La Plata

El primer combate victorioso del Ejército Rebelde (I)

(Fragmentos tomados del libro La Conquista de la Esperanza)

En los primeros días de enero de 1957, Fidel ha decidido llevar a cabo alguna acción ofensiva contra el Ejército.

Se hace necesario sostener rápidamente una acción militar exitosa que dé testimonio de la supervivencia y pujanza de la guerrilla. Al difundirse este hecho entre el campesinado de la Sierra y, en el mejor de los casos, en todo el país, caerán al suelo las campañas de desinformación de la dictadura, que afirman que Fidel Castro y sus hombres están muertos o dispersos y desalentados.

La zona de La Plata ofrece en este sentido, desde el punto de vista estratégico, la ventaja de su tradición de lucha y su ambiente generalizado de solidaridad clasista y oposición a la explotación. Su campesinado, escaso y pobre, usufructuaba en condición de precarista pequeños lotes en las laderas montañosas. Allí desarrollaba una producción de subsistencia: algunas estancias de viandas, hortalizas y frijoles, unos cuantos animales, un poco de café. El analfabetismo era casi absoluto, la atención de la salud inexistente, las comunicaciones eran trillos de monte transitables solamente por mulos o caballos, y las más de las veces sólo por el hombre.

El atropello de los campesinos estaba a la orden del día, ejecutado por la Guardia Rural y los mayorales y guardajurados de la compañía de Beattie. Tres de estos mayorales habían alcanzado mayor notoriedad por sus crímenes y arbitrariedades: Tomás Osorio —conocido por Chicho—, Miro Saborit y Honorio Olazábal. No eran raros los casos de campesinos apaleados o incluso muertos por estos esbirros.

Fidel intercambia con los combatientes Ernesto Guevara, Juan Almeida, Ramiro Valdés y
Calixto Garcia.

Pero la zona de La Plata era también una de las más activas en lo que se refiere a las luchas campesinas en la Sierra Maestra. Entre su población existía un espíritu solidario, revelado en diversas acciones colectivas que habían sido emprendidas contra medidas de la compañía.

El desembarco del "Granma" sirvió de pretexto a la compañía para tomar represalias mayores contra el campesinado de la zona y acelerar sus planes con vistas al desalojo masivo de todos los que se oponían a sus intereses explotadores. Alrededor del 13 de enero fueron apresados once campesinos, vecinos de La Plata y Palma Mocha. Seis de ellos fueron llevados a bordo del guardacostas 33, y luego arrojados al mar el día 23, por orden del teniente Julio Laurent, a varias millas de la costa, algunos atados, otros metidos en sacos. Murieron ahogados o devorados por los tiburones todos menos uno, Agripino Cordero, quien logró mantenerse a flote durante catorce horas y nadar hasta alcanzar la orilla. A otros cinco se les llevó por tierra el día 17, unos minutos antes del ataque al cuartel de La Plata, hasta El Macho, donde algunos fueron asesinados.

Desde el punto de vista táctico, la toma del cuartel de La Plata reunía condiciones favorables para el destacamento guerrillero. En primer lugar, cabía contar con el factor de la sorpresa, ya que ni el Ejército ni los campesinos podían sospechar su presencia en esa zona. En segundo lugar, se trataba de una instalación cuyo asalto exitoso era factible, en vista de su ubicación y la cantidad de tropas que radicaban allí. Este último elemento es primordial si se tiene en cuenta el poco armamento y escaso parque disponible, el hecho de que muchos de los combatientes no habían sido probados en combate y la necesidad de consolidar con una victoria el ánimo general de la tropa guerrillera.

El día 13, en consecuencia, después de haber recibido las armas y los hombres que vienen con Guillermo, Fidel decide que ha llegado el momento.

