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La noche de Jover
ANDRÉS D. ABRÉU
Cuando
parecía que los mayores ruidos y las mejores nueces generados por
el arte visual en el mes de abril se los llevaría el espirituano
Wilfredo Prieto con la aparatosa y a su vez sencilla recreación
proverbial que instaló en Galería Habana, a finales de mes, desde
Camagüey llegó a La Acacia Joel Jover con una cerrada noche
pintada de un alto pensamiento artístico que polarizó y a su vez
equilibró los planteamientos de la plástica cubana contemporánea
que se exhiben por estos días en la capital.
Mucho
nos hacía falta esta pintura que trajo La noche para
refrescar estéticamente la atmósfera actual —cargada de fotos,
videos, performances y casi atiborrada de instalaciones— y para
revitalizar desde el lienzo los cuestionamientos y reflexiones que,
sobre lo nacional, siempre necesitan y bien reciben la cultura y sus
consumidores.
Jover vino con una
colección que para la mayoría significa una nueva permutación
formal de sus revelaciones visuales, pero que revisada
cuidadosamente sería más acertado calificarla como una
demostración de la purificación estilística que van logrando los
buenos artistas en la madurez, librándose así de envejecer sobre
ella.
Jover lleva 33 años
pintando desde que en 1970, año de su graduación en la Escuela
Profesional de Arte de Camagüey, ganara en La Habana el Premio del
Salón Centenario de Lenin, y su travesía ha estado caracterizada
por una constante fuente de descubrimientos simbólicos que le
permiten expresar, muy particularmente, cada una de sus inquietudes
espirituales.
Para La noche, el
artista escogió lo estrictamente necesario de su arsenal práctico
en busca de una robusta definición de la iconografía, consiguiendo
una composición minimalista de colores e imágenes, pero
determinante en lo transcendental, acerado y muy a su tiempo de su
discurso sobre el concepto de lo cubano.
Todo recurso reiterado,
desde el más convencional hasta el más asociativo, es una
solución intencional, salvada de verse como apropiación de moda, y
respaldada por una premisa evidente dentro del entretejido textual
de la muestra.
"Dos
patrias tengo yo: Cuba y la noche", es la frase martiana que
sustenta las metáforas sobre la nacionalidad estructuradas por
Jover dentro de esa parábola que va conformando el conjunto de sus
cuadros.
La noche, que
llega entonces como una creación visual y un espacio para el
pensamiento sobre la cubanía, como un suceso afortunado para el hoy
en que se expresa desde una galería y para el mañana que ha de
respetarla como responsable entrega del arte a su contexto.
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