Mariana y María en
la urdimbre Maceo
IRAIDA CALZADILLA
RODRÍGUEZ
Pregunto
a Nydia Sarabia Hernández, fundadora de la Oficina de Asuntos
Históricos del Consejo de Estado, y hoy en jubilación activa llena
de proyectos y libros por publicar, por dos mujeres paradigmáticas
en la vida de Antonio Maceo: Mariana Grajales, la madre fecunda que
inculcó a los hijos los deberes con la Patria, y María Cabrales,
la esposa que hizo vida nómada siguiendo a las tropas mambisas para
curar a los heridos.
Nydia Sarabia resalta la importancia del temple y el coraje de Mariana, y que María supo asimilar todo aquello como ninguna otra de las mujeres.
Ella me mira y lo
primero que contesta es que no quiere tejer alrededor de la familia
Maceo historias baladíes. Eso sería, dice, faltar a una "tribu
heroica" que entregó todo a la causa de la independencia cubana y
soportó sin agonías lastimeras la sobrevivencia en cuevas,
rancherías, campamentos y sitios inhóspitos para evadir al
enemigo.
"Fueron
dos mujeres grandes. Algunos aseveran que Mariana y María poseían
un hospital de sangre en el que, incluso, llegaron a curar hasta
soldados españoles heridos en combate. Esto puede darnos una idea
de la personalidad de ambas y sus sentimientos humanitarios."
Nuestro José Martí
conoció a Mariana en Jamaica en 1892, y a la muerte de la anciana
le dedicó un hermoso texto: "¿Qué había en esa mujer, qué
epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y
unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su
sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del
alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?"
Nydia Sarabia lee esas
notas y dice: "¡Cuánto me hubiera gustado conocer a Maceo, ese
mulato gallardo que gagueaba, educado por naturaleza, observador,
callado y sin compasión con las palabras groseras que no permitía
en el campamento!" Esa educación basada en el respeto la debió a
Mariana. Ella ejerció el matriarcado, y mientras Marcos, el padre,
inclinaba a los hijos hacia la labranza, la mujer administraba la
finca Las Delicias. Y más, sobreponiéndose a los tabúes de la
época que relegaban a las féminas, recibía los informes de la
logia masónica. "Mariana simbolizó la unidad familiar en los Maceo",
concluye enfática.
Pero ante la figura
hierática de la Grajales, en la vida del Titán acaso ha quedado
opacada la influencia de María Cabrales, la santiaguera que por
más de 30 años tuvo un papel protagónico en la guerra libertaria
cubana del siglo XIX. Nydia afirma que la mayor ascendencia que tuvo
la mujer hay que verla en la génesis del amor que prodigó al
indómito guerrero.
Sin embargo, aclara que
es injusto citarla solo como la esposa del héroe, pues ella misma
fue una patriota con relevante participación en la causa, en la
guerra transportando alimentos, medicinas, ropas, mensajes y armas a
las tropas del General Antonio, venciendo obstáculos como el cruce
de ríos, montañas, valles y evadiendo al enemigo. Y fue ejemplar
también su postura en la emigración de Jamaica, Santo Domingo,
Costa Rica, Tampa y Cayo Hueso.
"Fue
una nobilísima dama mambisa, a quien no detuvieron ni las barreras
del pigmento de la piel ni las condiciones sociales de su época.
Martí dijo, además, que era la mejor curandera de la guerra."
Y hay una historia que
sobrecoge: cuando Antonio es abatido en Potreros de Mejía, María
está en el campamento y parte a buscarlo a contrapelo de las
fuerzas españolas que asedian. Los tacones de sus zapatos van
dejando en el fango sus huellas presurosas. Ya al lado de la
camilla, no se separa del guerrero herido y lo protege con su
cuerpo. Esa es la traza de los días aciagos de la Guerra de los
Diez Años.
La historiadora afirma
que en la toma de conciencia revolucionaria de la familia Maceo tuvo
mucha importancia el temple y el coraje de Mariana, y María, a
quien la Grajales llevaba en su corazón, supo asimilar todo aquello
como ninguna otra de las mujeres: "Ella fue la más aventajada
alumna de Mariana en la Guerra de los Diez Años y en los días de
la emigración".
Los cubanos estamos en
este 2005 homenajeando el aniversario 160 del natalicio de Antonio
Maceo Grajales (14 de junio), ese hombre inmenso de tanta fuerza en
el brazo como en la mente, como dijo Martí, y a quien nos negamos a
recordar desde el frío reposo en la loma del Cacahual. El hombre
digno que declaró: "No quiero libertad si unido a ello va la
deshonra".
Él, venido de león y
de leona, es el que escribe a su María en 1895, cuando debe partir
de Costa Rica en una expedición: "Confiado pues, en esa tu más
importante cualidad, te abandono por nuestra patria, que tan
afligida como tú, reclama mis servicios, llorando en el estertor de
la agonía. Pienso que tú sufriendo, y yo peleando por ella,
seremos felices: tú amas su independencia, y yo adoro su libertad.
(...) El honor está por sobre todo. La primera vez luchamos juntos
por la libertad; ahora es preciso que luche solo haciendo por los
dos. Si venzo la gloria será para ti".
He ahí la cuestión en
este año de aniversario cerrado. Que vida, valores y legados de
Antonio y los Maceo nos acompañen en la capacidad de entrega, el
patriotismo, la fidelidad, honradez y valentía para enfrentar los
retos de nuevos tiempos. Ellos, los titanes, continúan hoy
alumbrando la conciencia nacional, y son pilares en la actual
Batalla de Ideas. En ese reclamo de resistencia, el héroe de la
Protesta de Baraguá, Mariana y María nos llegan desafiantes. |