La última partida de Noel Nicola
Sin perdón pero sin
olvido
PEDRO DE LA HOZ
Esto
sí no se lo vamos a perdonar. Habernos dejado tan pronto, tan solos,
tan sin él en una noche ardiente de verano de este agosto del 2005.
Aunque el desenlace parecía inevitable —una tumoración maligna en
el cerebro alejaba toda esperanza—, quedaba la posibilidad de
engañarnos diciendo que era una mentira, una broma pesada. Pero era
verdad y Noel Nicola se nos ha muerto.
Ya
le habíamos perdonado que no se prodigara, durante las últimas dos
décadas, ante un público que lo sabía realmente esencial en la
juglaresca iberoamericana. Quienes le conocimos, sabemos que pensaba,
sentía y vivía en el estado de gracia de la música —así lo
vimos, en los últimos tiempos, poner el hombro al crecimiento de la
editora Atril, de Producciones Abdala—, pero también su rechazo al
divismo, al seguimiento mediático, a la confrontación con el
mercado.
Germán Piniella, quien
compartió con él tertulias de madrugada y multitud de sueños, lo
definió como "uno que permaneció intransigente, fiel a los
principios que se trazó como trovador y ser humano, inseparables unos
de los otros, acumulando una obra envidiable".
Por eso, cuando se
decidía a hacer un disco, era el disco. Todo o nada. La vida misma en
cada una de las canciones. En Dame mi voz (Unicornio, 2001),
nos conmovió con un arte de decir preciso, sin afeites ni prejuicios,
en temas que debieron (y deben) ser mucho más difundidos: Cuatro
cosas bien, Ay, no sabes, Diciencias y Canción
al suicida indeciso.
Pero antes, desde Comienzo
el día (EGREM, 1977), Así como soy (EGREM, 1980) hasta Lejanía
(EGREM, 1985) y Tricolor (EGREM, 1987), esa manera suya de
concebir la producción discográfica como un acto de creación se
hizo tenazmente evidente.
No se trataba únicamente
de dejar testimonio de sus prodigiosas canciones, sino de arroparlas
como es debido y entregarlas a punto para que el disco fuera, en los
oídos del escucha, una celebración de la poesía.
Cuando se habla de Noel
inmediatamente se recuerdan canciones que nos han acompañado en
fechas patrias y conmemoraciones íntimas, la legendaria Para una
imaginaria María del Carmen, la imprescindible Ámame como soy,
el misterioso Son oscuro, la inefable Es más, te perdono.
Pero poco se menciona uno
de los trabajos más arduos de su mester de juglaría: Noel Nicola
canta a César Vallejo (1986). Nunca antes las desgarradas
metáforas del extraordinario vate peruano habían hallado tan ceñida
y honda expresión en la música. Diríase que el signo vallejiano que
marcó no solo a Noel, sino a los fundadores de la Nueva Trova cubana,
afloró en esa suite de canciones.
Vamos a no perdonarle a
Noel este prematuro acto de despedida. La mejor manera de hacerlo
será escuchándolo a él o a otras voces que creyeron y defendieron
su repertorio. Manteniendo viva la imagen del trovador de aires
adolescentes que entre Silvio y Pablo estrenó la nueva canción
cubana el 18 de febrero de 1968 en la Casa de las Américas de Haydée
Santamaría.
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