El 10 de junio de 1942 la aldea
checoslovaca de Lídice no fue más el pobladito apacible, casi
réplica de cuando se fundara a principios del siglo XIV. Pasadas
las 10:00 de la noche, la policía y el servicio de seguridad
nazifascistas obligaron a sus moradores a salir de las casas.
Los hombres, sin excepción, fueron
fusilados en una hacienda. Las mujeres, separadas de sus hijos,
enviadas a campos de concentración en Alemania. Los niños, a
centros "especiales" y a cámaras de gas; solo unos pocos
resultaron seleccionados para ser germanizados.
Uno
de los más grandes crímenes de la Segunda Guerra Mundial se
cometió en Lídice, que fue saqueada, incendiada, esparcidos sus
restos y borrada del mapa: fue un pretendido escarmiento que
quisieron dar a la humanidad las hordas de Adolfo Hitler.
Tras la liberación del fascismo,
solo sobrevivieron y regresaron a la aldea 137 mujeres y 17 niños.
Nada quedaba del pobladito de la región de Kladno, cuyos hombres,
todos masacrados, se dedicaban a la minería y a la metalurgia. El
olor a heno de los campos no existía, ni crecía la hierba fresca.
Era un pueblo fantasma borrado de la faz de la tierra.
En 1948 se inició la reconstrucción
al nordeste del antiguo asentamiento, lugar en el que hoy se erige
un monumento a la tragedia. Aunque el fascismo intentó
desaparecerlo, Lídice renació como símbolo de vida y de dignidad,
para que el recuerdo de los ancianos y la risa de los niños nos
hagan pensar en la obligación de luchar para que la barbarie no
vuelva. Para que Lídice sea por siempre un ¡Nunca más!