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Para ser economistas del pueblo deben ser economistas políticos
Economistas del pueblo, y hoy para ser economistas del pueblo -repito- deben ser economistas políticos (Aplausos); y los políticos deben ser políticos, con un mínimo de conocimientos económicos y si es posible con un máximo de conocimientos en ese campo, que hoy es la base realmente sobre la cual se está jugando el destino la humanidad, la base sobre la cual se desarrollan nuestras luchas. Y los políticos que no entiendan, o no quieran entender, o que no se esmeren en conocer la economía, no son dignos de ejercer las funciones que ejerzan como tales políticos. No es cuestión de estar diciendo cosas que agraden porque las elecciones se aproximan, o porque se quiere que su partido gane un poco más de votos, repartiéndose una multitud de electores divididos en mil pedazos. No se trata de estar expresando cosas para obtener apoyo y con una multitud de periodistas detrás; si pasan dos horas sin una conferencia de prensa para trasmitir sus palabras y divulgar su presencia, es como si pasaran 10 días sin beber agua. Es todo un estilo político, incluso. Hemos seguido de cerca las llamadas Cumbres de las Américas que convoca Estados Unidos. No quiero ofender a ninguno -vuelvo a repetir que no es mi propósito lastimar a nadie-, pero observo a los políticos en esas cumbres, bajo la presencia avasallante y la presión de los jefes del imperio. En esas cumbres hemisféricas suele haber dos tipos de reuniones, unas públicas y otras privadas; los políticos son unos en las públicas y otros en las privadas, cuando ya no está la prensa, y entonces pueden expresar humildemente algunas preocupaciones y las expresan. Como regla, hay mucho teatro en todas esas reuniones, no voy a decir que por parte de todos. Hay políticos serios, aun en esas condiciones; algunos incluso valientes, debo reconocerlo; pero puede apreciarse cómo predomina la demagogia, la sumisión que a veces llega hasta la adulonería babosa y la debilidad en muchos políticos latinoamericanos. Predomina menos, o prácticamente es diferente el estilo de los líderes caribeños, del grupo de países que fueron colonias hasta después del triunfo de la Revolución Cubana, ya he señalado más de una vez la seriedad con que se expresan, la forma en que lo hacen, y le dicen la verdad en puro inglés al mismísimo presidente de Estados Unidos. Sentimos mucho respeto por todos ellos y hemos estado junto a ellos que forman parte ya inseparable de la vida política de nuestra América. A Cuba, como ustedes saben, le prohíben participar en esas llamadas reuniones cumbres. En realidad, no se imaginan el honor que nos hacen, porque allá van los demagógicos amos a trazar pautas a demagógicos siervos, o aquellos que, aunque no son demagogos ni siervos, ni aceptan pautas, no les queda otra alternativa que soportar la humillación. Frente al hábito occidental que es un engendro de la concepción individualista del imperialismo y de muchos de sus intelectuales, a partir del supuesto papel del individuo en la historia, al que atribuyen y acreditan todo, consideramos que los individuos pueden desempeñar algún papel; pero el principal papel -si se le quiere atribuir a cualquiera de los que iniciamos esta Revolución y lo quieran atribuir a uno de nosotros- fue haber elaborado y trasmitido ideas; sin ello habría sido imposible nuestra Revolución, la victoria de nuestro pueblo contra unas fuerzas armadas que tenían alrededor de 80 000 hombres, suministradas por Estados Unidos con tanques, aviones, comunicaciones, uniformes, municiones, todo el asesoramiento, y, afortunadamente, junto a eso, una gran subestimación por el pueblo de Cuba. Ellos imaginaron que aquí jamás podría haber una revolución, que aquí jamás podría haber organizaciones o partidos u hombres que no se vendieran, que no se doblegaran, que no se corrompieran. Nos sirvió de mucho esa subestimación, porque cuando vinieron a darse cuenta realmente, habíamos puesto su ejército fuera de combate, habíamos desarmado sus 80 000 hombres y habíamos entregado las armas al pueblo. No pudo Arbenz hacer eso en Guatemala, ni lo pudieron hacer otros hombres progresistas, revolucionarios, como Allende, que también llegó al poder deseando transformar su país. ¿Cuánto duró su noble esfuerzo, por las vías electorales más pulcras? ¿Sirvió acaso para evitar que la CIA conspirara con los elementos más reaccionarios y más conservadores, para derrocarlo? Todo eso está escrito, está ahí a la vista de todos, mucho se ha publicado, y ya es delito confeso de aquellos que pueden darse el lujo de delinquir en todas partes y hasta de publicar, al cabo de algunos años, los crímenes que han cometido. Subestimaron a Cuba. La consideraban su