De la evasión a la
poesía
AMADO DEL PINO
Mayo teatral ha continuado
convocando a un público numeroso y entusiasta. La acogedora sala del
Museo de Bellas Artes se repletó con las funciones de La secreta
obscenidad de cada día, uno de los títulos más conocidos de la
dramaturgia chilena en los últimos veinte años. Aunque el texto ha
podido verse en otras ocasiones en Cuba, ahora Casa de las Américas
nos da la ocasión de disfrutar la puesta en escena original,
interpretada por su autor Marco Antonio de la Parra y León Cohen.
Marco Antonio de la Parra, autor de La secreta obscenidad de cada día.
La secreta obscenidad...
yuxtapone el humor y el delirio; la reflexión social se junta con la
indagación en los variados matices de la conducta humana. Con
ingenio, el dramaturgo hace emerger de la piel de dos personajes entre
marginales y enloquecidos las figuras de Carlos Marx y Sigmund Freud.
La obra posee un agudo y brillante sistema de diálogos, pero por
momentos la puesta en escena no equilibra lo suficiente los elementos
risibles con el tránsito hacia lo dramático. Los dos actores
establecen un juego delirante y en el que dan pruebas de organicidad,
vital desplazamiento de los cuerpos y las emociones. Hubiese preferido
menos discurso verbal y más sutileza, pero las reglas del frenético
intercambio siguen interesando. Por momentos, resulta un tanto ingenua
la vocación de mantener actualizado el argumento. Siento como que las
adiciones de lo inmediato andan por un tono más coloquial y evidente,
en contraste con la gracia literaria del texto original.
Desde que Jorge Accame dio
a conocer Venezia hace poco más de un lustro, el título se ha
representado con éxito en varias plazas del mundo. Ahora nos llega en
la puesta en escena de la Compañía Regional de Teatro del estado
venezolano de Portuguesa. Es esta una obra que nos remite al valor de
la ilusión en la vida del hombre, al poderoso contraste entre la
vulgaridad y el analfabetismo que dominan un burdel de una pequeña
localidad abandonada y los reflejos de la mítica ciudad italiana que
estos personajes no saben ni localizar en el mapa. El viaje
teatralmente fabricado desata una corriente afectiva que solo la
imaginación y el arte pueden propiciar.
El montaje de Aníbal
Grunn resulta sencillo y poco pretencioso en cuanto a imágenes. Por
momentos me preocupó que la rusticidad de los objetos dificultara el "vuelo",
la honda traslación mental y emocional que la obra propone. Pero al
final —gracias sobre todo al poderío de las situaciones— no
importan mucho las sillas feas o cierta repetición de los movimientos
ni que la banda sonora acompañe de una forma eficaz pero bastante
elemental. El elenco —un tanto exterior en los primeros minutos—
se crece a partir del viaje hacia la ciudad soñada y logra
emocionarnos, convencernos. Mercy Mendoza logra —mediante un decir
límpido y cálido— una protagonista que arrastra el crecimiento de
la ficción. Lihusmar Ostos y Mayeli Delfín van de la caricatura
elemental a la interiorización con autenticidad. Algo similar puede
decirse de Edilsa Montilla, que sobresale por una cadena de
motivaciones más intencionada. Mucho aporta la frescura ingenua y
vital de Julián Ramos. En general, el nivel actoral es de un
primitivismo que solo salva la fidelidad sentimental al poderoso
argumento de Accame.
Mayo Teatral nos da la
oportunidad de relacionarnos con interesantes historias en las que lo
cotidiano se yuxtapone con lo poético y lo insólito.
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