Gibara Monumento Nacional

Alexis Rojas Aguilera

Gibara, 16 de enero, 12:00 de la noche. Algo inolvidable acaba de ocurrir. Ningún momento más feliz que este para los habitantes de la villa que alguna vez fue Xivara, Jivara, Givara y que desde 1856 se nombra como hoy día. A esta también especial hora, 40 manzanas de su núcleo histórico, recibieron el altísimo reconocimiento de ser declaradas Monumento Nacional.

Merecida condición para la perla del Norte de Holguín, la irrepetible Villa Blanca de los Cangrejos, nacida en Punta de Yarey al socaire de la construcción de la Batería de Fernando VII, y que tomó nombre de la abundancia en las márgenes del río Cacoyugüin del árbol del Jibá o de la también voz aborigen Guibara, con la que denominaban al Uvero o Uva Caleta, por igual de abundante.

Llamada la primera vez vista por Cristóbal Colón, como Río de Mares, Gibara por obra de sus naturales, tiene singulares valores urbanísticos, arquitectónicos, históricos y culturales, desde el mismo 16 de enero de 1817, cuando se colocó la primera piedra de la pequeña fortaleza que domina la entrada de la bahía del mismo nombre, conjunto que ofrece un pintoresco paisaje. Quien visita Gibara queda prendado para siempre de su entorno y sus gentes.

Ellos, los gibareños, poseen una ciudad de especial trazado en sus calles que cierran en perspectiva en el azul del Atlántico que la baña, en sus tres plazas y en la disposición de sus edificios majestuosos o modestos, según sean de antes o después de mediados del siglo XIX, tanto con respecto a las plazas, como en la diversidad de los materiales empleados, desde llanos o rústicos hasta exóticos, como los mármoles italianos de Carrara o extraordinarios vitrales en sus palacetes neoclásicos. Casi un museo gigante.

Especiales en sí mismos, son los gibareños amantes de sus tradiciones grandes y pequeñas; han logrado mantener más del 50% de su patrimonio arquitectónico con valores conservacionales de grado I y II.

Cuna de grandes glorias pasadas, comercial en sus inicios como ninguna en el Norte de Oriente, la segunda amurallada de Cuba con tres anillos defensivos que la hicieron imbatible hasta para las huestes mambisas de Calixto García que entró victorioso al final de la Guerra Necesaria, Gibara tiene hoy un laborioso pueblo que construye su futuro, afincado en un presente de entrega sin límites a la obra revolucionaria.

Ciudad marítima a los pies de la famosa Silla de Gibara, vivió anoche con cada uno de sus hijos una jornada irrepetible. Nada mejor podía sucederles que este reconocimiento de la Comisión Nacional de Monumentos del Ministerio de Cultura.

 

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