Don Esteban, el Adelantado
Hace 200 años murió
el primer compositor cubano
PEDRO DE LA HOZ
Se dice que fue el
primero. Siempre será difícil una certificación de este tipo.
¿Quién puede negar la posibilidad de alguien, armado de vihuela, o
simplemente a ritmo de palmadas, inventándose la música en los días
pedregosos y lentos de lo que nunca iban a ser las Indias?
Diversas ediciones discográficas
de la obra de Salas lo ha puesto
al día ante el auditorio contemporáneo.
Ni siquiera él mismo tuvo
conciencia de su condición de adelantado. Mucho tiempo después,
cuando Pablo Hernández Balaguer descubrió sus partituras y Alejo
Carpentier fijó sus coordenadas, y aún en fecha más reciente,
cuando Miriam Escudero tuvo el golpe providencial de revivir las
páginas de su canto en honor a la Virgen María, es que sabemos, al
fin, que don Esteban Salas, si no fue el primero, sembró, y ese es su
gran mérito, la semilla de la música de concierto en la Isla, con
una manera propia de concebir el gesto creativo.
Este 14 de julio hará un
par de siglos de su desaparición. Nacido en La Habana, Esteban Salas
Castro tuvo el gran momento de su vida en Santiago de Cuba, donde
ocupó, a partir del 8 de febrero de 1764 el cargo de maestro de
capilla en la catedral de esa ciudad.
De su talento para
insertarse en una comunidad religiosa conservadora, nada presta a la
innovación, enterada apenas de las novedades del Viejo Continente,
dio buenas pruebas el maestro, imbuido en el arte de la fuga y el
contrapunto, en la ciencia del canon y el bajo continuo, hasta hacerse
imprescindible.
Afortunadamente en los
últimos tiempos hemos podido escuchar sus obras en registros
fonográficos debidos a los coros Exaudi, Schola Cantorum Coralina y
Ars Longa. Con igual dedicación profesores de la talla de Electo
Silva y Carmen Collado, en excelentes conciertos, nos aproximaron al
genio de Salas. El Museo Nacional de la Música, dirigido por Jesús
Gómez Cairo, nos propone, a partir de hoy una exposición sustantiva
sobre nuestro músico primado.
Pero, una y otra vez,
tenemos que acudir a Carpentier, quien con agudas observaciones nos
descubrió la intensidad y la altura del legado de Salas en su
esencial ensayo La música en Cuba, recientemente reeditado,
con todas las de la ley, por el Círculo de Lectores de Madrid.
Alejo nos informó sobre
las cualidades de la música de Salas: "Todas las partituras
están escritas con sorprendente seguridad de oficio. En los
villancicos, usa dos partes de violines y bajo continuo, a los que
vienen a unirse, excepcionalmente, dos flautas y una trompa. (...) A
pesar de su amor por los maestros de la escuela napolitana, Salas no
oculta una raíz ibérica, que suele manifestarse en sus obras más
graves, de modo inesperado, haciendo pensar en los giros remozados por
la más moderna escuela española. (...) La finura, el buen gusto, el
frescor de las ideas, nunca abandonan a Salas. Su lenguaje es,
además, conciso y directo, (...) Salas fue, en suma, el clásico de
la música cubana".
Renovar su memoria,
vislumbrarlo en su iniciación, entreverlo en su relieve verdadero,
nos ayuda a comprendernos mejor. Es la mejor manera de apropiarnos de
su herencia.
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