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![]() Infancia, otra deuda que crece SARA MÁS
En Brasil, Kenya y México, entre el 25 y 30% de la fuerza total de trabajo en la elaboración de productos básicos, es de menores de 15 años. En otros lugares resulta aún peor: ese grupo representa el 29% de los africanos que trabajan, mientras en Asia-Pacífico habitan 127 millones de los 246 millones de niños y adolescentes trabajadores de todo el planeta. Mientras, un nuevo tipo de empleo infantil poco visible empieza a denunciarse con fuerza en Centroamérica, donde unos 250 000 niños, niñas y adolescentes resultan explotados en extensas labores domésticas, una práctica casi aceptada como normal. Muchos de ellos, siquiera reciben alguna paga por lo que hacen. Al mismo tiempo, uno de cada cinco niños, niñas y adolescentes de cinco a 17 años, trabaja para sobrevivir o ayudar a sus familias, en América Latina. Berket y millones de esos infantes repartidos por todo el mundo, amanecerán este sábado camino al trabajo. Poco o nada van a saber, posiblemente, de que hoy es el Día Internacional de la Infancia. Menos todavía que sus dramas aparecen en los números y denuncias de los informes que recorren el planeta. Para ellos, lo más importante será no dejar de trabajar. Muchas veces lo hacen, porque sus padres no tienen empleo. El drama tampoco es privativo del Sur. Informes recientes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dan cuenta de que la actividad infantil también persiste en países industrializados, aunque con un porcentaje menor: tres por ciento entre los niños de 10 a 14 años. El propio Director General de la OIT fue tajante en el tema: "Pese a los crecientes compromisos de los gobiernos y sus socios para combatir el trabajo infantil, este sigue siendo un problema masivo", dijo a la prensa recientemente. En el mundo, uno de cada seis niños y niñas trabaja, pero ese no es el único dilema que hoy vive la infancia. Anualmente, uno de cada 12 niños muere antes de cumplir cinco años, a menudo debido a causas que se pueden prevenir fácilmente. Las tasas de desnutrición apenas se han reducido en Asia y han aumentado en África subsahariana desde 1990. Una de cada seis personas carece de acceso al agua potable y dos de cada cinco no disponen de saneamiento adecuado, la mayoría niños y niñas. Casi 120 millones de menores no acuden a la escuela. Solo en Tailandia, el tráfico de niños es un negocio más rentable que el narcotráfico y genera ingresos anuales equivalentes a cerca del 60% del presupuesto estatal anual. Los infantes tampoco han podido evadir los estragos del SIDA: se calcula que existen 1,4 millones de menores de 15 años con VIH y que más de 13 millones de menores de 14 han quedado huérfanos por culpa de esa enfermedad. Los niños, niñas, adolescentes y mujeres siguen engrosando las listas de refugiados y personas desplazadas. Solo en los diez años transcurridos de 1990 al 2000, las guerras y conflictos provocaron la muerte de dos millones de niños, seis millones resultaron heridos y 12 millones perdieron su hogar. Las historias de muchos comienzan mal desde el momento en que nacen y no son inscritos en ningún registro. Cada año, más de un millón de menores se quedan sin recibir un certificado de nacimiento, lo que les cierra la primera puerta de acceso a los más elementales derechos y ha propiciado incluso alarmantes actos de violencia directa y temprana, como el robo y tráfico de infantes. Sin el certificado de nacimiento, en la mayoría de los países resulta imposible matricular en una escuela, acceder a servicios de salud o a programas de inmunización. Menos aún se puede probar, sin ese papel, la existencia legal de una persona. Casi todos coinciden en reconocer que la pobreza, cada vez mayor y casi endémica en algunas zonas del mundo, es la raíz de todos esos males y que poco se ha hecho para cambiar el panorama. No se trata de negar los progresos alcanzados en materia de derechos fundamentales para los niños en algunos países. Pero lo cierto es que los avances son insuficientes y además, como el mundo, desiguales. Muchos niños y niñas mostrarán hoy su espontánea sonrisa; otros muchos seguirán en espera de una infancia que muy temprano les han robado. No hay mejor frase que la del escritor uruguayo Eduardo Galeano para retratar lo que está pasando por este lado del mundo: "En América Latina la mayoría de los niños son pobres, y la mayoría de los pobres son niños". Infancia y pobreza se van convirtiendo en un binomio que cíclicamente se reproduce. Pasan los años y siguen quedando pendientes, como deuda que crece, las promesas e inversiones a favor de la infancia. Los países ricos, los más desarrollados y con posibilidades reales de contribuir, siguen incumpliendo sus compromisos y lejos de reducirse, aumenta el riesgo de que millones de seres especiales y vulnerables, sufran por exclusión, violencia, desamparo y pobreza. La agenda futura para la infancia está más que clara. Se trata de querer borrar de verdad, de la faz de La Tierra, los nefastos males que la aquejan. Haría falta entonces que los compromisos no fueran formales, sino propósitos que de una vez se tornen acciones concretas.
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