Son 32 los hombres que se disponen a partir esa tarde. Dieciocho de ellos son expedicionarios del "Granma" y los otros catorce son campesinos incorporados a la lucha o militantes del Movimiento enviados desde Manzanillo. Sin embargo, no todos figuran como combatientes, ya que no hay armas para todos. En ese momento, la guerrilla cuenta tan sólo con 21 armas largas: nueve fusiles de cerrojo con mirilla telescópica, seis fusiles semiautomáticos, dos ametralladoras Thompson, otros tres fusiles de cerrojo y la escopeta de calibre 16 que ha traído Guillermo el día anterior. Se dispone, además, de dos pistolas Star de ráfaga y otras tres o cuatro pistolas y revólveres. Una de estas armas cortas se queda con Ramiro. Por lo demás, están las ocho granadas y los cartuchos de dinamita entregados el 29 de diciembre por Geña Verdecia en Los Negros.

La columna se pone en marcha a las 3:30 de la tarde. La primera etapa del camino los lleva hasta la casa de Felo Garcés. El campesino les indica la mejor ruta a seguir para que no sean vistos. Por uno de los estribos orientales de Caracas caen sobre la finca de Chichí Mendoza, en el firme de La Olla. Allí comienzan las marcas de Melquiades Elías. Siguen la marcha entre bosques y cafetales por todo el firme del Frío. Esa noche durmen en un claro del bosque.

El lunes 14 de enero, los combatientes están en pie a las 5:45 de la mañana. Con las primeras luces, emprenden la marcha. Comienzan a bajar por todo el firme, siempre siguiendo las marcas que ha dejado Melquiades Elías. En su diario, Raúl Castro relata:

Después de una prolongada y pendiente bajada, llegamos al precioso río la Magdalena. Este punto estará a unas dos leguas y media en línea recta del mar. En una charca muy bonita y fría se bañaron, y lavaron alguna ropa. Yo sólo lavé un pañuelo y me bañé la mitad del cuerpo para arriba incluyendo la cabeza.

No serían todavía las 9 de la mañana, o cerca de las 10, pues el Sol todavía no había llegado al cañón donde estábamos. Por más de cuatro horas estuvimos aquí: después del baño comimos de lo que llevábamos de reserva: un pedazo de turrón de alicante, un chorizo y media lata de leche condensada. Después se aprovechó y F. [Fidel] graduó los rifles de mirillas a 300 metros, para poder tirar con ellos desde 100 hasta 800 metros, por lo menos, ya que según la distancia, se podrá apuntar más abajo o más arriba. Como a las dos partimos de este lugar; subiendo un poco a la derecha, en contra de la corriente del río, se ven las ruinas de dos bohíos quemados por los mayorales de la compañía de los herederos de Núñez Mesa: estos mayorales son unos verdaderos verdugos con los campesinos, viéndose además protegidos por el Ejército, en muchos casos golpean a los campesinos impunemente. Ahí estaban sus estancias de viandas arrasadas.

En ese mismo lugar Fidel redistribuye el armamento entre los que participarán en la acción. Aprovecha también para probar las armas y hacer una económica práctica de tiro, seguro de que el ruido no viajará muy lejos entre las murallas de piedra del cañón. Todos hacen dos o tres disparos. Para algunos de los que no vinieron en el "Granma", es la primera ocasión en que tiran con armas largas de guerra.

A las 2:00 de la tarde comienzan a ascender la falda del alto de Caguara. A poco de estar avanzando por el firme, la vanguardia de la columna tropieza de repente con dos hombres. Son dos muchachos de La Plata, Alberto y Evaristo Díaz Mendoza, que han subido este monte solitario a colmenear. Raúl recuerda en su diario:

Ya tenían una lata de gas a 60 libras llena de miel, les pagamos el doble de a como lo vendían ellos, creo que se les dieron $10.00. Nos topamos aquí con el problema de que no los podíamos dejar marchar después de que nos vieron. Después de que F. [Fidel] y C. [Crescencio] los interrogaron, se decidió quedarnos con Evaristo, el mayor de ellos, como rehén, se le pagarían cinco pesos diarios para cada día que esté con nosotros. El otro se iría, haciéndosele la advertencia de que sólo podrá comunicárselo a su hermano mayor o a su papá, si violaba estas disposiciones con peligro de nosotros serán fusilados.

El firme por donde avanzan ahora es llano y la marcha no es particularmente fatigosa. Continúa relatando Raúl:

Ya oscureciendo llegamos donde terminaba un camino abierto con buldócer, que va desde la playa, hecho por la compañía para explotar maderas, previamente habían expulsado a los campesinos de la zona. Ese camino termina en la boca de la Magdalena. Caminamos por él, desplegados en guerrillas y con una punta de vanguardia.

El Che también en su diario, resume la jornada en estas palabras:

A las 6 de la mañana seguimos la marcha por el estribo de un cerro, iniciando la bajada hacia el río Magdalena al que llegamos dos horas después, allí desayunamos y Fidel calibró todos los fusiles de mirilla. Hay 23 armas efectivas, 9 mirillas, 5 automáticas, 4 fusiles comunes, 2 Thompson, 2 pistolas ametralladoras y 1 escopeta 16. Por la tarde subimos las últimas lomas para llegar al Plata, allí nos encontramos con dos primos de Eutimio, el guía, tomamos prisionero a uno de ellos por dos o tres días y el otro quedó en libertad. Encontramos un camino hecho para quitar leña del monte y por él seguimos hasta la noche sin avistar la Plata.

Raúl termina su testimonio de ese día:

En una curva hicimos un alto para oír las noticias de la tarde, después de seguir avanzando por el camino, aproximándonos más a la playa como a 4 kilómetros, doblamos a la izquierda, internándonos en el bosque para acampar. F. [Fidel] le prestó su hamaca a E. [Evaristo] Mendoza, el muchacho prisionero a sueldo. Las postas se encargaban de vigilarlo.

El día 15 de enero, Raúl escribe:

Nos levantamos temprano como de costumbre, seguimos en busca del arroyo de Cotobelo, que en parte está seco y forma un cañón entre dos montañas en forma inclinada. Hicimos un alto y nos comimos una lata de sardinas chicas de desayuno.

Después del desayuno, la columna baja a la izquierda hasta una pequeña aguada del arroyo. Prosigue narrando Che:

Seguimos a paso lento buscando el cuartel con las mirillas, como había poca agua y todos los alimentos que traemos son enlatados fuimos a buscarla a un arroyo. El desayuno consistió en una lata de sardinas (92 g) por persona, el almuerzo en un pedazo de queso, medio tarro de dulce de leche, un chorizo y medio tarro de leche condensada. Todo por el día. Seguimos caminando con grandes precauciones avistando ya la desembocadura del río de la Plata y un cuartel a medio construir. Se veía un grupo de hombres con el uniforme a medias y haciendo tareas domésticas. A las 6 de la tarde llegó la perseguidora cargada de guardias, iniciándose una serie de maniobras cuyo alcance no comprendíamos. Se decidió dejar el ataque para el día siguiente.

Han vuelto a subir al firme y siguieron avanzando hasta asomarse, finalmente, sobre el llano de la desembocadura de La Plata. A poco más de mil metros divisan por primera vez el objetivo.

El escenario de la acción de La Plata es un pequeño llano costero en forma aproximadamente triangular. Hacia el centro de ese claro estaba el cuartel, con el frente en dirección al Este, hacia el río, a unos 200 metros, y un costado hacia el camino, a 50 metros de distancia. Era una construcción rectangular de tablas y techo de zinc, a medio terminar, apenas de unos 30 ó 35 metros cuadrados, protegida por la sombra de un gran quebracho. Al fondo, a otros 50 metros, un bosque de anacahuitas cerraba el terreno hasta las primeras lomas.

Había otras dos edificaciones en el claro. La más grande era la casa del mayoral Honorio Olazábal, espaciosa y bien construida. Estaba a la derecha y abajo del cuartelito, orientada al frente del camino, a unos 100 metros de éste. La casa tenía a su izquierda un pequeño rancho de yaguas que servía como almacén de los cocos extraídos del cocal que cerraba el claro por el Sur.

Fidel ordena comenzar la observación del cuartel, pues, de ser posible, el ataque deberá realizarse esa misma noche. Universo Sánchez y Luis Crespo trepan a las copas más altas y tupidas que encuentran. Con las miras telescópicas es muy fácil definir todos los movimientos alrededor del cuartel. Mientras tanto, Almeida, Crescencio y Armando Rodríguez bajan más cerca y llegan hasta apenas 300 metros de la casa de los guardias.

La casita utilizada como cuartel en La Plata era un apostadero de la Guardia Rural habilitado a raíz del desembarco del "Granma" para alojar una guarnición, como una de las medidas de reforzamiento militar de la dictadura en la Sierra Maestra. Formaba parte de una cadena de puestos militares que se extendía a lo largo de toda la costa desde Cabo Cruz hasta Santiago.

Algunos, como los del Macho y Uvero, contaban con guarniciones numerosas. El de La Plata, en cambio, era relativamente pequeño. En la fecha del combate, había en La Plata un total de doce hombres, al mando de un sargento. Disponían de un M-1, una subametralladora Thompson y fusiles Spríngfield. Había una posta fija, ubicada aproximadamente a mitad de la distancia entre las dos casas.

A poco de establecida la observación, se percibe el movimiento de soldados que van y vienen del cuartel a la playa. Poco después, se escucha el sonido insistente de un barco que pita a poca distancia de la orilla. Es el guardacostas 33, que patrulla desde hace algunas semanas esa zona y donde se encuentran algunos campesinos prisioneros. Todos estos movimientos, de significado incierto, obligan a Fidel a abandonar el plan de ataque para esa noche.

Durante todo el día 16 de enero el destacamento guerrillero mantiene la observación del cuartel desde su posición dentro del monte, a un kilómetro de distancia del objetivo enemigo. Narra Raúl:

Hemos esperado que pasara el día. Bajamos al arroyo o aguada [en Cotobelo], donde comimos de la reserva: leche condensada, tasajo en lata y un pedazo de dulce de leche. Subimos otra vez y como a un kilómetro seguimos esperando y observando el campamento de La Plata; desde aquí, subido en un árbol se veía perfectamente bien con la mirilla aunque se veía poco movimiento. A media tarde la moral estaba por el suelo, ya que por la falta de información del campamento pues la última la obtuvimos hace cuatro días antes de partir para acá, y se pensaba que ya no se iba a atacar. Además de la espera que había desesperado un poco a la inexperta novatada.

Finalmente, a la caída de la tarde, Fidel da la orden de partir. Ya ha tomado la decisión de atacar esa noche, pero antes quiere obtener informaciones más precisas. Ha decidido bajar al llano, hacia su parte más alta, e interceptar el camino que sube desde la desembocadura. Poco después de las 6:00 de la tarde, ya casi noche cerrada en esta época del año, la columna se descuelga por la ladera del estribo opuesta a la posición del cuartel. Fidel se adelanta con un grupo reducido. Ocupan una posición junto al camino, después de haber cruzado el río, a unos 300 metros de la casa de los guardias. Desde allí seguirán observando, con la esperanza de descubrir algún caminante que pueda ofrecer más información de la que se dispone.

Sobre el camino, a unos 100 metros del lugar donde se instala Fidel en un cayo de arboleda, se ha ubicado una posta integrada, entre otros, por Universo Sánchez, Manuel Acuña y Sergio Pérez. Los primeros detenidos son dos campesinos que vienen subiendo por el camino. Se nombran Victorino Peña y Jesús Fonseca. De este último hay noticias en el sentido de que tiene antecedentes de ser informante de la Guardia Rural.

Al ser interrogados, informan que en el cuartel hay unos quince guardias, entre soldados y marinos. Parece que esa noche el sargento ha estado celebrando algo, pues ha invitado a varios colaboradores, entre ellos Chicho Osario, a darse unos tragos. Dicen que Chicho seguramente pasará por allí dentro de poco rumbo a su casa. Se decide seguir esperando.

Fidel manda a buscar al resto de la tropa guerrillera, que ha permanecido a unos 200 metros de distancia, del otro lado del río, oculta entre los zarzales y las breñas de un campo de cultivo abandonado. Un breve rato después son detenidos dos muchachos. Uno de ellos lleva un pescadito que ha capturado río abajo. La espera no se prolonga mucho más de media hora cuando se siente una voz.

—¡Alto a la Guardia Rural!

—¡Mosquito! ¡Mosquito!

Universo Sánchez ha dado el alto a un individuo que sube por el camino del río montado en una mula dorada, y éste ha contestado con la contraseña de los guardias. No obstante, se ve encañonado y obligado a desmontar.

—Yo soy Chicho Osario, compay, gente amiga.

Universo le quita el revólver 45 y el cuchillo que lleva a la cintura, y corre a informar que ha sido detenido el sujeto por quien se esperaba. Fidel ordena que se le conduzca ante él.

Aparece un hombre de mediana estatura, delgado, trigueño, de unos 50 años de edad. Trae una botella de coñac en la mano, y viene tan borracho que apenas puede caminar derecho. Apunta Raúl:

Una luna llena nos permitía verle bien la cara a aquel desalmado [...} He aquí la estampa del asesino más grande que hubiera en la Sierra. Con varias mujeres, jóvenes infelices campesinas, cuyos padres tenían que doblegarse ante las influencias y el terror que Chicho imponía en la zona.

Fidel se identifica como coronel de un cuerpo especial de investigaciones del Ejército, que viene con la misión de conocer la disposición combativa de las tropas. Critica duramente la pasividad de los guardias y dice que él sí está dispuesto a tomar medidas enérgicas para acabar con ese Fidel Castro y su gente.

A Osorio le brillan los ojos. Mirando de reojo al "coronel", saca del bolsillo de su camisa una dentadura postiza y se la coloca. Luego dice con voz bronca:

—La orden que hay es de matar a Fidel Castro. Yo sí que si me encuentro con él lo mato como a un perro. Yo sí me meto en el monte, no como éstos que no salen del cuartel. ¿Usted ve ese 45 que acá este guardia me ha quitado? Con ese mismo lo mato si lo agarro.

La catadura moral de Osorio queda en evidencia cuando empieza a denunciar a los mismos con los que estaba tomando ron minutos antes. A renglón seguido comienza a describir a Fidel, con lujo de detalles, todo lo que haría con él si se lo encuentra, además de matarlo. Fidel observa que Crescencio está cerca y pregunta al detenido:

—Dicen que con Castro va un tal Pérez. ¿Qué tú crees de ése?

—Ese es Crescencio Pérez —responde Chicho llevándose las manos a la cabeza—. A ése lo metería en una paila de aceite hirviendo.

Fidel le sigue pidiendo información. Osorio va enumerando a todos los campesinos colaboradores del Ejército en la zona y a los que él considera revoltosos. De improviso saca un papel de su bolsillo y dice:

—Mire, coronel, este cheque de 25 pesos me lo mandó el general Batista como reconocimiento de mis servicios. Yo sí que me he ocupado de eliminar a unos cuantos bandidos. Cuando el machadato maté a dos y mi general me sacó para la calle. Mire, allí mismo, junto a aquel carbonero, allí mismo maté a uno. Hoy le acabo de dar unas galletas a unos cuantos campesinos que están allí en el cuartel porque se habían puesto un poco malcriados. Por ejemplo, ahora mismo, ¿usted ve estas botas que tengo puestas? Son de uno de esos que vino con Fidel Castro, que matamos por allá.

Y levanta una pierna para mostrar una de las botas mexicanas del "Granma". Como dice Che en sus recuerdos de la guerra, Osorio no sabía que con estas palabras acababa de firmar su propia sentencia de muerte. (Parte final en la edición de mañana).

El primer combate victorioso del Ejército Rebelde (Final)

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir