Retorno a la semilla

Gracias a los nuevos programas de la Revolución, jóvenes regresan como educadores a la escuela donde aprendieron a leer y a escribir

Pastor Batista Valdés

LAS TUNAS.— De pie en el vestíbulo, Maylén Cuenca Ramírez se sorprendió. Todo permanecía igual: las aulas, los pasillos, la cocina-comedor, la biblioteca... Allí estaban también Mireya García, directora aún; Migdalia, Tania, Yairys, Idelisa, Hortensia y otros maestros. Cerró los ojos y creyó verse a sí misma sentada en su pequeña mesa escolar. Pero el tiempo había transcurrido. Ya no era aquella niña cargada de sueños entre manuales. Volvía como maestra, decidida a contribuir —en pago— a la educación de otros niños.

Ambas jóvenes gozan del 
cariño y respeto de los niños.

Tampoco Yanet Menéndez Pérez hace el menor esfuerzo por evitar la emoción. Su familia la ve hoy como un genuino fruto. Sencillamente ella siente que retorna a la semilla.

"Siempre me gustó el magisterio —dice—, incluso ya en la secundaria básica pensaba ser algún día maestra. Por eso cuando en undécimo grado me hablaron del curso de habilitación de maestros primarios salté de mi silla y levanté la mano."

Cerca de ella Maylén también agitó su brazo aquel día, dispuesta a incorporarse. "El duodécimo grado —recuerda hoy— lo hicimos en el Instituto Superior Pedagógico Pepito Tey. Allí se definía nuestro futuro. Había que poner a prueba toda la atención, inteligencia, voluntad y pasión, con clases mañana y tarde, complementadas con mesas redondas informativas, noticieros y autoestudio en la noche".

¿Cansancio?

"Quizás un poquito en los primeros días —comenta Yanet—, pero pronto le cogí el ritmo a ese horario y el gusto a asignaturas clave como Metodología de la Matemática y de la Lengua Española, Didáctica (para planificar bien las clases), Psicología, Computación, Trabajo Pioneril, Inglés, Cultura política...".

Las animaba también una fuerte dosis de vergüenza: habían respondido a una tarea de gran trascendencia para el país, tampoco no podían fallarles a sus padres, ni quedar mal con aquellos profesores del Pedagógico (Yisel, Roberto, Addys, Nurys...) que habían pasado a ser como de la propia familia.

LA FELICIDAD

5 de julio del 2003. Alegre bullicio en pleno Pedagógico. Gladys Vázquez, la rectora, ha dado instrucciones para que no se descuide el más pequeño detalle. Varias voces expresan su parecer: unas lo hacen en nombre de la institución y otras por los graduados.

Yanet rompe en sollozos cuando Bertha y Rigoberto (sus padres) le entregan el diploma y el certificado. No exagera. A otros les sucede igual, incluida Maylén en el regazo de su mamá Mercedes.

Estas dos muchachas, ahora combinan su condición de educadoras con la de estudiantes universitarias, pues siguen superándose en virtud de facilidades que les permitirán terminar en cinco años la licenciatura en Educación primaria.

¿Perciben confianza hacia ustedes en los padres de los niños?

"Algunos —explica Maylén— nos han dicho que al principio tenían duda al vernos tan jóvenes y recién graduadas mediante este curso, pero se han dado cuenta de que recibimos buena preparación y confían en nosotras. Eso nos estimula, y también a otros como Yenisbel Guerrero, Frank Michel, Yurielis Lora y Yainet Galvis, bibliotecaria esta última."

La mirada de la pequeña Limay Betancourt (alumna de segundo grado) se pierde en una sonrisa antes de expresar: "Yo quiero mucho a mi maestra porque es buena, cariñosa y comprendo bien las clases".

Ninguna de las dos jóvenes es excepción. Como ellas, cientos de egresados en toda Cuba han regresado a educar en las mismas escuelas donde cursaron la enseñanza primaria.

 

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