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![]() Bestiario frágil ROGELIO RIVERÓN Desgarradas como los poetas de su preferencia son las figuras de los cuentos de Carlos Esquivel Guerra. Así lo compruebo al ingresar a esa danza de caracteres incómodos, amigos del sufrimiento, pero con tino para mantenerse lejos de los malos esquemas. Diríase que Los animales del cuerpo (Editorial Oriente, 2001), libro con el que obtuviera un año antes el premio Rafael Soler, y que se presentó en la versión santiaguera de la recién finalizada Feria Internacional del Libro, se niega a guardar una compostura estética que, a la larga, terminaría falseándolo. Este escritor persigue una especie de exorcismo al que ha jurado una persistencia a prueba de estilos y de temas. Fabulosas disertaciones sobre la condición humana son las seis piezas que conforman este cuaderno que se leerá con deseos de que no termine, o de que no fuera tan breve. Carlos Esquivel (Las Tunas, 1968) se ha decidido a pasar revista a la existencia de una forma cruda y poética, si vale la combinación. Con su modo impreciso de seleccionar los verbos, con una sintaxis a propósito resbaladiza, Esquivel cuece bien la inquietud que nos propone a manera de un punzante aperitivo. He llegado a celebrar el hecho de que los personajes de estos cuentos no se duelan de sí mismos, en un ademán infantil que ha malogrado a tanta otra literatura con ínfulas de angustiosa. En Los animales del cuerpo se establecen permanentes oposiciones, parábolas en las que se tensa la relación del hombre con su historia inmediata, y se trata de reinterpretar vetustos e imprescindibles conceptos, como son la esperanza, el amor, las densas desigualdades. Carlos Esquivel se cuenta entre quienes, en Cuba, han apostado por complicar la glosa literaria de una realidad que mantiene sus misterios, a pesar de la petición de escualidez que parece lanzar sobre otros narradores. Con estos cuentos en los que rebulle lo simbólico —quizás deba reconocerse que con mayor permanencia de lo aconsejable— el tunero insiste en su tesis sobre los destinos duros, a los que acude a ratos un lirismo salvador, a pesar de ellos mismos. Echo mano a una frase descolorida para sentenciar que las imágenes de este libro persistirán tras la última página, como una vela nocturna tras el cristal de una ventana. |
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