Control Room o cómo fue asesinada la verdad

Un nuevo documental político critica la manipulación mediática del Pentágono en la agresión contra Iraq. Mordaza para el oficial de prensa del CentCom en Qatar

PEDRO DE LA HOZ

Alguien dijo que la primera víctima de una guerra de conquista es la verdad. Los Estados Unidos han practicado históricamente esa norma y a la actual administración no le avergüenza. Una a una las mentiras que la camarilla bushista lanzó al ruedo para justificar la agresión y ocupación de Iraq están siendo ventiladas públicamente en el mundo y en los propios Estados Unidos.

Este verano, además de la ya célebre cinta de Michael Moore, Fahrenheit 9/11, otro documental exhibido en ese país pone el dedo sobre una llaga que muchos sabían abierta desde antes que cayeran las primeras bombas sobre Bagdad: la manipulación mediática de la guerra.

Imágenes de la agresión contra Iraq, transmitidas por Al Jazeera.

Control Room (Sala de control), estrenado en el Sundance Festival, pero con proyecciones públicas desde mayo y en estos momentos en proceso de distribución por la empresa Magnolia, quiere abrir los ojos al norteamericano común acerca de que lo visto por sus televisoras durante el mes que llevó penetrar hasta la capital iraquí no fue más que un montaje predeterminado.

La realizadora Jehane Noujaim ha contado así lo que motivó su documental: "Mi madre es norteamericana, de Indiana. Mi abuelo peleó en la Segunda Guerra Mundial y mi tío en Viet Nam. Mi padre es egipcio. Crecí entre El Cairo y Estados Unidos. Un mes antes de que comenzara la guerra, viajé a Qatar. Como muchas personas en el mundo, intuía que lo que sabría de la guerra dependería de la forma en que fuera reportada. Pude tener acceso a medios norteamericanos y árabes simultáneamente y entender mejor cómo las dos culturas que forman parte de mi ser diferían diametralmente en su visión de la guerra".

A lo largo del documental se ofrece un intenso contrapunto entre la homogenización patriotera y triunfalista de las más poderosas cadenas norteamericanas, atadas de un modo u otro al cordón umbilical de la versión oficial emanada del Comando Central radicado en Qatar, y la narración noticiosa de Al Jazeera, el canal de noticias panárabe. Y lo que es más sustancioso todavía: Noujaim confrontó opiniones de informadores de ambos polos y se sumergió en las interioridades éticas de los divergentes puntos de vista noticiosos.

No pocos de los que han accedido al filme en Estados Unidos sienten inquietud al conocer que lo que ha dicho la cúpula gobernante sobre Al Jazeera es una mentira más. Donald Rumsfeld es de los que atizó el fuego de la descalificación contra la telemisora al acusarla de mentir y hablar en nombre de Saddam y Al Qaeda.

El maniqueísmo obsecuente de la doctrina Bush —todo es en blanco y negro, se está conmigo o contra mí— se ha cebado sobre una televisora que, a fin de cuentas, responde a los cánones mediáticos occidentales —sus fundadores se educaron en la escuela de la BBC y copiaron en buena medida el esquema CNN—, y afrontó problemas con las autoridades que regulaban la información en tiempos de Hussein. Incluso su productor principal manifiesta estar dispuesto a ser fichado por Dox News, "a ver si cambio la pesadilla árabe por el sueño americano".

Pero que a la hora de reportar el avance de las tropas yankis, en lugar de mostrar la marcha triunfal y ceñirse al guión del Comando Central, proyectó las imágenes perturbadoras de las víctimas civiles y la muerte de uno de sus reporteros alcanzado por un bazukazo disparado por los norteamericanos.

"Los espectadores de este notable documental —comentó el crítico Kenneth Turan en Los Angeles Times— se sentirán desconcertados por la mirada de un mundo donde todo está al revés, donde nuestros más preciados preconceptos son cuestionados y la realidad demuestra ser un asunto más complejo de lo que imaginábamos".

Al ofrecer ese juicio seguramente tomó en cuenta las contrastantes opiniones de la productora de Al Jazeera, Deema Jatib, y el oficial de prensa del Comando Central, Josh Rushing. Para la primera no caben dudas acerca de que "la cobertura de la guerra por los medios occidentales es la más increíble obra teatral que he visto jamás en mi vida". Rushing, como quien recita de memoria, persiste en hablar de los valores de libertad, democracia y objetividad que supuestamente animan a agresores y periodistas aliados, pero se horroriza cuando se entera de que en nombre de esos principios han matado a un periodista de Al Jazeera.

Quizá ese estremecimiento humano haya sido el argumento que el Pentágono acaba de utilizar para silenciar a Rushing, a quien se le ha prohibido expresamente dar nuevas entrevistas y mucho menos comentar Control Room. Mueve a la reflexión el hecho de que se haya aplicado la mordaza a uno de sus más eficaces ejecutores, ayer ante los medios acreditados en Qatar y antes en Hollywood, donde trabajó en nombre del Ejército con los estudios para limpiar la imagen de los soldados norteamericanos en las películas.

También resulta perturbador para el norteamericano que ha creído a pie juntillas en las mentiras de Washington para ir a la guerra el testimonio del reportero de Al Jazeera, Hassan Ibrahim, un sudanés que fue condiscípulo de Bin Laden en Arabia Saudita: "¿Copias mi democracia o estás muerto? Las cosas no funcionan así. Estoy de acuerdo, eres la nación más poderosa del mundo, puedes aplastarnos, pero no puedes pedirnos que nos guste... Tengo plena confianza en que el pueblo norteamericano detenga la guerra".

El éxito de Control Room, al margen de la aplaudida pericia artística de su realizadora, tiene que ver con el creciente deseo de la opinión pública en Estados Unidos de conocer las verdades que Bush le oculta.

 

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