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Convocar a una reunión internacional

El mejor fruto de esta reunión, a mi juicio, es la idea de una reunión internacional para analizar los problemas de la globalización neoliberal, como le hemos dado en llamar; es decir, concentrarnos en ese problema.

Esto surge, realmente, el primer día de la reunión. Yo vine aquí como un invitado; pedí el programa. ¿Cómo es el programa? ¿Dónde están las comisiones? Pensaba ir a la 1, que era donde se iba a discutir estos problemas, y digo: "Bueno, va a terminar esa reunión discutiendo estos temas y muchos otros. Correcto, está muy bien; discutir la formación de los profesionales, excelentemente bien. Todos los temas son importantes". Pero yo pensaba: "Ahora" -como lo dije- "el tema de los temas es el de la globalización".

 Me doy cuenta entonces, realmente no me di cuenta antes, solo viendo el programa, y, a partir de todas las preocupaciones que venimos teniendo con relación a la situación actual del mundo, fue que me animé a conversar familiarmente con ustedes; no estaba dirigiéndoles un discurso, ni mucho menos, sino conversando con ustedes, reflexionando junto a ustedes.

Dije eso y los exhortaba a estudiar; hay que profundizar, divulgar. Ya cuando terminó aquella sesión -estaba yo ahí a la entrada de la emboscada-, vino el compañero Roberto -ya se había reunido con unos cuantos dirigentes de los economistas latinoamericanos aquí presentes, cuya asociación preside- y me dijo: "Estamos pensando" -esas fueron las palabras- "en una reunión internacional".

Yo había hablado de la institucionalización de estas reuniones, hacerlas con la frecuencia necesaria y profundizar en el análisis de la globalización que se estaba desarrollando aceleradamente en el mundo, su carácter y sus consecuencias; ellos proponen la idea de convocar una reunión consagrada al análisis de ese tema. Por supuesto, me pareció una gran idea, estuve absolutamente de acuerdo y dispuesto a apoyarla.

Desde ese momento se ha ido desarrollando la idea: cómo hacerla, cómo organizarla, cuándo. Ellos querían para el año que viene, y les digo: "Miren, los problemas que se están desatando no dan tanto tiempo, hay que adelantar eso. ¿Por qué no la adelantan para noviembre?". Me dijeron más tarde: "Noviembre es un mes difícil para los que han estado aquí, por las obligaciones, tareas; no es el momento mejor". Digo: "Enero entonces". Sí, el otro año, pero en enero. Hay un poco más de tiempo para organizarla, prepararla bien. Se fueron desarrollando las ideas a medida que debatíamos.

Qué bueno sería que algunos de los que defienden la teoría neoliberal, honestamente, o comoquiera, que la defiendan, que creen en las otras concepciones, nos expusieran sus puntos de vista, debatieran, se les pudiera preguntar y se pudiera discutir con ellos.

Así se fue completando la idea de la mayor amplitud posible. Ya se habló, incluso, de cómo hacerlo: la participación de los delegados procedentes del exterior que están aquí como derecho prioritario; análisis del número -porque si fueran 1 000 los que quisieran venir no podríamos- de economistas latinoamericanos que no están aquí y desearan participar que pudiesen ser invitados; por último, invitaciones directas de economistas capaces, reconocidos, de cualquier otro país, incluido, por supuesto, Estados Unidos, y también Europa o cualquier otra región, aunque ya hemos tenido el privilegio de tener aquí una pequeña representación española, y de otros países, como Italia por ejemplo, incluso de Rusia, que participaron en esta.

Aparte de los que expongan su deseo de venir, los que invitemos expresamente, a partir de su prestigio, su autoridad como economista, como investigador; y aquellos que invitemos de corrientes opuestas a los criterios y puntos de vista que nosotros sostenemos, incluso de los países desarrollados de Europa para que nos hablen de sus ideas.

Después pensamos que algunos de los más importantes analistas de los problemas económicos y de la economía internacional que escriben en reconocidas y prestigiosas revistas sean invitados también, los que opinan de una forma y los que opinan de otra.

No estaría mal, aunque ya va llegando el momento en que tengamos que ponerles freno a nuestras ambiciones, que a esa reunión pudieran asistir algunos líderes políticos; no cualquier líder político, sino algunos líderes políticos.

Pienso en Europa, en aquellos que han expresado sus criterios sobre el modelo de desarrollo; y en los que no están de acuerdo con la integración a partir del Tratado de Maastricht, porque sobre ese punto se pueden producir ciertas contradicciones. Ellos, a partir de la situación concreta en sus países, no están de acuerdo, porque se sienten obligados a defender los intereses populares; nosotros, a partir de los intereses de los países que no son desarrollados y del criterio de que el surgimiento de una poderosa fuerza económica y de una nueva moneda es conveniente para nuestros países, igual que si surgen otras que puedan enfrentar los privilegios y el poder de la moneda hegemónica como probable y quizás como deseable curso de los acontecimientos.

