El viernes 23 de noviembre, los diarios mexicanos ofrecen
informaciones contradictorias sobre la mencionada conspiración y la
cantidad de armas decomisadas, en tanto la policía se mantiene en
silencio respecto a los hechos. Algunos afirman que las armas ocupadas
ascienden a unos 56 mil dólares, compradas en su mayoría en los
Estados Unidos, mientras otros declaran que la cantidad es mucho
menor. Últimas Noticias, la edición vespertina de Excelsior, citando
una fuente de la policía, informa que entre los documentos ocupados a
los detenidos se encuentran cartas del ex presidente Carlos Prío
Socarrás, pero la policía no comenta al respecto. Se asegura, en
cambio, que la investigación continúa y que conocidos exiliados
cubanos están siendo cuidadosamente vigilados. Durante los
interrogatorios del día anterior, poco o nada revelaron los detenidos
acerca de las armas capturadas y niegan terminantemente conocer a
Fidel Castro. Aunque se guarda todavía silencio sobre los detalles, un
informante expresa que las armas ocupadas fueron entregadas el día
anterior a la Procuraduría General de la República.
Aquel viernes 23 de noviembre, comienza a ejecutarse el traslado de
los combatientes hacia el punto de concentración, según el plan
trazado por Fidel Castro. Por la mañana, Cándido González acude al
apartamento de la calle Coahuila 129-C, colonia Roma, para recoger a
Arsenio García, Félix Elmuza y a otros combatientes, y conducirlos en
un auto Pontiac hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez,
estado de Puebla, adonde llegan alrededor del mediodía. En dos o tres
cabañas alquiladas, Arsenio advierte a Ramiro Valdés, Ciro Redondo y a
Juan Manuel Márquez, y le llama la atención la cantidad de maletas de
piel que hay, todas con armas.
Mientras, el nutrido grupo de treinta y dos combatientes procedente
del campamento de Abasolo, que desde hace dos días se encuentra
hospedado en diversos hoteles en Ciudad Victoria, estado de
Tamaulipas, se apresta a partir en ómnibus hacia la ciudad de Tampico,
importante puerto a orillas de la desembocadura del río Pánuco, rumbo
al sur. Ya de noche, llegan a Tampico y se hospedan en varios hoteles
y posadas, hasta esperar la señal de partida. Uno de ellos es el hotel
Inglaterra, en la esquina de las calles Díaz Mirón y Olmos.
Por su parte, el grupo de Veracruz, que la noche anterior se
trasladara a la ciudad de Xalapa para unirse al otro grupo de
combatientes en ese lugar, sale aquella mañana en ómnibus conducido
por Ñico López hacia Tecolutla, centro turístico en la costa
veracruzana a orillas de la desembocadura del río del mismo nombre. En
total, suman cerca de quince combatientes. Antes de llegar, descienden
de los ómnibus por unos minutos para cruzar en patana el río. En
Tecolutla se alojan en distintos hoteles, en espera de la señal de
partida. Evaristo Montes de Oca es de los primeros en llegar y el
encargado de alojar a los compañeros en los hoteles, lo cual hace sin
dificultad pues no es temporada turística. Dicen ser integrantes de un
equipo de pelota y así pasan dos días en Tecolutla.
Esa propia tarde, Reinaldo Benítez y la mexicana Piedad Solís
arriban a la ciudad de Poza Rica, en el auto conducido por Jimmy
Hirzel. Llevan consigo dos maletas llenas de armas y se hospedan,
según lo acordado, en el hotel Aurora.
Mientras los distintos grupos de combatientes se encaminan hacia el
punto de concentración, Carlos Bermúdez permanece solo custodiando la
casa de Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan. Lo único
que ha comido es unas galletas y otras boberías que le dejaron, además
de algunas naranjas que pudo recoger, pese a las advertencias del
custodio que cuida la casa. Pero ese día llega en un auto Cándido
González con otro compañero, quien le indica abrir la puerta de la
nave que se encuentra al fondo de la casa, donde hay mucha paja de
arroz, y guarda el auto dentro. Antes de salir, Cándido le advierte
que no se preocupe, pues va a recibir una visita muy pronto.
Desconoce Bermúdez que, a pocos metros de la casa, en la margen del
río, ese mismo día el mexicano Antonio del Conde, el Cuate, y
Jesús Reyes García, Chuchú, sitúan el yate Granma y concluyen
el acondicionamiento de la embarcación. Días atrás, ambos guardaron en
la nave de la casa parte de los uniformes, las botas y otros equipos
de la expedición.