más fiel colonia, su más seguro dominio y se descuidaron; cuando vinieron a darse cuenta, estaba ya el pueblo en el poder, y estaban las leyes revolucionarias, un pueblo con ideas, un pueblo con tradiciones combativas que por primera vez disfrutó de justicia, de verdadera libertad e igualdad, que por primera vez conoció el respeto a su dignidad y a su condición de hombres, y cuando el hombre alcanza a percatarse, o a empaparse, o a vivir esos valores, es capaz de todo. Es capaz de hacer lo que mencionaba de enviar 500 000 hijos a lo largo de unos pocos años a muchas partes en el mundo, incluso, a derramar su sangre. Más que todos los Cuerpos de Paz que el gran imperio organizó y, por cierto, después del triunfo de la Revolución, no olviden, ¡después del triunfo de la Revolución Cubana! Antes no había Cuerpos de Paz; pero los crearon al ver la Revolución triunfante, después de la derrota de Girón cuando, subestimando una vez más a nuestro pueblo, creyeron que en cuestión de horas la derrocarían con una invasión mercenaria y la escuadra norteamericana detrás, a tres millas de nuestras costas, para darle ánimo y apoyo si se requería, con portaaviones, naves de combate, fuerzas y medios listos para desembarcar. No tuvieron tiempo ni de usarlos, porque el plan era ocupar un pedazo del territorio y crear un gobierno provisional que apelara a la famosísima OEA, para que restableciera en Cuba "los derechos" del pueblo. Les hablaron a los mercenarios y le hicieron creer a todo el mundo que el pueblo se sublevaría, y puede ser que algunos de ellos hasta lo creyeran. Sus aviones vinieron a bombardearnos traicioneramente dos días antes de la invasión, con pintura, insignias y la bandera de nuestra Fuerza Aérea Cubana, todos los símbolos de los pocos aviones que nos quedaban; pero con esos pocos aviones que nos quedaban y unos cuantos pilotos decididos y valientes, que contribuyeron decisivamente a la rápida derrota de la invasión, a las pocas horas todos los barcos de los mercenarios estaban hundidos o en retirada, y había miles de hombres decididos moviéndose en aquella dirección, y cientos de miles movilizados en el resto del país. Si envían 10 expediciones como aquella, por distintos puntos de la Isla, habrían sido derrotadas simultáneamente, porque ya había todo un pueblo armado y listo para el combate. Habían transcurrido dos años y varios meses desde el triunfo de la Revolución. La derrota de Playa Girón, o, digamos, la victoria cubana de Playa Girón fue la madre de la Alianza para el Progreso. En el primer año de la Revolución, habíamos estado en Argentina, en una reunión de la OEA -en los primeros meses, todavía no habíamos sido expulsados-, y planteamos que América Latina -entonces no se debía un solo centavo- tenía que desarrollarse; su población era mucho menor que ahora, y planteamos la necesidad de 20 000 millones de dólares para impulsar ese desarrollo. Quién nos iba a decir que poco más tarde, inmediatamente después de Girón, asustados ya de que el fuego se propagara por todo el hemisferio, elaborarían la Alianza para el Progreso, ofrecerían 20 000 millones y exhortarían a realizar reformas agrarias y de otro tipo. ¡Vean lo que son las cosas! Antes de eso, por una reforma agraria derrocaban a cualquier gobierno en América Latina, afirmando que tal medida era comunista; y, después de eso, ellos mismos estaban preconizando la reforma agraria, reformas fiscales, dinero abundante, como ayuda a todos esos programas económicos, sociales, Cuerpos de Paz, etcétera. Nuestra cuota azucarera fue repartida, la mayor parte, entre países latinoamericanos; era una cuota de más de cuatro millones de toneladas. Así que la existencia misma de la Revolución los obligó a preocuparse por la situación en América Latina y a proponer reformas que sirvieran para amortiguar, para aliviar las condiciones en que estaba. Todo eso nace después de la Revolución Cubana. Apenas un año y medio después de aquella invasión mercenaria, hubo casi hasta una guerra nuclear, por el empeño de destruir a la Revolución y los planes de invadir a Cuba, ya no con mercenarios, sino con el empleo de sus propias fuerzas. No habrían derrotado al pueblo, lo puedo asegurar. Seguro, es absolutamente seguro que no habrían derrotado al país si se toman en cuenta los medios que ya disponía, la experiencia, y, sobre todo, la decisión del pueblo; pero nos habría costado muchas vidas. A Viet Nam una agresión de ese tipo le costó 4 millones de vidas, millones de mutilados y una destrucción tremenda. ¿Para qué? Para tener ahora que darles las gracias a los vietnamitas, cuando noble, humana y muy justamente ayudan a encontrar y devuelven los restos de algún soldado norteamericano y se lo entregan al gobierno de ese país, para que le den sepultura en algún cementerio próximo al lugar donde residen los familiares que perdieron a sus hijos o sus hermanos. Pero no habría sido Viet Nam el invadido, habría sido Cuba. En una situación como aquella, después de una crisis tan aguda en que hicieron determinados compromisos verbales de no invadir nuestro país, no tuvieron más que resignarse. ¿Qué hicieron? Ataques piratas, planes de sabotajes que duraron años, sabotajes a la economía, a la industria, a la agricultura, empleando incluso medios biológicos, planes de asesinato contra los dirigentes de la Revolución a montones, y también comprobados y confesados por ellos en el informe de aquella famosa comisión creada en el Senado. Por eso está Cuba aquí. No hay que buscar muchas explicaciones, porque esta Revolución apostó por el hombre, apostó por el pueblo. Podemos hablar, sí, de satisfacción: nos satisface que nuestro pueblo pueda no solo haber ayudado a otros pueblos de una forma o de otra, sino que pueda con su lucha seguir siendo ejemplo y seguir cooperando con la causa de la humanidad. No somos nacionalistas, no es el nacionalismo nuestra idea esencial, aunque sí amamos profundamente a nuestra patria. Nos consideramos internacionalistas y el internacionalismo no está reñido con el amor a la patria, a la tierra que ve nacer a un ser humano o a millones de seres humanos. Hablaba por eso de la identidad. Ni el amor a la tierra en que se nació es incompatible con un mundo unido y con una globalización de otro carácter que yo la llamé socialista. No es incompatible la cultura y la identidad de cada país con un mundo unido, completamente globalizado. Más temible que ese mundo, para la cultura de cada uno de nuestros países, es el veneno ideológico que riegan todos los días; el veneno ideológico que divulgan a través de sus poderosísimos recursos de comunicación, sus cadenas de televisión, sus cadenas de cine. Son los dueños, las controlan todas; las películas son elaboradas allá; la cultura enlatada con la cual se pretende alimentar nuestros espíritus todos los días. Pan, no; cultura enlatada, sí. Alimento para el espíritu, en forma de veneno cultural. Con lo que invierten solo en espionaje o con lo que invierten en los recursos que utilizan para envenenar a los pueblos, sería suficiente para que los niveles de salud del Tercer Mundo fueran similares a los de los países desarrollados; los niveles de mortalidad infantil, de madres que mueren en el parto, de personas que mueren de enfermedades infecciosas que podrían salvarse. Basta con una vacuna, que puede llegar a costar centavos. Esas son realidades. Ahí es donde está el peligro: contra nuestras culturas, nuestras identidades y nuestras aspiraciones de que cada uno de nuestros hermanos viva de una manera decorosa y tenga todo lo esencial para una vida digna, y que, como decíamos, sea inmensamente rico en su esfera espiritual. Un mundo justo y globalizado, globalizado bajo otra concepción, no solo salvaría el espacio físico donde tenemos que vivir, sino que, entonces, sí habría millones, cientos de millones, miles de millones de millonarios. No podrían serlo porque es imposible, tal como se concibe vulgarmente hoy, en bienes materiales que deben ser distribuidos de una manera equitativa y justa; lo serían en su espíritu de hombre, que solo bajo otro sistema y bajo otras concepciones pudiera llegar a enriquecerse hasta el infinito. ¿Por qué tiene que haber desempleados? ¿Por qué tienen que haber crisis de superproducción? ¿Por qué no trabajan las máquinas y las tecnologías al servicio del hombre y que todo el mundo tenga oportunidad de trabajar?, y no 70 u 80 horas, como cuando comenzó la Revolución Industrial en Inglaterra, y no 60 ó 70, como trabajan muchos todavía, con dos o tres empleos para poder vivir, sino trabajando tal vez 20 horas a la semana, tal vez 15, utilizando esa productividad, para que dispongan de los bienes materiales necesarios todos los ciudadanos de este planeta: vivienda, alimentación, salud, recreación, cultura; cultura verdadera que eleve al hombre y no lo rebaje; cultura que no convierta a los niños en asesinos, y esa cultura solo podríamos alcanzarla por otros caminos. Hay muchos compañeros -unos cuantos están aquí junto a nosotros hoy- trabajando y empleando incontables horas del día y de la noche no solo trabajando todo lo que sea necesario, sino también estudiando y superándose. Por mi parte, disfruto el privilegio de disponer de un poco más de tiempo del que disponía hace 20 ó 30 años, a partir de la necesidad que tenemos todos de profundizar y conocer los complejos problemas de hoy. Nuestra Revolución es la obra de un pueblo y de miles de cuadros y dirigentes, no es ni podría ser jamás la obra de un hombre. |
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