Puede haber cierta contradicción entre aquellos al exponer sus puntos de vista si se oponen a la integración europea y nosotros al exponer los nuestros. Ellos nos pueden ilustrar sobre lo que no les gusta de una integración neoliberal en sus países desarrollados y aquellas cuestiones de las cuales, con razón, se quejan. Tampoco nosotros deseamos ese tipo de integración para el mundo. Pero cualquiera que fuese el signo que presida esa integración, sería preferible para el resto del mundo en esta etapa de la globalización, al dominio total y absoluto del dólar en la economía mundial.

 Sin duda que surgirán algunas otras ideas, pero pienso que no deben participar más de 500 personas, máximo 600, para preservar una atmósfera de intercambio directo y franco, y por el número de asientos que se disponen en el salón donde sesiona la Asamblea Nacional, un local ideal para la reunión por sus facilidades técnicas. Hay unos laterales, puede haber invitados, puede haber prensa, puede haber de todo y transparencia sobre todo, transparencia total y traducción simultánea de lo que se diga al número de idiomas necesarios -como hacen en las Naciones Unidas- y discutir, buscar el método, cómo se organiza el trabajo, si todo en plenaria o en parte por comisiones.

Realmente a mí los debates en plenaria me gustan, pero habría que establecer un cierto orden, ver el número de exposiciones que se propongan. En algunas de las grandes reuniones, he visto que han ido a la tribuna más de 150 exponentes, lo que hace interminable y a veces caótico y poco productivo un evento. Tenemos que ver cómo nos las arreglamos para que haya un número racional de ponencias con tiempo adecuado para fundamentarlas, y alrededor de ellas debatir con preguntas e intervenciones breves. De modo que las tesis esenciales puedan ser debidamente expuestas y a la vez pueda intervenir el mayor número posible de participantes.

El número de expositores tendrá que ser inevitablemente limitado, dependerá del número de días, de la resistencia de los que estemos allí y dispuestos a trabajar en tres sesiones, mañana, tarde y noche. Bueno, es lo que estamos haciendo ahora más o menos, serían tres, cuatro o cinco días. Si vamos a hacer el esfuerzo, debemos hacerlo bien y organizarlo de una forma que muchos puedan exponer ideas, y no tanto por la vía de limitar demasiado el tiempo al que debe exponer una teoría, porque yo sé que en cinco o diez minutos lo que se puede exponer es un telegrama. Yo he elaborado unos cuantos telegramas en reuniones internacionales.

El método, incluso, de hablar en telegrama no es malo, pero exponer hechos y argumentos muy sintetizados, al estilo telegráfico, no es fácil, obliga demasiado a simples afirmaciones: "Papá llegó, salud buena, necesitamos dinero" (Risas), y nada más, ni besos, ni abrazos, ni queridísimo amigo.

No, el que venga a hacer una exposición de la tesis que defienda que disponga por lo menos de media hora. ¿Qué habríamos hecho nosotros si ayer le hubiéramos dicho al Secretario del SELA que su magnífica intervención se limitara a 10 minutos? Entonces, sí, hablan todos, pero ninguno dice nada. Es un tiempo que no tiene que ser rígidamente controlado. Pueden escribir, utilizar apuntes, como lo deseen hacer; responder preguntas, eso sí, y que se den opiniones. Si sobre el punto que se aborda se quiere opinar que se opine. Son formas de exposición y debate que debemos concebir y organizar bien, para sacar el mayor provecho; que participe el mayor número de personas, se debatan lo más ampliamente posible las ideas y que todo aquello lo recojamos después, en un material, en un volumen, y se les haga llegar a muchas otras personas, economistas, políticos y estudiosos de estos temas.

Si alguna de las lumbreras puede venir, debemos estar dispuestos a darle, incluso, hasta 10 minutos más y después, un tiempo para debatir; pero sobre todo en las tesis esenciales preguntar, responder, opinar, debatir, realmente. Grabar todo eso y tomarlo en video es una forma de escuchar y divulgar cosas, realmente; en esta propia reunión, nosotros hemos oído muchísimas cosas interesantes sobre globalización, a pesar de que muchos de ustedes vinieron preparados para temas muy diversos. Ya con tiempo para prepararse bien, nos va a dar muchos frutos la futura reunión sobre la cuestión fundamental de nuestro tiempo.

Por eso decía que era, a mi juicio, el mejor fruto que íbamos a sacar de este encuentro.

