Un
beso a su mujer y la caricia al vientre que le traería el tercer
hijo, fue la despedida de Rodolfo Rosell Salas el 11 de julio de
1962. No podía imaginar el pescador de Caimanera su aciaga suerte.
El día 14, compañeros de la
cooperativa pesquera donde trabajaba y guardacostas cubanos,
encontraron sobre la popa del bote Tres Hermanas su cadáver
boca arriba y en estado de descomposición. Su perro ladraba como
loco.
En el certificado de defunción
constó que la causa directa de muerte fue hemorragia intracraneana,
tras golpes con objetos fuertes. Y la indirecta: heridas por
instrumento punzante.
Pero Rodolfo Rosell Salas murió,
ante todo, por la infamia de los marines en la base naval de
Guantánamo. Fue un pavoroso crimen hacia un sencillo pescador que
abrazó la causa revolucionaria, y jubiloso vestía el uniforme
verdiazul de las Milicias Nacionales, en los primeros años del
triunfo.
Tan
joven era, que acababa de cumplir los 29 años cuando la soldadesca
norteamericana de la base naval de Guantánamo lo asesinó
cobardemente. Era un día cualquiera de su trabajo como pescador
cooperativista y esperaba regresar temprano al hogar, quizás para
comentar en familia los secretos del silencio y las nostalgias de un
hombre solo enfrentado con el mar.
El sepelio de Rodolfo Rosell Salas
fue una estremecedora manifestación de duelo en la localidad de
Caimanera, y un rotundo rechazo del pueblo cubano a la barbarie
norteamericana.