Baracoa no miente La
primera villa fundada en Cuba por los españoles cumple 495 años. Pero
no ha perdido su belleza, atributos y leyendas
JOEL MAYOR LORÁN
Joel@granma.cip.cu
Cuentan que es muy bonita. Y no defrauda a quienes la conocen. Hace
más de cinco siglos, Cristóbal Colón escribió en su diario de
navegación que era "... la más hermosa cosa del mundo...". Pero el
embrujo de Baracoa burló los límites del tiempo. Muchos persiguen aún
el placer de involucrarse en las leyendas de tan singular paraje.
Si
algo distingue a Baracoa es el cacao.
Unos la llaman la Ciudad de las Montañas; otros, la de las Aguas,
la Ciudad Paisaje o la de las Lluvias. Todos con razones suficientes,
tanto los que adoran sus añejas casitas envueltas por empinadas
colinas, como los que la prefieren por sus 27 ríos cristalinos, playas
y centenares de arroyos.
Tampoco se equivocan quienes desean recordarla por sus cocoteros y
polimitas. Su flora y fauna la convierten en la más importante reserva
de la biodiversidad en el Caribe. En semejante entorno de bosques,
almendros y palmas, habitan el almiquí, el gavilán caguarero y
posiblemente el carpintero real.
Sin embargo, pudieran ser las constantes lluvias las que nombren a
este rincón guantanamero, pues el promedio anual de precipitaciones
oscila entre los 3 000 milímetros en las montañas y los 1 800 en el
llano. El propio Colón no pudo partir sino ocho días después de su
llegada, a causa de las inclemencias del tiempo.
Al municipio le endilgan también, con probados argumentos, el
calificativo de Capital de la madera, del coco y del cacao. Lo cierto
es que como la definiera Alejandro Hartmann, el historiador de la
ciudad, Baracoa es "una tierra paradisíaca".
LA PRIMERA VILLA
El privilegio de llegar a los 495 años no lo comparte con nadie.
Santiago de Cuba, Trinidad, Matanzas y La Habana han de contentarse
con que esta fuera la primera villa fundada en Cuba por los españoles.
El primer europeo en recorrerla tuvo la agudeza de advertir su "buen
puerto, buenas aguas, buenas comarcas y muchas leñas", y escribió que
era "tierra fertilísima y toda labrada".
Tras
495 años, Baracoa continúa siendo una tierra mágica.
Años después de la llegada del Almirante, España envía a un
gobernador. Diego Velázquez había erigido varias villas en Santo
Domingo. El 15 de agosto de 1511 fundó a Nuestra Señora de la
Asunción, y la convirtió en capital de la Isla.
No obstante, persistió el nombre indígena Baracoa, que alude a su
característica de asentamiento marino, pues en la lengua aruaco, de la
cual procede este toponímico, bara significa mar, y coa es un sufijo
que denota existencia.
Según Hartmann, la cercanía con La Española (donde estaba enclavado
el virreinato) y con las rutas fundamentales entre las grandes
antillas y la metrópoli refuerzan la elección de este lugar.
ANDAR DE SIGLOS
Baracoa estuvo abandonada mucho tiempo por las autoridades. En
cambio, la villa atraía a corsarios y piratas, debido a su posición
geográfica. Solo hasta el siglo XVIII el capitán general de la isla
Don Francisco decide fortificarla, por estar Cuba enfrascada en varias
guerras con los ingleses. De nuevo la ubicación determina.
Luego, la Revolución de Haití le deparó varias oleadas de
franceses, a finales de esa centuria. Ellos se mezclaron con los
pobladores de la villa e introdujeron las plantaciones cafetaleras, lo
cual propició un moderado florecimiento económico.
Y otros cien años no cambiaron el aspecto de la Ciudad Primada,
aunque sí la manera de asumir la realidad. Hubo baracoanos en la
contienda del 68 y en la Protesta de Baraguá. Por sus costas
recibieron a Maceo y Flor Crombet, a Gómez y Martí.
Al concluir la guerra contra el colonialismo, Baracoa tenía
enrolados 4 000 de sus hijos en las filas mambisas (de entre 20 000
habitantes).
Paradójicamente, a la ciudad no la castigó la metrópoli, sino la
primera intervención norteamericana, en 1898. No eran necesarios 72
cañonazos de una fragata yanki para que el Capitán jefe de la plaza
española aceptara rendirse. Fue de esas actitudes de la prepotencia
guerrerista de los Estados Unidos, manifiesta Hartmann.
TRISTEZA Y ALEGRÍA
"Durante la seudorrepública esta fue una ciudad de la tristeza.
Muchas fachadas de casas urbanas, de ciertas clases, se transformaron.
Mientras, en el revés de esa cara neoclásica y ecléctica, estaba la
agonía. Teníamos el mayor por ciento de analfabetismo de Cuba, y
solamente 11 kilómetros de carretera, expone el historiador.
"En 1949 tuvimos el primer aeropuerto, de tierra. Además, de 14 000
niños y jóvenes en edad escolar en la década del 50, solo 5 000 podían
asistir, porque no existían todas las escuelas necesarias, o estaban
en las afueras, en los terraplenes de carreteras, sin pupitres ni
lápices.
"Se empezó a hacer la Vía Azul en la década del 50, pero si no la
termina la Revolución no hubiera sido posible comunicarse por tierra
con el resto del país. Solo contábamos con un servicio de goletas.
"Al momento del triunfo había un sillón estomatológico para una
población de 62 000 habitantes y un hospital con cuatro médicos e
igual cantidad de enfermeras, o sea, un médico y una enfermera por
cada 15 000 habitantes."
Hasta con "maldiciones" han atacado a esta villa. Relata Hartmann
que en 1897 llegó un español al cual primero llamaron "el misterioso",
un hombre estrafalario, de barba hirsuta. Andaba con un jolongo,
descalzo. Era una especie de misionero que hablaba de predicciones.
Deambuló por las calles y las zonas rurales. Un día, alguien le dio
una pedrada. Otros se burlaron, y él soltó su maldición. Esa es la
denominada "maldición del pelú". Dijo que Baracoa tendría iniciativas
pero ninguna se iba a lograr.
"Y fue cierto: la maldición golpeó a la ciudad prerrevolucionaria,
de cara triste y lágrima constante. Pero esa condena se la ha llevado
el viento. Ahora estamos en una Baracoa pletórica de alegría. A la
sociedad socialista le debemos hoy la sonrisa."
A la gente también le apasiona narrar la leyenda de Alejandro y
Daniela, y cómo quien se bañe en el río Miel o se queda o vuelve a
esta región.
Siempre hay alguien que cuenta al visitante las cuatro mentiras de
Baracoa: el Yunque, que no es de hierro sino una montaña cuadrada; La
Bella Durmiente, que no es una mujer sino otra elevación con esa
silueta; el río Miel, que tampoco es de miel; y La Farola, que no
alumbra porque es una carretera.
Pero Baracoa no miente, solo ofrece el inmenso regocijo: "de vivir
en una tierra mágica, embrujadora, llena de historia, luchas y
tradiciones". |