Ya vimos el ejemplo de que pueden venir de Europa. Nos agradó escuchar aquí a Fernando y lo que nos contó de que hace relativamente poco tiempo España tenía muy pocos economistas y que ahora cuentan con decenas de miles, gran parte de ellos asociados a su organización. No sé hasta qué punto, como Presidente de los economistas españoles, tiene que ser cuidadoso al exponer sus criterios. El propio Presidente del SELA tiene que hablar con cierto cuidado, digamos; pero creo que en una reunión como la que se ha concebido, incluso los economistas europeos -los de los organismos internacionales tendrían que cuidarse un poquito más- podrán hablar con plena libertad.

Fernando, atendiendo a la hora, fue breve, quiso relajar un poco nuestra tensión y ansiedad por el tiempo con palabras amistosas, agradables, de un magnífico humor, y si vamos a tener reuniones extensas, trabajo intenso, el humor no debe estar ausente, se lo agradecemos y nos alegramos mucho de que haya estado representada aquí la Asociación de Economistas de España.

Ya se lo dije: "Ve pensando quiénes ustedes proponen que vengan al encuentro". Y como él da la casualidad que habló un 3 de julio en que, como recordó, se conmemora el centenario del hundimiento de la escuadra de Cervera, me permito rectificarlo en un detalle.

Nos habló del combate de la escuadra española contra las cañoneras norteamericanas que bloqueaban la bahía de Santiago de Cuba; cañonera es una nave de guerra relativamente pequeña y con cañones de reducido calibre. Se trataba de acorazados con un blindaje tres veces superior y cañones de mucho más alcance que los de los barcos de Cervera, más velocidad, más combustible, completamente abastecidos, frente a una escuadra que envió aquí algún estúpido gobernante, que no recuerdo siquiera su nombre, pero sí recuerdo, porque he leído y meditado bastante sobre la estupidez de enviar aquella escuadra, que no vino a luchar contra los cubanos, vino a luchar contra Estados Unidos, porque se había declarado ya la guerra.

Algunos de sus buques estaban en mantenimiento, a determinadas unidades les faltaban piezas que estaban por montar y los enviaron sin esas piezas, les dieron además la orden de zarpar sin un solo barco auxiliar que los abasteciera de carbón. Es indiscutible que el que la dio nunca se montó en un barco de combate, no tenía la menor idea ni de la política ni de la guerra.

Aquella escuadra llega, tiene que ir casi a las proximidades de Venezuela, para abastecerse de carbón, y después hace su entrada en la bahía de Santiago de Cuba, cuando ya se aproximaba una poderosísima escuadra norteamericana. Estaban en Santiago de Cuba cuando ya la escuadra enemiga quedó bloqueada. Aquella escuadra española pudo ser útil desde el punto de vista militar; podía haber apoyado a la guarnición española en sus combates contra las tropas norteamericanas que atacaban la ciudad. Estoy analizando esto desde un punto de vista exclusivamente militar.

Debo tener en cuenta que nuestros compatriotas, engañados por aquella Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos que decía que Cuba de derecho era y debía ser independiente -la más noble, la más generosa declaración para entrar en guerra-, recibieron la participación norteamericana en la contienda como acción amistosa; solo la realidad ulterior enseñó a los cubanos la triste verdad.

Al jefe de aquellas tropas patrióticas que ayudaron a los soldados norteamericanos en los combates contra los españoles no lo dejaron entrar en la ciudad de Santiago de Cuba; no dejaron entrar a los patriotas cubanos que cooperaron decisivamente a su liberación.

Por eso, viendo esa situación particular y analizando el hecho desde el punto de vista exclusivamente militar, la escuadra española pudo haber apoyado a los defensores de la ciudad con sus cañones y su infantería de marina de un modo realmente eficaz.

Aquellos que le habían dado la orden de marchar hacia Cuba en esas condiciones, le dan entonces otra orden: "¡Que salga la escuadra!". Aquellos marinos, disciplinadamente, en forma heroica, desde su almirante Cervera marchando a la cabeza hasta el más modesto tripulante, cumplieron la orden y salieron. Una bahía pequeña, una entrada muy estrecha por donde la escuadra tenía que salir ahora barco por barco, uno a uno, y así lo hicieron: uno a uno, frente a aquella poderosa escuadra que disparaba con todos sus cañones contra cada navío de guerra español que salía. No estaban en condiciones ni de ocasionarles siquiera una baja a las tripulaciones de aquellas naves de guerra norteamericanas; sin embargo, salieron uno a uno, no se rindió uno solo de aquellos barcos, tuvieron que hundirlos, o ya heridos de muerte sus propios marinos los lanzaron sobre la costa -todavía quedan los restos de alguno de esos barcos.

