Durante décadas los poderosos
recursos publicitarios del imperio repitieron hasta dejarla
establecida, como verdad inobjetable, la frase "American way of
life", indicando con ella que habían alcanzado la sociedad
ideal.
El modelo de vida ofrecido se
convirtió, por obra y gracia del poder mediático, en punto de
referencia para el resto del mundo, el cual debía plantearse como
aspiración suprema el luchar por hacerlo todo de ese mismo modo,
sin tener en cuenta diferencias culturales, tradiciones históricas,
medio geográfico y, sobre todo, desarrollo económico.
Pero la realidad resulta más fuerte
que los simples "slogans", perdurables más allá de la
desaparición de las virtudes proclamadas. En los últimos años el
modo de existir norteamericano dejó de ser ese paradigma de
sociedad humana que pretendió, tras el derrumbe de muchos de sus
supuestos valores.
Así ocurrió, entre otros, con la
delincuencia juvenil y el enfrentamiento a ese virtual flagelo que
compromete seriamente el futuro de la Nación.
Cada día es mayor la participación
de adolescentes y jóvenes en el tráfico y consumo de drogas, el
empleo de las armas de fuego, la organización de pandillas y en
general en la práctica de la violencia, hasta un punto donde varios
especialistas han advertido, alarmados: la situación llega a
afectar la calidad de vida en muchas comunidades y no solo en las
zonas urbanas.
Desde 1984 el número de casos en los
tribunales de menores ha registrado un alza del 68 por ciento. A
partir del 87 los menores de edad detenidos y confinados en
instituciones estatales han aumentado de unos 90 000 a
400 000 en 2002. El sistema sufre por el exceso de expedientes
y la escasez de personal en los órganos de justicia.
En la actualidad el Estado
norteamericano invierte unos 6 000 dólares anuales para educar
a un niño, sin embargo, desembolsa 30 000 para mantenerlo en
instituciones penales. El mayor problema, no obstante, radica en que
en Estados Unidos no existe un sistema judicial único y general
para menores.
Increíble, pero cierto, en el
territorio de la Unión hay 52 sistemas separados y en cada estado
difiere la definición de qué es un menor de edad. En Massachussets,
por ejemplo, un delincuente juvenil lo es a los 17 años, pero si
resulta acusado de homicidio, entonces se le considera mayor de edad
a los 14.
La incapacidad demostrada por la
sociedad norteña en el enfrentamiento a la delincuencia juvenil
preocupa cada día más a los especialistas.
El juez Luis G. Pérez, miembro del
tribunal de menores en Worcester, se ha dirigido a las autoridades
superiores del país en términos que no ofrecen dudas al respecto.
El prestigioso jurista ha dicho:
"Es imposible solucionar los problemas sociales tan apremiantes
como la delincuencia juvenil únicamente en los tribunales, como si
los actos sucedieran en un vacío. Tiene que existir colaboración
activa entre los diversos elementos de las comunidades y
gobiernos; líderes políticos, educadores y religiosos,
organizaciones civiles y otros."
Enfático, añade: "Ello
requiere que dejen de echarse mutuamente las culpas y dejen de
actuar mayormente en respuesta a informaciones sensacionalistas en
los medios de comunicación sobre los crímenes y comiencen a
trabajar juntos con el propósito de resolver una serie de
cuestiones críticas y complejas que afectan a la juventud y a toda
la sociedad."
A no dudarlo, Pérez puso el dedo en
una de las numerosas grietas por donde penetra el agua a The
American way of life. (AIN)