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28/04/2002
Portada de hoy

La experiencia del Conjunto Folclórico Nacional

El folclor como vivo tesoro

ADRIÁN DE SOUZA HERNÁNDEZ

En no pocos países de este mundo hoy globalizado el folclor se ha convertido en sinónimo de reliquia. Se le llama folclor a todo aquello que no sea actual, a lo que está marginado tanto de las llamadas bellas artes como de la industria cultural hegemónica. Es decir, para el folclor se crea una especie de zona restringida que estereotipa y minimiza el verdadero aporte espiritual de los pueblos.

Todo lo contrario ha venido sucediendo en Cuba durante los últimos cuatro decenios. Lo que fue quimera dorada de Fernando Ortiz, el primer cubano en plantearse seriamente la necesidad de investigar, conservar y hacer legítimo culturalmente el aporte de los diversos componentes étnicos que conformaron la nacionalidad cubana, y de manera muy especial, la contribución africana, solo pudo ser posible mediante el diseño y la aplicación de una política cultural nacida al calor de las transformaciones revolucionarias de la sociedad isleña.

Imagino, puesto que no viví aquella etapa, cuánta novedad y efervescencia caracterizó el ambiente cultural cubano de los tempranos 60, cuando se alentaron por primera vez ideas que tendían a una democratización real de la cultura. Esta pasaba por la atención y promoción del patrimonio folclórico, y ello se hizo, inicialmente, desde el Teatro Nacional.

Imagino a Ramiro Guerra, el mexicano Rodolfo Reyes, el muy joven entonces Rogelio Martínez Furé, a los valiosos portadores de las tradiciones congas y yorubá, que eran gente sencilla, parqueadores de autos, domésticas, sastres, recaderos, empleados de comercio, viviendo el sueño de ser artistas profesionales —tal como era el arte que atesoraban— en el Conjunto Folclórico Nacional, que nació hace justamente 40 años.

Allí comenzó la concepción del folclor como tesoro vivo, como ente actuante y cambiante en el seno de nuestra sociedad, tan legítimo como las bellas artes. Allí comenzó no solo a respetarse sino a considerarse el folclor como esencia palpitante del destino de nuestra nación.

La experiencia del CFN debe ser estudiada con detenimiento. En su seno han confluido todos los elementos de la tradición: occidente, centro y oriente de la Isla; lo que vino de África, lo que llegó de Europa y lo que se coció entre nosotros. Se ha preservado y promovido el folclor como espectáculo sin desnaturalizarse. El resultado forma parte de lo mejor de nuestras artes escénicas y, al mismo tiempo, responde a la memoria y a cómo esta se va actualizando. No hay concesiones al mal gusto como tampoco revelaciones de profundos significados rituales que corresponden a la liturgia y no al espectáculo. Nadie se puede sentir ofendido, sino que agradece tanta devoción.

Esa experiencia debe servir para defender en todos los terrenos el auténtico trabajo promocional de nuestros valores folclóricos, a veces adulterados tanto por comercialismos espurios como por fundamentalismos delirantes. El CFN hoy es más que nunca espejo de trabajo profesional, artístico y cultural; experiencia en la que hay que bucear más allá de sus proyecciones escénicas.

 

28/04/2002

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