Yo lo dije públicamente, en fecha reciente, que es una de las más grandes proezas, uno de los hechos más heroicos que se conocen en la historia de las batallas navales. A los norteamericanos debiera darles vergüenza hablar de tal victoria. Ese tipo de victoria no constituye una gloria, porque fue alcanzada en condiciones muy desiguales, con una superioridad total y contra cada barco español aisladamente; no fue el combate de una escuadra contra otra escuadra, combate que no hbría estado en condiciones de ganar la escuadra española, aun estando desplegada la habrían hundido irremediablemente. En este caso la hunden barco a barco, uno por uno y todos contra uno.

Creo que fue realmente una victoria moral de aquellos marinos españoles, un acto heroico, al que un pueblo como el nuestro, que admira el heroísmo, ha sido capaz de rendirles tributo.

Incluso se les rindió tributo en el 100 aniversario a los marinos norteamericanos que murieron en el Maine, que explotó en la bahía de La Habana, adonde había llegado prácticamente sin permiso -las relaciones eran relativamente tensas-, da la casualidad que estalla y muere un gran número de sus tripulantes. Ese fue el pretexto para la guerra.

Después se demostró absolutamente que la explosión no vino del exterior, que la explosión ocurrió dentro del barco. ¿Cómo fue? ¿Fue accidental? Si se considerase accidental uno no deja de sospechar de la casualidad de que en ese preciso momento haya estallado. Puede haber sido intencional, que alguien lo hiciera porque individualmente decidió hacerlo, una gente que pudiera estar enajenada, enloquecida; o un racista fanático que quisiera exterminar una tripulación que era en su inmensa mayoría negra, o porque alguien preparó al autor de los hechos y dio las instrucciones adecuadas para hacerlo con un fin político. Pero los españoles no fueron realmente culpables del hundimiento del Maine, pretexto de guerra que dio lugar a la intervención, cuando ya los españoles estaban derrotados realmente; no podían resistir aquella guerra a tanta distancia, con tantas bajas, producto de los combates y de las enfermedades, y por agotamiento de sus recursos económicos y humanos, no podían. Es ese el momento en que los norteamericanos intervienen, ocupan el país, estuvieron cuatro años ocupándolo, se apoderan del territorio de la base de Guantánamo; todavía está ahí al cabo de 100 años, están allí a la fuerza.

Nosotros hemos sabido tener toda la paciencia, calma, ecuanimidad; es un pedazo de Cuba. A nosotros nos interesa mucho más un mundo liberado, y si les da por quedarse allí indefinidamente porque les viene en ganas, y a base de su poderío militar, ese territorio, cuando ya no exista el imperio y en su lugar surja un mundo unido, globalizado y justo, formará parte de ese mundo, junto al resto de la Isla que hoy constituye el territorio de nuestra querida Patria. Es lo que pensamos.

La intervención nos costó cuatro años de ocupación, de humillación. Fue desarmado el Ejército Libertador. Es como si a nuestro Ejército Rebelde lo hubieran desarmado después de la victoria el Primero de Enero. Disolvieron el Partido Revolucionario creado por José Martí, donde militaban todos los patriotas, un partido realmente unitario de donde surgen las raíces de nuestro actual Partido.

Quedó el país a merced de ellos, se apoderaron de todo: las minas, las mejores tierras, los bosques de caoba y maderas preciosas se quemaban, se convirtieron en combustible de las calderas de los centrales azucareros; la despoblación forestal del país se llevó a cabo de manera terrible, cuando la Revolución triunfa no había prácticamente bosques.

Cuando en 1902 otorgaron una independencia meramente simbólica y formal a nuestro pueblo, la acompañan de una enmienda, llamada Enmienda Platt, que le daba derecho constitucional a Estados Unidos a intervenir en nuestro país. Eso fue lo que significó la participación de Estados Unidos en la guerra de independencia cubana.

El economista español nos recordó esos marinos, y aprovecho la fecha para expresar nuestro homenaje a tan heroicos marinos españoles.

Me falta nada más pedirles que me perdonen por las veces que ocupé la atención de ustedes, por las veces que les hablé, e incluso por haberme tomado un poco más de tiempo del que había calculado, cuando pensaba despedirme al pasar por aquí (Risas y Aplausos).

Y permítanme despedirme con una frase muy conocida de quien ha sido uno de los más ilustres hijos de este hemisferio y símbolo que hoy recorre el mundo por su ejemplo heroico de solidaridad, sus ideas revolucionarias y extraordinarias cualidades humanas:

¡Hasta la victoria siempre!

(Ovación)

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