Horas después, Bermúdez recibe en la casa de Santiago de la Peña la
visita de Chuchú Reyes, quien llega en un botecito de motor por
el río para llevarle algo de comer. Le toca a la puerta y, advirtiendo
la ansiedad de su compañero, le dice que no se ponga nervioso, que
pronto va a tener una sorpresa grande. Conversan un rato, le trae de
comer algunas galletas y una lata de chorizos, así como un libro sobre
la batalla de Ayacucho. El joven le pregunta si ya está cerca la
partida y Chuchú le responde que sí, pero que no se preocupe.
Bermúdez le propone entonces que consiga unos cuantos sacos de yute
para cargar con todas las naranjas que hay en la casa y Chuchú
queda en traérselos. Pero le asegura que va a traer algo más que los
sacos y parte sonriéndose.
Aquella propia noche, comienza a ejecutarse en Ciudad México el
plan de traslado del grueso de los combatientes hacia el punto de
reunión. Fidel Castro cita a otros jefes de grupo a la casa de la
calle Génova 14, donde residen dos ancianas tías del ingeniero
mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, para trasmitirles las últimas
orientaciones. Entre otros asiste Universo Sánchez, quien funge como
responsable de la casa de Insurgentes 5 y recibe instrucciones de
prepararse para salir. Pero antes debe concentrar el grupo de
compañeros que no pueden integrar la expedición, para dejarles algún
dinero y la orientación de permanecer acuartelados sin salir de la
casa.
También Calixto García se reúne esa noche con Fidel y Raúl, este
último con una relación de los combatientes que formarán parte de la
expedición. Fidel le da algún dinero y la orden de trasladarse, en
compañía de Roberto Roque, a un hotel en la ciudad de Pachuca, estado
de Hidalgo, para al día siguiente continuar viaje hacia el motel Mi
Ranchito, en Xicotepec de Juárez, donde se concentrarán. Por
precaución Calixto, a su regreso al apartamento de Coahuila 129-C,
colonia Roma, no le da detalles a Roque, solo le dice que van para un
entrenamiento.
Calixto plantea en aquella ocasión a Roque que no puede llevar
maleta alguna y debe ir solo con el abrigo en la mano, para no llamar
la atención. Tienen una pequeña discusión, pues Roque insiste en
llevar la maleta donde tiene todos sus libros de navegación. Tuvo que
ponerse duro Roque para convencerlo, diciéndole que si no lleva
consigo los libros debía asumir Calixto la responsabilidad. Al fin,
Calixto accedió a que Roque llevara la maleta con todos sus libros y
parten en ómnibus hasta la ciudad de Pachuca, donde se hospedan en un
hotel.
Tarde en la noche, Fidel Castro se dirige al Pedregal de San Ángel,
acompañado de Cándido González, para despedirse de todos. Lo hace
normalmente, para no despertar sospechas. Abraza a las hermanas que se
encuentran aún despiertas, del mismo modo que lo hizo en otras
oportunidades. Lleva un traje de invierno y camisa blanca de cuello.
Alguien le advierte que debe afeitarse, y sin zafarse el nudo de la
corbata siquiera, va al baño y se afeita. Luego, se pone el abrigo
azul y se marcha, en unión de Onelio Pino que lo espera.
Momentos después, arriba Fidel en un auto al apartamento de la
calle Pachuca, casi esquina a Francisco Márquez, colonia Condesa,
donde lo aguarda Enrique Cámara. Horas antes, salieron del lugar en
otro auto Jesús Montané, Melba Hernández y Rolando Moya, rumbo a Poza
Rica. La noche anterior, lo hicieron el dominicano Ramón Mejías del
Castillo, Pichirilo, y el italiano Gino Doné. Cámara permanecía
solo esperando como una hora y, cuando decide echar un vistazo a la
puerta, en ese momento llega Cándido González a buscarlo. Montan en un
auto donde ya se encuentran Fidel y Onelio Pino, y de ahí salen en
busca de Ernesto Guevara.
Aquella noche, Fidel Castro y sus compañeros detienen su auto
frente al edificio de la calle Anaxágoras, esquina a Diagonal San
Antonio, colonia Narvarte, donde se refugia el médico argentino en el
pequeño cuarto en la azotea, cedido por el guatemalteco Alfonso Bauer
Paiz.
Esa noche sesiona en el apartamento de Bauer Paiz una reunión de la
Unión Patriótica Guatemalteca en el exilio, cuando sienten el timbre
de la puerta principal del edificio. Desde el lugar donde se
encuentran, en la planta baja, pueden observar la silueta de un joven
corpulento. Bauer Paiz pide a su esposa que vaya a ver quién es el
visitante, mientras continúan reunidos. Cuando Fidel Castro pregunta
si está Ernesto, la esposa de Bauer Paiz le responde que allí no vive
ningún Ernesto. Pero Fidel, poniendo el pie delante de la puerta para
evitar que fuera cerrada, le asegura que allí está y va a entrar.
Empuja la puerta y sube corriendo la escalera, hasta llegar al
cuartico donde se refugia Ernesto.
Fidel baja al poco rato, después de avisarle. Entonces Enrique
Cámara sube y se queda un momento en el cuartico de la azotea hablando
con el médico argentino. Recuerda que no hay dónde sentarse, pues lo
único que tiene es un catre tirado en el suelo sin colchoneta, algunos
libros, un montón de papeles y la bombilla del mate.
Alfonso Bauer Paiz relata:
Al rato, Ernesto me mandó a pedir, por intermedio de mi esposa, la
última caja de medicinas que había recibido días antes y que
permanecía en una esquina, cerca del patio. Entre cuatro personas, o
más, apenas si podíamos mover aquella enorme caja [...]
Antes de partir precipitadamente del lugar, Ernesto cierra el
pequeño cuarto por fuera con un candado. En su interior, deja la cama
sin hacer, su bombilla de mate, el reverbero, su inhalador de asma,
algunas prendas de vestir y una media docena de libros abiertos, entre
ellos El Estado y la Revolución, de Lenin, El Capital, de Marx,
y un manual de cirugía de campaña. Al abandonar el lugar, por
precaución Ernesto no se despide del guatemalteco Bauer Paiz ni de su
esposa, quienes le dieran albergue por unas semanas.
Días antes, Ernesto Guevara escribió por última vez a su madre
desde tierra mexicana. Luego de informarle que su esposa partiría
dentro de un mes a visitar a su familia en Perú, con su acostumbrada
ironía comenta:
Yo, en tren de cambiar el ordenamiento de mis estudios: antes me
dedicaba mal que bien a la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al
estudio en forma informal de San Carlos.29 La nueva etapa de mi vida
exige también el cambio de ordenación; ahora San Carlos es primordial,
es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa
más externa [...]
Luego de recordar que estuvo empeñado en la redacción de un libro
sobre la función del médico, del que solo terminó un par de capítulos
mal escritos y que olían a folletín, por lo cual ha decidido estudiar,
esboza su trayectoria en los próximos años:
Además, tenía que llegar a una serie de conclusiones que se daban
de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir
primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas,
con la adarga al brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me
rompieran el coco, escribir.
Por último, en vísperas de emprender la gesta libertaria y con la
encomienda expresa de entregar la misiva días después de su partida,
el joven Ernesto Guevara se despide de su madre:
Para evitar patetismos "pre mortem", esta carta saldrá cuando las
papas quemen de verdad y entonces sabrás que tu hijo, en un soleado
país americano, se puteará a sí mismo por no haber estudiado algo de
cirugía para ayudar a un herido y puteará al gobierno mexicano que no
lo dejó perfeccionar su ya respetable puntería para voltear muñecos
con más soltura. Y la lucha será de espalda a la pared, como en los
himnos, hasta vencer o morir.
Aquella noche, Fidel Castro y sus acompañantes se dirigen en el
auto al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla,
donde los aguardan otros combatientes. Cándido González conduce el
auto Pontiac, comienza a llover y llegan de madrugada. En una cabaña
ya los esperan Juan Manuel Márquez y un grupo de compañeros. Conversan
un rato y luego Fidel le dice a Enrique Cámara que duerma allí, en la
misma cabaña del motel, para que al día siguiente se levante temprano
y fuera con Jimmy Hirzel a ver el yate.
No hay otra salida que la Revolución
(1)
"Si salgo, llego; si llego, entro; si entro,
triunfo" (2)
Hacia Tuxpan (4)
Una empresa donde
difícilmente se pueda regresar (5)