Cerca
de las 8:00 de la mañana, del 4 de junio de 1830, el Gran Mariscal
de Ayacucho, Antonio José de Sucre y Alcalá, se despidió del
mesón de Ventaquemada y partió rumbo a Pastos. El más virtuoso
soldado de Colombia, como se le llamó, no pudo imaginar que, media
legua más adelante, en la montaña de Berruecos, un disparo le
alcanzaría el pecho y dos la cabeza.
Cuentan que el hombre impar de la
independencia de América en la decisiva batalla de Ayacucho, cayó
del mulo en que cabalgaba, fulminado por una muerte inesperada y
equívoca. Los traidores, a cambio, recibieron 50 pesos cada uno.
Simón Bolívar, el Libertador, al
conocer la noticia del asesinato de su lugarteniente, dijo:
"¡Bárbaros, han derramado la sangre de Abel!".
Menos conocido es el vínculo de este
hombre medular de la historia de nuestro continente con la mayor de
las Antillas. Hijo y nieto de cubanos fue Antonio José de Sucre, y
vivió en Santiago de Cuba desde pocos meses de nacido, hasta los 11
años de edad. El venezolano de Cumaná nunca olvidó a la Isla y,
apuntan los historiadores que, inmerso en batallas difíciles por la
independencia de América, no dejaba de recordar a Bolívar su deseo
de llegar a La Habana con un ejército.
De aquel intrépido, considerado el
"gran señor de la milicia latinoamericana", apuntó José
Martí: "Fue hombre solar y no se piensa en él sin vida y
resplandor". El Maestro lo describió como guerrero de
victorias puras, amistad viril, corazón de alas y muerte súbita y
sombría.
Martí escribió de Antonio José de
Sucre y Alcalá: "Amó la América y la gloria, pero no más
que la libertad".