó de refunfuñar, protestaba contra Almejeiras porque éste disparaba muy cerca de él y los disparos le retumbaban muy fuerte en los oídos; en una oportunidad de esas de tregua, improvisó una arenga, enredándose de tal forma que provocó la risa de todos los que lo oyeron.

Los guardias contestan el fuego desde el cuartel y desde la casa de Honorio. Fidel ordena lanzar las dos granadas brasileñas de que dispone su escuadra. Ninguna estalla. Por su parte, Raúl lanza algunos cartuchos de dinamita que caen junto a la casa y estallan con débiles detonaciones que no producen efecto alguno.

Retomemos el relato de Raúl:

Ya los soldados estaban contestando al fuego, pero en condiciones muy desfavorables, ya que por las ventanas no podían asomarse sin exponerse a ser víctimas de las mirillas de mi escuadra que sin exagerar puedo decir que con la luz de la luna le veía hasta la hilera de clavos sobresaliendo sobre el color amarillo de la madera nueva. De vez en cuando alguna trazadora de la ametralladora Thompson o del M-1 que tenían, nos cruzaban por la cabeza, pero bastante alto. Ellos tenían la terrible desventaja de tener que disparar sin ver y a través de la pared. Viendo que el ataque se prolongaba más de lo que calculamos, le lanzamos algunos cartuchos de dinamita, pero sin metrallas y sin preparar debidamente para que hicieran una fuerte detonación y por lo livianos que eran, sin nada adicional, vinieron a caer a la orilla de la casa y sin mayor importancia la bulla que hicieron, a tal extremo que se confundieron con los disparos de los fusiles. De la escuadra de F. [Fidel] supe más tarde que lanzaron dos granadas de mano, pero por estar en mal estado no hicieron explosión; estas fueron de las granadas que trajeron de Manzanillo y como las tuvieron enterradas parece que se humedecieron y se echaron a perder. Yo tenía una de esas granadas y no la usé por ahorrarla, pensando que no sería necesario usarla.

Prosigue el tiroteo. A algunos combatientes se les está acabando el parque. En la escuadra de Almeida, que dispara tendida en el camino, alguno de los nuevos no han sabido economizar el fuego. A Sergio Pérez, entre otros, no le queda ya ninguna bala. A su lado está Manuel Acuña. Sergio le pide parque para su fusilito mexicano de cerrojo. Acuña, a quien le quedan tres balas, le da una y le dice:

—Tenga, primo, pero ahórrela, no la gaste mucho para que le dure.

Volvemos al diario de Raúl:

F. [Fidel] cansado de arengas, le hizo la última y cambiando su mirilla por la ametralladora de Fajardo, le disparó un peine completo a la casa de zinc, que era donde más tropa había, en ráfagas de a 3 tiros. Estos disparos de ametralladora 45 se sentían con golpes más secos que se introducían escalonadamente en la madera de las paredes del cuartel. Por fin de la casa de zinc dijo uno de ellos que se rendían, pero el sargento Walter; que tenía una situación difícil en la otra casa, en esos momentos disparó varias ráfagas de ametralladora, iniciándose otra vez por breve tiempo un nutrido tiroteo de las escuadras de Julito y F. [Fidel] contra la casa de guano de Honorio. Volvieron los guardias de la casa de zinc a gritar que se rendían y qué condiciones les poníamos, les contestamos que respetaríamos sus vidas y que sólo queríamos las armas. Hubo un intervalo bastante largo de silencio (de varios minutos), y se sentía el traquetear de los casquillos vacíos cuando se camina sobre ellos, parece que a gatas y a tientas andaban por el suelo buscando la salida.

Fidel ordena a Universo que dé fuego al rancho donde se guardan los cocos. Tanto este como Camilo, que también lo intenta, no lo logran. Finalmente, Luis Crespo, apoyado por el Che, incendia el ranchito. A la luz de las llamas se ve a un guardia que sale corriendo de la casa de Honorio en dirección al cuartel, pero cae herido. Al propio tiempo, otras dos siluetas huyen de la casa hacia el río. Camilo les dispara, pero logran escapar. Son Honorio y el sargento Medina. Mientras tanto, de la casa de zinc se escuchan nuevos gritos. Fidel ordena alto al fuego. Una voz pide que se deje salir al que grita, pues está herido. Se le ordena salir hacia el camino, donde está el grupo de Almeida.

