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![]() Crónica de un espectador Las noches de Constantinopla ROLANDO PÉREZ BETANCOURT Ya en su estreno, durante el último Festival del Nuevo Cine, escribí largo sobre Las noches de Constantinopla, de Orlando Rojas, un director que le ha otorgado a la cinematografía cubana uno de sus clásicos en el largometraje, Papeles secundarios. Después de aquella película sorprendente de a finales de los ochenta, Rojas y sus proyectos se congelaron durante trece años, hasta este regreso con Las noches de Constantinopla. Cuarenta primeros minutos prometedores y luego el desconcierto.
En otra parte de la entrevista, al referirse a los tonos dramáticos o humorísticos de sus dos largometrajes anteriores, dice Rojas: "Una novia para David jamás pensé que tuviera nada de cómica, y la gente en el cine reía mucho. Dentro de aquel universo de actores de Papeles secundarios me parecía percibir algo de comedia y resultó una tragedia pura. Hay algo en la elaboración de mis películas que se planifica de una manera y sale de otra". De ningún modo debe verse en esta confidencia una puerta abierta a la inseguridad artística o a la falta de madurez de un proyecto. El acto creativo tiene esos misterios y no faltan obras importantes en el mundo que se concibieron de una manera y luego, al ir tomando forma, fueron cambiando sustancialmente. Pero si esto le sucedió al realizador ahora, no fue para bien. Ayudante de dirección de Gutiérrez Alea en Los sobrevivientes, Rojas se inspiró en una casona parecida y en una corte de personajes reprimidos moviéndose en torno a una anciana omnipotente. Prometedor comienzo tanto en el planteo teórico como en lo dramático y lo visual para caer luego en una falta de sustancia anonadante. Tras navegar por fórmulas de enredos que queriendo remedar al Billy Wilder de Algunos prefieren quemarse terminan por recordar más a las viejas comedias argentinas, la película llega a un punto muerto a partir del cual parece no haber ni guión ni dramaturgia y sí mucha reiteración de mascarada bufonesca. Ya para entonces el director ha dejado atrás un efectivo humor cáustico y cierta carga simbólica en sus postulados para asumir gruesos y fáciles subrayados de composición dramática, en medio de los cuales sus personajes van y vienen llevando en el rostro el desdibujo de lo que una vez fueron, algo así como si en la aventura integradora del discurso hubieran perdido el ton y el son. Pareciera como si Rojas, hasta el momento muy seguro, no supiera cómo va a encaminar (y concluir) esta película empeñada en categorizar la vida y sus personajes como un acto de travestismo y cae entonces en el pecado del desbordamiento. Sobran escenas de travestis machacando ocurrencias con el ánimo de ganar la risa fácil y también números musicales en el cabaret en que termina convertida la casa. Escenario, por cierto, donde casi todos los protagonistas, mediante la exultación de los sentidos (¡la vida es una locura carnavalera!, parecen chillar ellos), encuentran el vehículo idóneo para cristalizar una identidad durante años sometida. Loco espectáculo, gracioso hasta donde se quiera, pero vacuo como articulación artística comprometida con lo que parecía ser una seria promesa.
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