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![]() Cultura y entretenimiento en la era imperial Para el alma divertir PEDRO DE LA HOZ Nunca el mundo ha estado tan enajenado como ahora. La mayor medida de tal situación está dada en que no solo las grandes mayorías, sino núcleos tradicionalmente portadores de razones críticas no se dan cuenta de ello. Con la lucidez que lo caracteriza, Alfredo Guevara alertó esta semana en el foro del Consejo Nacional de los escritores y artistas cubanos sobre la naturaleza de este comienzo de siglo que vivimos peligrosamente: la cúpula del imperio único encarna una amenaza aún peor que la del fascismo corriente, en tanto los cantos de guerra total y el delirio político del equipo de Bush se hacen acompañar por una operación de vaciamiento espiritual sin precedentes. Pero hablaba Alfredo también de las amplias posibilidades con que contamos los intelectuales cubanos para contribuir a conjurar esos peligros Por esa aspiración pasa uno de los ejes de la política y la práctica cultural cubana en la actualidad. La proyección internacional del pensamiento y el arte que estamos generando se articula orgánicamente con la profunda necesidad de alimentar el crecimiento espiritual de quienes habitamos en la Isla. La capacidad de diálogo y expansión universal de nuestra producción cultural tiene mucho que ver con el calado que logremos en el interior de nosotros mismos. Estamos desarrollando una revolución cultural que llama la atención a muchos en el mundo. De manera visible, los programas educacionales, sociales y culturales van transformando radicalmente la vida de los cubanos y lo harán de una manera mucho más honda en la medida que tales acciones maduren en el tiempo. Sin embargo, tengo la percepción de que existe todavía una zona rezagada en este nuevo tejido cultural, y es la que tiene que ver con el entretenimiento, con la necesidad del ser humano de hallar distracción en su tiempo libre. No siempre se ve en el entretenimiento —zona estructurada a la perfección en el orden imperial, con una industria pujante en recursos y alcance, y una desmedida influencia en el establecimiento de escalas de valores— una vía de encauzamiento de las más elevadas posibilidades de realización humana. En el propio lenguaje tiende a escindirse cultura y entretenimiento, ideología y recreación. A nivel práctico no pocas veces se desconoce —aunque también se ha sobrevalorado hasta la más espantosa confusión— el componente ideológico de los usos del tiempo libre. La fortaleza ideológica no solo se conquista mediante informaciones y análisis, o con métodos pedagógicos o propagandísticos, sino también, y a veces con mucha mayor gravedad, a través del contacto con representaciones simbólicas, incluyendo entre estas tanto las del arte como las que se nos presentan del más diverso modo en la socialidad cotidiana, desde las formas de vestir y los hábitos culinarios hasta las preferencias festivas o los interlocutores y temas que escogemos en las conversaciones que sostenemos. No podemos obviar el cada vez mayor peso de los mensajes mediáticos en la modelación de nuestro modo de vida. Y no me refiero únicamente a la televisión, que en nuestro país es hoy por hoy centro y nervio del uso del tiempo libre de la inmensa mayoría de la población; también cuento con la proliferación del audiovisual en sus más diversos soportes. Es necesario, más que nunca antes, el análisis de la relación entre cultura, entretenimiento y tiempo libre, y a su vez, entre la proyección de los medios de difusión y la de otros espacios recreativos, a fin de que sus contenidos y formas expresen e inculquen los valores que representamos. No será cosa de un día, pero por algo hay que empezar.
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