Ya del cuartel no disparan. El que había gritado llega cojeando a la posición de Almeida y regresa al cuartel. A los pocos instantes sale llevando un herido que sangra profusamente por una pierna. Luego salen dos más, al parecer ilesos. Estos instantes finales de la acción y el primer contacto con el enemigo derrotado son descritos minuciosamente por Raúl:

En esos momentos empezó a arder la casa de Honorio, uno de los muchachos se había acercado a la misma y le prendió candela. El sargento Walter y Honorio se nos escaparon en esos momentos y ganaron el bosque, se le hicieron algunos disparos, pero a un hombre huyendo de un tiroteo es difícil darle y menos de noche, porque va como alma que lleva el diablo. Además no podíamos hacer un cerco completo porque corríamos el riesgo de herirnos entre nosotros y en ese caso tendría que ser bastante amplio y carecíamos de gente para hacerlo, y la operación no valía mayormente la pena, ya que solo queríamos las armas y en el orden moral, darles a ellos una lección con los prisioneros y mostrarles que aún estábamos en pie de lucha. Entre Universo, Cienfuegos y Luis, le habían prendido fuego a las dos casitas de guano. Cuentan que Universo en medio del tiroteo se sacó un machetín y abriendo un coco seco se lo estaba comiendo.

Por fin uno de la casa de zinc pidió que no dispararan más que estaba herido y que iba a salir. Se le indicó que saliera por la puerta que daba al norte por donde estaba Almeida, salió cojeando diciendo que estaba herido en una pierna, salió corriendo y agachado, allí los muchachos lo recibieron amablemente y él dijo que había varios muertos y heridos, se le indicó que sacara a los heridos. Volvió a la casa y volvió con un herido que se estaba yendo en sangre. El primero que salió parece que estaba sugestionado o nos mintió para producirnos piedad de nuestra parte, la cuestión es que salió y entró cojeando y cuando regresó con el herido verdadero, ya él venía caminando derechito. Era un joven de no más de 25 años, de espejuelos, delgado, rubio, que cuando llegué donde estaba le pregunté qué grado tenía y me contestó, aún atontado por el incidente de los tiros y tal vez más, por el trato amable que estaba recibiendo, que bachiller.

Le recalqué que me refería a la graduación militar y entonces rectificó que era soldado. Lo sacudí amablemente por los hombros y le pregunté que por qué no se habían rendido antes y así hubiéramos ahorrado sangre derramada inútilmente por defender un gobierno ilegal y de bandidos, me contestó que resistieron tanto porque ellos creían que los íbamos a fusilar. Precisamente eso hubiera querido el gobierno que hiciéramos con ustedes, le contesté, para abrir un odio mortal entre nosotros que en fin de cuenta somos cubanos y hermanos y sinceramente lamentamos tanto la muerte de esos jóvenes soldados y marineros como si fueran compañeros nuestros. Y así por el estilo estuve hablando un rato con él. Al Iado estaba quejándose el herido que el anterior había sacado, me pidió agua y levantándole la cabeza le puse la cantimplora en los labios, manaba sangre abundantemente por la herida de un muslo, mientras di algunos gritos llamando al Che para que lo atendiera le di mi pañuelo al otro prisionero para que le fuera haciendo un trinquete en la pierna herida. El herido me había oído dando órdenes de que requisaran todo lo que fuera propiedad del gobierno y respetaran las pertenencias de los soldados y entonces me dijo, inclinándose de lado, záfame aquí por favor y me indicaba el cinto, después añadió, el cuchillo por favor. Se lo zafé y se lo coloqué sobre el pecho, inmediatamente añadió, "no, es para ti ya que eso es del gobierno", le di las gracias por el magnífico cuchillo comando que colocándomelo en la cintura, sustituía al que perdí dentro de la mochila en el combate de la Alegría.

Una de las preocupaciones de Fidel en la Sierra era que los combatientes aprendieran a disparar bien, para así ahorrar municiones.

Ya habían salido de la casita de guano otros dos prisioneros y el campo de la acción era completamente nuestro. Los muchachos ya estaban en las casas requisando balas, cananas, rifles, cantimploras, mochilas y cuantas cosas de utilidad encontrábamos que fueran propiedad del gobierno y que tan bien nos venían a no-sotros. En total habíamos tirado de unos 600 a 700 disparos, ya que muchos novatos dispararon sin cesar, y algunos llegaron a agotar todo el parque que llevaban. Además, por la índole del ataque, no mucho menos parque se podía haber gastado.

