Pero la zona de La Plata era también una de las más activas en lo
que se refiere a las luchas campesinas en la Sierra Maestra. Entre su
población existía un espíritu solidario, revelado en diversas acciones
colectivas que habían sido emprendidas contra medidas de la compañía.
El desembarco del "Granma" sirvió de pretexto a la compañía para
tomar represalias mayores contra el campesinado de la zona y acelerar
sus planes con vistas al desalojo masivo de todos los que se oponían a
sus intereses explotadores. Alrededor del 13 de enero fueron apresados
once campesinos, vecinos de La Plata y Palma Mocha. Seis de ellos
fueron llevados a bordo del guardacostas 33, y luego arrojados al mar
el día 23, por orden del teniente Julio Laurent, a varias millas de la
costa, algunos atados, otros metidos en sacos. Murieron ahogados o
devorados por los tiburones todos menos uno, Agripino Cordero, quien
logró mantenerse a flote durante catorce horas y nadar hasta alcanzar
la orilla. A otros cinco se les llevó por tierra el día 17, unos
minutos antes del ataque al cuartel de La Plata, hasta El Macho, donde
algunos fueron asesinados.
Desde el punto de vista táctico, la toma del cuartel de La Plata
reunía condiciones favorables para el destacamento guerrillero. En
primer lugar, cabía contar con el factor de la sorpresa, ya que ni el
Ejército ni los campesinos podían sospechar su presencia en esa zona.
En segundo lugar, se trataba de una instalación cuyo asalto exitoso
era factible, en vista de su ubicación y la cantidad de tropas que
radicaban allí. Este último elemento es primordial si se tiene en
cuenta el poco armamento y escaso parque disponible, el hecho de que
muchos de los combatientes no habían sido probados en combate y la
necesidad de consolidar con una victoria el ánimo general de la tropa
guerrillera.
El día 13, en consecuencia, después de haber recibido las armas y
los hombres que vienen con Guillermo, Fidel decide que ha llegado el
momento.
Son 32 los hombres que se disponen a partir esa tarde. Dieciocho de
ellos son expedicionarios del "Granma" y los otros catorce son
campesinos incorporados a la lucha o militantes del Movimiento
enviados desde Manzanillo. Sin embargo, no todos figuran como
combatientes, ya que no hay armas para todos. En ese momento, la
guerrilla cuenta tan sólo con 21 armas largas: nueve fusiles de
cerrojo con mirilla telescópica, seis fusiles semiautomáticos, dos
ametralladoras Thompson, otros tres fusiles de cerrojo y la escopeta
de calibre 16 que ha traído Guillermo el día anterior. Se dispone,
además, de dos pistolas Star de ráfaga y otras tres o cuatro pistolas
y revólveres. Una de estas armas cortas se queda con Ramiro. Por lo
demás, están las ocho granadas y los cartuchos de dinamita entregados
el 29 de diciembre por Geña Verdecia en Los Negros.
La columna se pone en marcha a las 3:30 de la tarde. La primera
etapa del camino los lleva hasta la casa de Felo Garcés. El campesino
les indica la mejor ruta a seguir para que no sean vistos. Por uno de
los estribos orientales de Caracas caen sobre la finca de Chichí
Mendoza, en el firme de La Olla. Allí comienzan las marcas de
Melquiades Elías. Siguen la marcha entre bosques y cafetales por todo
el firme del Frío. Esa noche durmen en un claro del bosque.
El lunes 14 de enero, los combatientes están en pie a las 5:45 de
la mañana. Con las primeras luces, emprenden la marcha. Comienzan a
bajar por todo el firme, siempre siguiendo las marcas que ha dejado
Melquiades Elías. En su diario, Raúl Castro relata:
Después de una prolongada y pendiente bajada, llegamos al precioso
río la Magdalena. Este punto estará a unas dos leguas y media en línea
recta del mar. En una charca muy bonita y fría se bañaron, y lavaron
alguna ropa. Yo sólo lavé un pañuelo y me bañé la mitad del cuerpo
para arriba incluyendo la cabeza.
No serían todavía las 9 de la mañana, o cerca de las 10, pues el
Sol todavía no había llegado al cañón donde estábamos. Por más de
cuatro horas estuvimos aquí: después del baño comimos de lo que
llevábamos de reserva: un pedazo de turrón de alicante, un chorizo y
media lata de leche condensada. Después se aprovechó y F. [Fidel]
graduó los rifles de mirillas a 300 metros, para poder tirar con ellos
desde 100 hasta 800 metros, por lo menos, ya que según la distancia,
se podrá apuntar más abajo o más arriba. Como a las dos partimos de
este lugar; subiendo un poco a la derecha, en contra de la corriente
del río, se ven las ruinas de dos bohíos quemados por los mayorales de
la compañía de los herederos de Núñez Mesa: estos mayorales son unos
verdaderos verdugos con los campesinos, viéndose además protegidos por
el Ejército, en muchos casos golpean a los campesinos impunemente. Ahí
estaban sus estancias de viandas arrasadas.
En ese mismo lugar Fidel redistribuye el armamento entre los que
participarán en la acción. Aprovecha también para probar las armas y
hacer una económica práctica de tiro, seguro de que el ruido no
viajará muy lejos entre las murallas de piedra del cañón. Todos hacen
dos o tres disparos. Para algunos de los que no vinieron en el
"Granma", es la primera ocasión en que tiran con armas largas de
guerra.
A las 2:00 de la tarde comienzan a ascender la falda del alto de
Caguara. A poco de estar avanzando por el firme, la vanguardia de la
columna tropieza de repente con dos hombres. Son dos muchachos de La
Plata, Alberto y Evaristo Díaz Mendoza, que han subido este monte
solitario a colmenear. Raúl recuerda en su diario:
Ya tenían una lata de gas a 60 libras llena de miel, les pagamos el
doble de a como lo vendían ellos, creo que se les dieron $10.00. Nos
topamos aquí con el problema de que no los podíamos dejar marchar
después de que nos vieron. Después de que F. [Fidel] y C. [Crescencio]
los interrogaron, se decidió quedarnos con Evaristo, el mayor de
ellos, como rehén, se le pagarían cinco pesos diarios para cada día
que esté con nosotros. El otro se iría, haciéndosele la advertencia de
que sólo podrá comunicárselo a su hermano mayor o a su papá, si
violaba estas disposiciones con peligro de nosotros serán fusilados.
El firme por donde avanzan ahora es llano y la marcha no es
particularmente fatigosa. Continúa relatando Raúl:
Ya oscureciendo llegamos donde terminaba un camino abierto con
buldócer, que va desde la playa, hecho por la compañía para explotar
maderas, previamente habían expulsado a los campesinos de la zona. Ese
camino termina en la boca de la Magdalena. Caminamos por él,
desplegados en guerrillas y con una punta de vanguardia.
El Che también en su diario, resume la jornada en estas palabras:
A las 6 de la mañana seguimos la marcha por el estribo de un cerro,
iniciando la bajada hacia el río Magdalena al que llegamos dos horas
después, allí desayunamos y Fidel calibró todos los fusiles de
mirilla. Hay 23 armas efectivas, 9 mirillas, 5 automáticas, 4 fusiles
comunes, 2 Thompson, 2 pistolas ametralladoras y 1 escopeta 16. Por la
tarde subimos las últimas lomas para llegar al Plata, allí nos
encontramos con dos primos de Eutimio, el guía, tomamos prisionero a
uno de ellos por dos o tres días y el otro quedó en libertad.
Encontramos un camino hecho para quitar leña del monte y por él
seguimos hasta la noche sin avistar la Plata.
Raúl termina su testimonio de ese día:
En una curva hicimos un alto para oír las noticias de la tarde,
después de seguir avanzando por el camino, aproximándonos más a la
playa como a 4 kilómetros, doblamos a la izquierda, internándonos en
el bosque para acampar. F. [Fidel] le prestó su hamaca a E. [Evaristo]
Mendoza, el muchacho prisionero a sueldo. Las postas se encargaban de
vigilarlo.
El día 15 de enero, Raúl escribe:
Nos levantamos temprano como de costumbre, seguimos en busca del
arroyo de Cotobelo, que en parte está seco y forma un cañón entre dos
montañas en forma inclinada. Hicimos un alto y nos comimos una lata de
sardinas chicas de desayuno.
Después del desayuno, la columna baja a la izquierda hasta una
pequeña aguada del arroyo. Prosigue narrando Che:
Seguimos a paso lento buscando el cuartel con las mirillas, como
había poca agua y todos los alimentos que traemos son enlatados fuimos
a buscarla a un arroyo. El desayuno consistió en una lata de sardinas
(92 g) por persona, el almuerzo en un pedazo de queso, medio tarro de
dulce de leche, un chorizo y medio tarro de leche condensada. Todo por
el día. Seguimos caminando con grandes precauciones avistando ya la
desembocadura del río de la Plata y un cuartel a medio construir. Se
veía un grupo de hombres con el uniforme a medias y haciendo tareas
domésticas. A las 6 de la tarde llegó la perseguidora cargada de
guardias, iniciándose una serie de maniobras cuyo alcance no
comprendíamos. Se decidió dejar el ataque para el día siguiente.
Han vuelto a subir al firme y siguieron avanzando hasta asomarse,
finalmente, sobre el llano de la desembocadura de La Plata. A poco más
de mil metros divisan por primera vez el objetivo.
El escenario de la acción de La Plata es un pequeño llano costero
en forma aproximadamente triangular. Hacia el centro de ese claro
estaba el cuartel, con el frente en dirección al Este, hacia el río, a
unos 200 metros, y un costado hacia el camino, a 50 metros de
distancia. Era una construcción rectangular de tablas y techo de zinc,
a medio terminar, apenas de unos 30 ó 35 metros cuadrados, protegida
por la sombra de un gran quebracho. Al fondo, a otros 50 metros, un
bosque de anacahuitas cerraba el terreno hasta las primeras lomas.
Había otras dos edificaciones en el claro. La más grande era la
casa del mayoral Honorio Olazábal, espaciosa y bien construida. Estaba
a la derecha y abajo del cuartelito, orientada al frente del camino, a
unos 100 metros de éste. La casa tenía a su izquierda un pequeño
rancho de yaguas que servía como almacén de los cocos extraídos del
cocal que cerraba el claro por el Sur.
Fidel ordena comenzar la observación del cuartel, pues, de ser
posible, el ataque deberá realizarse esa misma noche. Universo Sánchez
y Luis Crespo trepan a las copas más altas y tupidas que encuentran.
Con las miras telescópicas es muy fácil definir todos los movimientos
alrededor del cuartel. Mientras tanto, Almeida, Crescencio y Armando
Rodríguez bajan más cerca y llegan hasta apenas 300 metros de la casa
de los guardias.
La casita utilizada como cuartel en La Plata era un apostadero de
la Guardia Rural habilitado a raíz del desembarco del "Granma" para
alojar una guarnición, como una de las medidas de reforzamiento
militar de la dictadura en la Sierra Maestra. Formaba parte de una
cadena de puestos militares que se extendía a lo largo de toda la
costa desde Cabo Cruz hasta Santiago.
Algunos, como los del Macho y Uvero, contaban con guarniciones
numerosas. El de La Plata, en cambio, era relativamente pequeño. En la
fecha del combate, había en La Plata un total de doce hombres, al
mando de un sargento. Disponían de un M-1, una subametralladora
Thompson y fusiles Spríngfield. Había una posta fija, ubicada
aproximadamente a mitad de la distancia entre las dos casas.
A poco de establecida la observación, se percibe el movimiento de
soldados que van y vienen del cuartel a la playa. Poco después, se
escucha el sonido insistente de un barco que pita a poca distancia de
la orilla. Es el guardacostas 33, que patrulla desde hace algunas
semanas esa zona y donde se encuentran algunos campesinos prisioneros.
Todos estos movimientos, de significado incierto, obligan a Fidel a
abandonar el plan de ataque para esa noche.
Durante todo el día 16 de enero el destacamento guerrillero
mantiene la observación del cuartel desde su posición dentro del
monte, a un kilómetro de distancia del objetivo enemigo. Narra Raúl:
Hemos esperado que pasara el día. Bajamos al arroyo o aguada [en
Cotobelo], donde comimos de la reserva: leche condensada, tasajo en
lata y un pedazo de dulce de leche. Subimos otra vez y como a un
kilómetro seguimos esperando y observando el campamento de La Plata;
desde aquí, subido en un árbol se veía perfectamente bien con la
mirilla aunque se veía poco movimiento. A media tarde la moral estaba
por el suelo, ya que por la falta de información del campamento pues
la última la obtuvimos hace cuatro días antes de partir para acá, y se
pensaba que ya no se iba a atacar. Además de la espera que había
desesperado un poco a la inexperta novatada.
Finalmente, a la caída de la tarde, Fidel da la orden de partir. Ya
ha tomado la decisión de atacar esa noche, pero antes quiere obtener
informaciones más precisas. Ha decidido bajar al llano, hacia su parte
más alta, e interceptar el camino que sube desde la desembocadura.
Poco después de las 6:00 de la tarde, ya casi noche cerrada en esta
época del año, la columna se descuelga por la ladera del estribo
opuesta a la posición del cuartel. Fidel se adelanta con un grupo
reducido. Ocupan una posición junto al camino, después de haber
cruzado el río, a unos 300 metros de la casa de los guardias. Desde
allí seguirán observando, con la esperanza de descubrir algún
caminante que pueda ofrecer más información de la que se dispone.
Sobre el camino, a unos 100 metros del lugar donde se instala Fidel
en un cayo de arboleda, se ha ubicado una posta integrada, entre
otros, por Universo Sánchez, Manuel Acuña y Sergio Pérez. Los primeros
detenidos son dos campesinos que vienen subiendo por el camino. Se
nombran Victorino Peña y Jesús Fonseca. De este último hay noticias en
el sentido de que tiene antecedentes de ser informante de la Guardia
Rural.
Al ser interrogados, informan que en el cuartel hay unos quince
guardias, entre soldados y marinos. Parece que esa noche el sargento
ha estado celebrando algo, pues ha invitado a varios colaboradores,
entre ellos Chicho Osario, a darse unos tragos. Dicen que Chicho
seguramente pasará por allí dentro de poco rumbo a su casa. Se decide
seguir esperando.
Fidel manda a buscar al resto de la tropa guerrillera, que ha
permanecido a unos 200 metros de distancia, del otro lado del río,
oculta entre los zarzales y las breñas de un campo de cultivo
abandonado. Un breve rato después son detenidos dos muchachos. Uno de
ellos lleva un pescadito que ha capturado río abajo. La espera no se
prolonga mucho más de media hora cuando se siente una voz.
—¡Alto a la Guardia Rural!
—¡Mosquito! ¡Mosquito!
Universo Sánchez ha dado el alto a un individuo que sube por el
camino del río montado en una mula dorada, y éste ha contestado con la
contraseña de los guardias. No obstante, se ve encañonado y obligado a
desmontar.
—Yo soy Chicho Osario, compay, gente amiga.
Universo le quita el revólver 45 y el cuchillo que lleva a la
cintura, y corre a informar que ha sido detenido el sujeto por quien
se esperaba. Fidel ordena que se le conduzca ante él.
Aparece un hombre de mediana estatura, delgado, trigueño, de unos
50 años de edad. Trae una botella de coñac en la mano, y viene tan
borracho que apenas puede caminar derecho. Apunta Raúl:
Una luna llena nos permitía verle bien la cara a aquel desalmado
[...} He aquí la estampa del asesino más grande que hubiera en la
Sierra. Con varias mujeres, jóvenes infelices campesinas, cuyos padres
tenían que doblegarse ante las influencias y el terror que Chicho
imponía en la zona.
Fidel se identifica como coronel de un cuerpo especial de
investigaciones del Ejército, que viene con la misión de conocer la
disposición combativa de las tropas. Critica duramente la pasividad de
los guardias y dice que él sí está dispuesto a tomar medidas enérgicas
para acabar con ese Fidel Castro y su gente.
A Osorio le brillan los ojos. Mirando de reojo al "coronel", saca
del bolsillo de su camisa una dentadura postiza y se la coloca. Luego
dice con voz bronca:
—La orden que hay es de matar a Fidel Castro. Yo sí que si me
encuentro con él lo mato como a un perro. Yo sí me meto en el monte,
no como éstos que no salen del cuartel. ¿Usted ve ese 45 que acá este
guardia me ha quitado? Con ese mismo lo mato si lo agarro.
La catadura moral de Osorio queda en evidencia cuando empieza a
denunciar a los mismos con los que estaba tomando ron minutos antes. A
renglón seguido comienza a describir a Fidel, con lujo de detalles,
todo lo que haría con él si se lo encuentra, además de matarlo. Fidel
observa que Crescencio está cerca y pregunta al detenido:
—Dicen que con Castro va un tal Pérez. ¿Qué tú crees de ése?
—Ese es Crescencio Pérez —responde Chicho llevándose las manos a la
cabeza—. A ése lo metería en una paila de aceite hirviendo.
Fidel le sigue pidiendo información. Osorio va enumerando a todos
los campesinos colaboradores del Ejército en la zona y a los que él
considera revoltosos. De improviso saca un papel de su bolsillo y
dice:
—Mire, coronel, este cheque de 25 pesos me lo mandó el general
Batista como reconocimiento de mis servicios. Yo sí que me he ocupado
de eliminar a unos cuantos bandidos. Cuando el machadato maté a dos y
mi general me sacó para la calle. Mire, allí mismo, junto a aquel
carbonero, allí mismo maté a uno. Hoy le acabo de dar unas galletas a
unos cuantos campesinos que están allí en el cuartel porque se habían
puesto un poco malcriados. Por ejemplo, ahora mismo, ¿usted ve estas
botas que tengo puestas? Son de uno de esos que vino con Fidel Castro,
que matamos por allá.
Y levanta una pierna para mostrar una de las botas mexicanas del
"Granma". Como dice Che en sus recuerdos de la guerra, Osorio no sabía
que con estas palabras acababa de firmar su propia sentencia de
muerte. (Parte final en la edición de mañana).
El primer combate victorioso del Ejército Rebelde
(Final)