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Valera y la música
de los tiempos que corren
OMAR VÁZQUEZ
No
descubro nada nuevo al situar a Roberto Valera como uno de los
nombres esenciales de la música de concierto cubana de nuestros
días. Hombre múltiple en sus entregas, no nos sorprendió, por
tanto, verlo en el podio ante la Orquesta Sinfónica Nacional en una
jornada dedicada al centenario del conservatorio Amadeo Roldán.
Fue un momento especial,
dado el enorme valor simbólico que cobra una de las partituras
seleccionadas, Concierto por la Paz, para saxofón alto, recitador y
orquesta, de su autoría, como reflejo de los tiempos que vivimos.
Estrenada en 1986,
dirigida entonces por el maestro Manuel Duchesne Cuzán y con Miguel
Villafruela como solista, ahora, fue asumida al más alto nivel por
el también excelente saxofonista Luis Felipe Fernández (Camagüey,
23 de octubre de 1973).
Elocuentes resultaron
los versos de Saint-John Perse (declamados por el propio Valera, con
pleno dominio de su registro dramático): "Porque es del hombre de
quien se trata/ y merece respeto / y por él hay que levantar la voz
/ para que siga palpitante sobre la tierra, /para el amor...",
insertos como parte del movimiento único de un concierto
estructurado como un allegro de sonata ampliado, en el que se
percibe el crecimiento de la atmósfera plena de sugerencias
poéticas.
Para celebrar el
centenario del conservatorio Amadeo Roldán, Valera escogió de su
primer director, el maestro Guillermo Tomás, en premier sinfónica,
la Serenata Romántica; y para cerrar, una página emblemática del
impresionismo europeo, La Valse, de Maurice Ravel.
Entretanto, emergió la
voluntad de Valera que ha definido acercamiento a la dirección
orquestal para realizar programas dedicados a nuestros compositores.
Así lo hizo con la obra de jóvenes talentos, como Tres miniaturas
para orquesta sinfónica, de Mónica O'Reilly (1975); y El
Güije,
de Carlos Puig-Hatem (1968), suite basada en la leyenda de este
personaje de la mitología cubana.
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