Che relata en su diario con relación al combate:

Nos fuimos arrastrando hasta unos 40 metros de la posición enemiga y Fidel inició el tiroteo con dos ráfagas de ametralladoras seguidas por las disparos de todos los fusiles disponibles. Se conminó a rendirse a los soldados pero sin resultado alguno. El ataque se había iniciado a las 2:40 de la madrugada, después de unos minutos de fuego se ordenó tirar las granadas. Luis Crespo tiró la suya y yo la mía, sin que explotaran, Raúl Castro tiró dinamita, se dio orden de quemar la casa de guano y Universo probó primero pero volvió precipitadamente cuando dispararon cerca, después fue Cienfuegos también con resultado negativo y luego Luis Crespo que la incendió, y yo. Resultó que el objetivo nuestro era un rancho lleno de cocos. Luis Crespo cruzó bordeando una caballeriza o chiquero y le salió un soldado a quien hirió en el pecho. Yo le quité el fusil y lo usé de parapeto durante algunos minutos para tirarle a un hombre a quien creo haber herido. Luis Crespo le quitó la canana al herido y se trasladó a otro lugar. Cienfuegos se parapetó tras un árbol y disparó sobre el sargento que huía, pero no pudo abatirlo. El fuego había casi cesado en los dos frentes, y la gente de la casa de zinc se rindió. Cienfuegos entró al patio de la casa de guano encontrando solo heridos.

De los diez enemigos, uno ha huido, hay dos muertos y cinco heridos, tres de los cuales morirían posteriormente. Los muertos y heridos son sacados del cuartel. Mientras Che aplica un torniquete a uno de los soldados, los combatientes recogen las armas, el parque, ropa y demás equipos. Luego se prende fuego al cuartel y la casa del mayoral. Che apunta al respecto:

Yo les di fuego a todas las dependencias de la casa de Honorio y alguien al cuartel que presentaba un espectáculo impresionante, pues lo habían convertido en una criba. Se dio orden de retirada hacia nuestro campamento con los tres prisioneros militares, a los que se dejó en libertad y se les entregó alguna medicina para los heridos. Se dejó también en libertad a los 5 detenidos civiles, haciéndole una seria advertencia al presunto chivato, y se inició la marcha a las 4:30 de la mañana rumbo a Palma Mocha adonde llegamos al amanecer.

El combate ha durado aproximadamente media hora. Fidel ordena que se entreguen los medicamentos a los soldados para que atiendan a sus heridos. Los guerrilleros no han sufrido ni un rasguño. Raúl entabla un diálogo con El soldado Víctor Manuel Maché.

—¿Por qué no se rindieron antes? —le pregunta.

—Porque pensábamos que ustedes nos iban a fusilar después.

—Eso es lo que hubiera querido el gobierno —le contesta Raúl—, para abrir el odio entre nosotros. Pero, en fin de cuentas, somos hermanos, y no-sotros lamentamos la muerte de los compañeros de ustedes, jóvenes cubanos como nosotros. Ustedes combaten por un hombre, nosotros por un ideal.

Fidel interviene en la conversación:

—Los felicito. Se han portado como hombres. Quedan en libertad. Curen sus heridos y váyanse cuando quieran.

Los combatientes se retiran hacia el río. Llevan a los dos soldados ilesos y a un herido leve para que recojan las medicinas. Raúl escribe:

Como no teníamos medicinas allí, nada pudimos hacer por el momento con los heridos. Acordamos, pues, que los dos prisioneros y el herido leve, nos acompañaran hasta el campamento para darle allí medicinas y que ellos lo curaran hasta por la mañana que llegaran sus compañeros, ya que por lo avanzado de la hora, nuestro médico no podía atenderlos debidamente, si no con mucho gusto lo haríamos. Le prendí candela al cuartel, la única casa que quedaba sin arder, y después de colocar los heridos distantes del fuego, nos marchamos. El herido que me regaló el cuchillo, creyendo que nos íbamos empezó a gritar lastimosamente: "No me dejen solo que me muero". Él ignoraba que momentos después volverían tres de sus compañeros con medicinas nuestras para curarlo.

Tomamos rumbo hacia el campamento. Me puse al lado de un prisionero y echándole un brazo por arriba de los hombros, así fui hablando con él de la ideología de nuestra lucha, del engaño de que eran víctimas ellos por parte del gobierno y todo lo concerniente al tema que el tiempo y lo corto del camino nos permitió. Él me pidió que anotara su nombre y que en el futuro no me olvidara de él, ya que era pobre, que mantenía a su mamá, y él no sabía lo que iba a pasar. Nos despedimos de los prisioneros con un abrazo, soltamos a los civiles presos. Uno de ellos nos serviría de guía, y nos encaminamos rumbo a Palma Mocha, por un camino que bordea la costa.

Desde lo lejos, se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas.

El primer combate victorioso del Ejército Rebelde (I)

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir