|
Primer Festival de
Escultura Efímera
Con poco y una buena
idea
ANDRÉS D. ABREU
Muchos son los eventos
artísticos que se dan a conocer a bombo y platillo y logran en su
primera edición un estreno de lujo, mas luego son patinados por las
ausencias de los famosos o la reiteración de sus propuestas.
Jeanette utilizó fuego para remarcar la fugacidad y visualidad de su Alegoría a la existencia.
Pero resulta que aunque el
Primer Festival Nacional de Escultura Efímera intentó cierto
resplandor en su nacimiento con una conferencia de prensa en el Hotel
Vedado, un spot entregado a la televisión, varios patrocinadores, y
la invitación a importantes personalidades de la cultura, del deporte
y del mundo intelectual nacional para entregar un premio, nada de esto
logró salvarlo de un surgimiento bajo cierto anonimato y de efectuar
una edición inicial modesta, sin mucha promoción, sin jurado (solo
integrado por algunos especialistas que decidieron la admisión de los
proyectos a exponer), y con un solo premio: un buen número de
personas, sobre todo niños, reunidos en el parque Mariana Grajales
(23 y C, Vedado) disfrutando de 13 esculturas efímeras que allí se
exhibieron durante las horas del siempre pictórico y también
efímero tiempo del atardecer.
No fue tampoco este un
evento de alto nivel plástico en su totalidad, pero consiguió un par
de buenas obras junto a otras de respetable concepción dentro de un
conjunto que, al parecer, persiguió la idea de funcionar como una
curaduría en base a la diversidad antes que ser una selección desde
determinado nivel de calidad.
Esto permitió que, junto
a Alegoría a la existencia, de Jeanette Chávez, y Nuevo
Faro de Alejandría, de Michel Armenteros —creaciones que
defendieron con ingeniosidad, tanto conceptual como visual, las
premisas del Festival—, se entregara espacio a propuestas como El
Dorado, de Darlyn Delgado, demasiado facilista en lo efímero de
su apropiación y poco provocativa como resultado plástico, y Juegos
digitales, un inseguro retozo con lo efímero a partir de una mesa
dispuesta para partidos de dominó que debían efectuarse a ciegas, y
que poco aportaron más allá del divertimento.
Pero no obstante esas
inevitables divergencias que caracterizan a los salones, concursos y
muestras colectivas de nuestro arte contemporáneo, el Primer Festival
Nacional de Escultura Efímera, organizado por una institución
pequeña como el Centro Experimental de Artes Visuales, ganó como
idea su derecho a convertirse en una convocatoria bienal, tal vez con
un poco más de bombo y platillo, sobre todo porque logró su efecto
de fenómeno de confrontación pública del arte más joven y
experimental (fundamentalmente participaron estudiantes) y consiguió
esa incitación placentera de la conciencia a partir de obras
visuales.
A estas motivaciones mucho
ayudó la participación de Jeanette Chávez (2do. año de San
Alejandro) con la integración del happening, el performance y la
música minimal a la consumación de sus escultóricas y poco
perdurables piezas, sobre todo ese piano ardiente de Alegoría a la
existencia, un espectáculo por el que votó la mayoría.
|