Al anochecer, los treinta y dos combatientes del campamento de
Abasolo reciben la orden de partir. En el natural ajetreo de bultos y
ropas, se reparte el poco alimento que queda en la despensa:
chocolate, latería y algunas galletas. Las armas las guardan en sacos
y paquetes, y casi de noche salen en el camión.
Los combatientes que aquella noche partieron del rancho de Abasolo
son: Faustino Pérez Hernández, José Smith Comas, Pedro Sotto Alba,
Camilo Cienfuegos Gorriarán, Eduardo Reyes Canto, Humberto Lamothe
Coronado, Raúl Suárez Martínez, Tomás David Royo Valdés, Luis Arcos
Bergnes, Noelio Capote Figueroa, Andrés Luján Vázquez, José Ramón
Martínez Álvarez, René Orestes Reiné García, René Bedia Morales,
Máximo Francisco Chicola Casanova, Pablo Díaz González, Gilberto
García Alonso, Manuel Echevarría Martínez, Emilio Albentosa Chacón,
Rafael Chao Santana, Ernesto Fernández Rodríguez, Gabriel Gil Alfonso,
Francisco González Hernández, Esteban Sotolongo Pérez, Efigenio
Ameijeiras Delgado, José Ramón Ponce Díaz, Mario Fuentes Alfonso, José
Fuentes Alfonso, Armando Rodríguez Moya, Raúl Díaz Torres, Jesús Gómez
Calzadilla y Mario Chanes de Armas.
En Jiménez Santander se dividen en pequeños grupos de seis o siete
combatientes para dirigirse hacia Ciudad Victoria, donde se hospedan
en distintos hoteles de la ciudad, entre ellos Los Monteros, El Peñón,
Sierra Gorda y San Antonio. Todos duermen otra vez en camas, pues
algunos llevan más de veinte días durmiendo en el suelo.
Pero antes, Fidel conversa un rato más en torno a la ocupación de
la casas de Sierra Nevada, que por eliminación, se destaca que el
traidor puede ser Rafael del Pino, quien desertó y huyó a los Estados
Unidos. Con extremado optimismo, Fidel les habla sobre los planes de
alzamiento en Cuba a su arribo y reitera una vez más su confianza en
el pueblo, pues está seguro de que a su llegada se irán incorporando a
las fuerzas expedicionarias. Una y otra vez, Fidel repite: "Si
salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo".
Finalmente dicta las últimas instrucciones a Melba, quien debe
quedar en México al partir la expedición. Durante semanas, Fidel fue
convenciéndola de que no debía acompañarlos como era su propósito,
pues el barco no tiene condiciones para llevar una mujer, presiente lo
duro de la travesía y los peligros que acechan. Melba recuerda que una
de las instrucciones de Fidel fue que debía tener listo a Pichirilo,
de manera que saliera con una hora de diferencia de Moya hacia el
punto de partida. Otra fue que desalojara el apartamento de la calle
Ingenieros, que cuidaba el italiano Gino Doné y donde se guardaban
uniformes, frazadas, botas y otros equipos de la expedición.
Luego de indicar cada detalle, Fidel se sienta a comer. Desde hace
varios días apenas prueba bocado. En los últimos meses duerme muy
poco. Esa noche no se ha quitado el abrigo ni un instante, está
abrasado en fiebre y tiene los bronquios inflamados. En esas
condiciones ha ido y venido de un lado a otro, lloviendo y bajo un
frío atroz. La visita de Fidel en el apartamento de la calle Pachuca
es interrumpida por un aviso de Cándido González, quien observara en
la esquina un movimiento sospechoso de individuos que parecen de la
Federal de Seguridad. Evidentemente, a medida que transcurren las
horas, la persecución policíaca se hace más intensa.
Luego, Fidel sale precipitadamente del apartamento de Pachuca para
dirigirse al Pedregal de San Ángel e impartir nuevas orientaciones.
Apenas tiene tiempo allí para reunirse con sus hermanas Lidia, Emma y
Agustina, y comunicarles la inminente partida.
El continuo trasiego de armas y equipos en la capital mexicana
requiere del reacomodo de algunas casas que sirvan temporalmente de
refugio. Días antes, Cándido González acudió al apartamento de la
calle Coahuila 129-C, colonia Roma, en busca de Carlos Bermúdez, para
conducirlo a otro apartamento donde se guardaba un importante lote de
armas. Y allí durmió Bermúdez dos noches solo y con la única
orientación de no contestar el teléfono.
La noche de aquel miércoles 21, Bermúdez recibe la visita de
Cándido, que viene en un auto Pontiac del 56 color crema y le indica
que abra el garaje para guardar el auto. Le orienta que lo acompañe y
abren unos closets donde hay tres maletas de piel bien pesadas, que
guardan en el auto y salen. Cándido deja el garaje abierto, Bermúdez
se lo advierte, pero él le responde que no se preocupe. Parquea el
auto en la calle y se baja. Bermúdez ve por el espejo retrovisor que
entran otro carro del mismo tipo en el garaje y cierran la puerta.
Cándido regresa entonces con el Gallego José Morán y parten los tres
en el auto.
Poco después, Cándido se queda como a dos o tres cuadras cerca de
allí y Bermúdez sigue con Morán hasta el motel Mi Ranchito, en
Xicotepec de Juárez, donde lo aguarda Fidel. Pero cuando llegan, ya
Cándido está también esperándolos. Bermúdez recuerda que, en lo que se
bañó y cambió de ropa, hubo otro cambio de maletas en el auto. Aquella
noche durmió en una cabañita con el Gallego Morán, mientras en
otra dormían Fidel y Cándido.
Aquella noche, el mexicano Antonio del Conde acude una vez más al
motel Mi Ranchito, para llevar a Fidel Castro los últimos informes
acerca de la reparación y acondicionamiento del yate Granma. Según
recuerda el Cuate, Fidel se aloja en la cabaña 13, la más
alejada, junto con su hermano Raúl y Juan Manuel Márquez. Semanas
atrás, los agentes de la dictadura ofrecían 10 000 dólares por conocer
la verdadera identidad del colaborador mexicano que suministra las
armas a los revolucionarios cubanos en México. Pero después suben la
recompensa a 20 000 dólares, lo cual preocupa a todos.
En aquel último encuentro, Fidel Castro informa a Antonio del Conde
su decisión de partir cuanto antes y discute con este el plan de
traslado de los distintos grupos hacia el punto de concentración. Por
último, le comunica su decisión de que no participe en la expedición,
sino que permanezca en tierra cumpliendo algunas importantes tareas,
entre otras tratar de seguir el itinerario del barco desde tierra, al
menos hasta que salga al Golfo. De regreso al puerto de Tuxpan,
Antonio del Conde comunica a su compañero Chuchú Reyes las
últimas instrucciones de Fidel, advirtiéndole que será el encargado de
conducir el barco por el río hasta la desembocadura.
Mientras tanto, en Cuba continúan las labores clandestinas con
vistas a la expedición. En horas de la mañana de aquel miércoles 21,
Inés Amor se dirige al aeropuerto de Rancho Boyeros, en La Habana,
para tomar el avión que debe conducirla a México, siguiendo
instrucciones del líder revolucionario. Entre otras cosas, lleva para
Fidel la confirmación de que "un tal del Pino" da informaciones a la
dictadura, según un colaborador infiltrado en los cuerpos represivos.
Pero agentes del Buró de Investigaciones la interceptan y proceden a
su detención. No obstante, después de 48 horas es liberada, no sin
antes ser interrogada personalmente por el coronel Orlando Piedra,
jefe de ese siniestro órgano represivo de la tiranía batistiana.
El jueves 22 de noviembre, los diarios mexicanos divulgan las
primeras noticias sobre la ocupación de armas en las casas de Sierra
Nevada en Lomas de Chapultepec, el pasado sábado 17, y la detención de
los cubanos Pedro Miret, Enio Leyva y Teté Casuso. El periódico
Excelsior publica una escueta nota, con el título: DECOMISAN ARMAS
QUE IBAN A CUBA. Asegura la información que armas de todos los
calibres, ametralladoras y parque destinado a un movimiento contra el
presidente Fulgencio Batista fue descubierto por la policía en dicho
lugar, luego de que agentes de la Procuraduría General de la República
y de la Dirección Federal de Seguridad irrumpieron la noche del sábado
último en las residencias de Sierra Nevada, deteniendo a tres
exiliados cubanos cuyos nombres no fueron revelados, aunque se
considera que tienen nexos con el ex presidente Carlos Prío Socarrás y
Fidel Castro. La investigación del actual complot es guardada en
absoluto secreto y los datos no son revelados oficialmente por dicha
dependencia, en vista de que se supone que los detenidos forman parte
de un numeroso grupo de conspiradores.
Añade la información que las autoridades tratan de saber también
quiénes son los suministradores de armas a los conspiradores, así como
a quiénes iban a ser enviadas. Agentes de la Procuraduría General de
la República, dependencia que tiene a su cargo el caso, continúan
investigando. Y concluye la información, con una significativa
revelación:
La denuncia de un extranjero presentada ante una embajada,
referente al sitio en donde se guardaban las armas, puso en movimiento
a los investigadores. No se dio a conocer el nombre de la persona que
reveló el dato ni la embajada que pidió la intervención de la policía.
No se sabe que el extranjero delator exigió una suma de dinero para
revelar el secreto.
Por su parte, el diario La Prensa divulga en grandes titulares:
OTRA CONJURA CONTRA BATISTA DESDE MÉXICO. Según la información,
agentes federales descubrieron dos grandes depósitos de armas y
municiones, resultando detenidos tres cubanos, dos hombres y una
mujer. Hasta el día anterior, por orden superior, todo seguía
manteniéndose en secreto y oficialmente no se decía una palabra y se
negaba todo, aunque fuentes de confianza revelaron algo. Asegura el
rotativo que los detenidos se encuentran en la cárcel de Miguel
Schultz, a disposición de la Procuraduría General de la República, y
que son Teté Casuso, quien trabajaba en una revista capitalina,
un tal Enio y otro apellidado Miret.
Venciendo el hermetismo policiaco, el diario tuvo acceso a algunos
detalles que a continuación revela:
Parece ser que una delación puso a nuestras autoridades sobre la
pista. En efecto, se nos hizo saber que cierto individuo, cuya
identidad es un secreto, seguramente extranjero, se presentó en una
embajada, no sabemos de cuál país, y reveló que conocía la existencia
de los depósitos de armas destinadas a los agitadores antillanos. El
delator no quiso decir más y exigió una suma de dinero para dar toda
la información, con nombres y direcciones. Parece ser que no le
retribuyeron nada y que, en cambio, denunció los hechos a nuestras
autoridades.
Continúa informando que, como resultado de la acción de fuerzas
mancomunadas de la Procuraduría General de la República y de la
Dirección Federal de Seguridad, y tras una vigilancia de varias horas,
irrumpieron en ambas casas y comprobaron la existencia de gran
cantidad de armamento, gran parte de este al parecer de manufactura
norteamericana. Y agrega el rotativo:
En una de esas casas fue capturada Teté Casuso. Al hacer el
segundo cateo, cayeron el tal Enio y Miret. Estos habían entrado a
nuestro país como turistas. Al parecer, ninguno de ellos ha querido
revelar nada que comprometa a su causa y en un principio se negaron a
declarar. De las Lomas de Chapultepec fueron trasladados a la cárcel
migratoria y ahí seguían ayer.
Tal como asegura la información, los tres cubanos continúan
detenidos en la estación migratoria de Miguel Schultz, en espera de
ser consignados ante las autoridades federales. Ya por entonces, Miret
y Leyva han sido trasladados de la pequeña celda donde permanecen
aislados varios días y ahora comparten con los demás detenidos en los
amplios salones de la prisión.
Precisamente ese jueves 22 de noviembre, comienzan a transcurrir
los momentos más tensos de la estancia de los combatientes cubanos en
México. En horas tempranas de la mañana y luego de dictar las últimas
instrucciones para comenzar el traslado y concentración de los
combatientes en el punto de partida, Fidel Castro parte en un auto del
motel Mi Ranchito, en unión de Cándido González y Carlos Bermúdez,
hacia la casa ubicada en Santiago de la Peña, en las márgenes del río
Tuxpan.
La casa, situada en la calle Recreo, entre Álvaro Obregón y Benito
Juárez, destaca en el humilde poblado. Cuenta con un bungalow o casa
principal, otra más pequeña y una gran nave, que hace las veces de
garaje y almacén, rodeada por un terreno bastante grande sembrado de
naranjos.
Después de bajar las maletas y guardarlas en un cuartico en el
fondo donde hay un catre, Fidel orienta a Bermúdez que se quede allí,
pues aquello tiene que cuidarlo. Entonces, de una de las maletas Fidel
saca una Thompson y, luego de manipularla, le advierte al combatiente
que no debe salir de allí. Bermúdez le pregunta si ya están a punto de
salir, pero Fidel se echa a reír y no le contesta.
No hay otra salida que la Revolución