La experiencia cubana

Elecciones sin partidos

MARÍA JULIA MAYORAL

El Partido Comunista de Cuba, reconocido como columna vertebral de la resistencia y de la unidad de la nación, no es una organización con propósitos electorales. Entre sus fines nunca ha estado ni estará ganar bancas en la Asamblea Nacional o en las Asambleas Provinciales y Municipales del Poder Popular.

Ello marca una de sus diferencias esenciales en relación con los partidos políticos que operan en las democracias representativas burguesas.

Al igual que el Partido Revolucionario Cubano, fundado por José Martí para librar en el siglo XIX "la guerra necesaria" contra el colonialismo español, el actual Partido Comunista es fruto de la cohesión de las fuerzas revolucionarias (las que lograron la victoria en 1959), y de la decisión popular de contar con una agrupación de vanguardia, capaz de dirigir a la nación en la salvaguarda de la independencia del país e impulsar la obra de creación y justicia de la Revolución.

Su papel como "fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado" (artículo 5 de la Constitución), se manifiesta en el ámbito electoral con la exigencia que mantiene para que sean cumplidas al pie de la Ley las prerrogativas del pueblo, con total transparencia y respeto a los principios éticos defendidos por el proceso revolucionario. El Partido no postula, ni elige ni revoca a ninguno de los miles de hombres y mujeres que ocupan los cargos representativos del Estado cubano.

Escoger a los dirigentes del Poder Popular y retirarles el mandato si desatienden sus funciones, constituyen facultades que los ciudadanos cubanos ejercitan desde los primeros comicios generales convocados por la Revolución en 1976.

En cada uno de los sufragios celebrados hasta la fecha han sido propuestos y elegidos numerosos militantes del Partido, porque sus conciudadanos los consideraron personas con méritos y aptitudes, pero no debido a su militancia.

Al Consejo de Estado corresponde convocar a elecciones y designar a los integrantes de la Comisión Electoral Nacional, que a su vez escoge a las autoridades electorales provinciales. Estas últimas promueven a los miembros de las comisiones municipales que se encargan de determinar las autoridades electorales de la circunscripción, las cuales designan luego a los que componen las mesas de los colegios electorales. En ninguno de esos momentos el Partido toma decisiones, es el pueblo el que se organiza y prepara todos los pasos de los comicios desde la designación de las autoridades y confección de los registros de electores hasta el conteo público de los votos, la certificación de la validez de los sufragios y la proclamación de los electos.

Estudiosos de la materia reconocen que los sistemas electorales en muchas partes del mundo han sido reducidos a la posibilidad del elector, de seleccionar entre los candidatos designados no ya por los partidos políticos, sino por sus elites. Con contadas excepciones, dichas maquinarias en los estados capitalistas constituyen los mecanismos mediante los cuales las cúpulas políticas determinan quiénes acceden a las estructuras representativas del Estado.

Cuba vivió esa experiencia antes de 1959, cuando la actividad del electorado estaba circunscrita a la concurrencia periódica a las urnas, en medio de fraudes, presiones y otras tantas formas de escamotear derechos a los ciudadanos. Aquí el pluripartidismo no propició el acceso del pueblo al poder ni el ascenso de sectores con agendas socioeconómicas, políticas y culturales que sacaran definitivamente a la Isla de su condición de país capitalista subdesarrollado y dependiente.

Tampoco las prácticas pluripartidistas en otras muchas naciones de América Latina y el Caribe resolvieron ni han solucionado los graves problemas sociales de la región, aunque el discurso imperialista, secundado por las oligarquías nacionales, trate de presentar la multiplicidad de partidos como sinónimo de democracia.

Cada pueblo debería estar en condiciones de determinar qué sistema político resulta más conveniente a sus intereses y necesidades. En el escogido por el nuestro la base fundamental es la elección de los delegados de circunscripción. Para realizar esa prerrogativa, los cubanos, demuestran que en una nación de hombres y mujeres libres, el pueblo por sí solo es capaz de proponer, postular y revocar a sus dirigentes.
Más en: Elecciones 2005

 

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