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Meditar sobre este tema sin dogmas
de ninguna clase

Yo los exhortaba a ustedes a
meditar sobre este tema, investigar, profundizar, ayudar,
asesorar, divulgar, como cosa esencial, con la verdad en
la mano, sin dogmas; lo repito, sin dogmas de ninguna
clase, y con espíritu amplio, muy amplio, y escuchando a
todos, sin creernos poseedores de verdades absolutas. Por
el contrario, si creemos algo, nos interesa enriquecer y
fundamentar lo que creemos. Si tenemos una convicción,
nos interesa profundizar más en esa convicción, e
incluso rectificar cualquier idea, corregirla,
perfeccionarla, y eso solo se puede hacer, realmente, con
espíritu muy amplio, recogiendo y sintetizando ideas,
conocimientos e informaciones.
Si algo en lo cual creemos o
pensamos es compartido por otros; es decir, si eso fuese
cierto, solo el esfuerzo y la inteligencia de muchos
sería capaz de comprobarlo, de sacar conclusiones que no
podría rebatir nadie y determinar el papel que el hombre
puede desempeñar en los acontecimientos históricos.
Ya no habrá un solo pensador;
cientos de miles, millones de pensadores pueden hacer el
pensador que nuestra época necesita. No importan los
nombres. Hubo tiempos en que la humanidad estaba reducida
a la décima parte de lo que es hoy, y hombres que
escribieron para algunos millones que sabían leer y
escribir, de los cuales solo una parte pudo conocer su
pensamiento.
Nuestra humanidad hoy alcanza 6 000
millones de habitantes, donde, como decía esta mañana,
millones y millones saben leer y escribir, y existen
muchos medios para divulgar las ideas. Planteada la lucha
de ideas a nivel mundial, muchas veces no se tiene acceso
a los medios de divulgación masiva controlados por las
grandes transnacionales, o no se tiene acceso a las
grandes cadenas de televisión o de información; pero
siempre hay alguna forma de hacer llegar el mensaje al
mundo, siempre hay alguna posibilidad, y mientras más se
desarrollen las comunicaciones, ello es más posible.
Bien, un equipito de tan pequeño
volumen y tan relativamente poco costoso, o de mínimo
costo -cuando digo relativamente estoy pensando ya en
alguien que tenga muy pocos recursos-, una computadora
conectada a la red de Internet es ya una posibilidad de
hacer llegar un mensaje, un pensamiento a millones de
personas en el mundo.
Como se dice, y es cierto, y se
calcula ya cuántas lo tienen ahora, tengo entendido que
se están incorporando unos 100 millones de personas que
se inscriben o que pueden conectarse con la red de
Internet, y ese proceso seguirá; hay que hablarles a los
pueblos, hay que hablarle a todo el mundo, hay que
hablarles especialmente a los que pueden influir en los
demás, y si en vez de uno son 100 trasmitiendo por esa
vía, y si en vez de 100 son 1 000, y si en vez de 1 000
son un millón, entonces, si las ideas son justas y son
sólidas, siempre existirá, incluso para los más
modestos economistas o científicos, la posibilidad de
trasmitir su mensaje, ese mensaje que tiene que ser fruto
de la inteligencia de tantos. Si hay que ganar opinión,
es indispensable.
Con motivo de uno de los
intercambios, en esta reunión se mencionó a Cristo. Yo
dije que buscó a 12 pescadores que no sabían leer ni
escribir y les inculcó sus ideas para que las divulgaran
por el mundo; después aparecieron escritas, de forma muy
coherente. A veces me preguntaba: ¿Cómo si aquellos
pescadores no sabían leer ni escribir, se pudo escribir
todo lo que aparece en los evangelios? Es que después
vinieron otros y las escribieron, y otros que se fueron
impregnando de esas ideas. Por su contenido humano, y en
el seno de un imperio dominante con sus clases opresoras
y explotadoras, pronto se convirtieron en la religión de
los esclavos, los oprimidos y pobres de aquella sociedad.
El propio Cristo había expulsado a latigazos de los
templos a los ricos mercaderes de la época.
No es el cristianismo, desde luego,
la única religión que se ha extendido por el mundo
donde el hombre busca explicaciones a su existencia y
consuelo a los sufrimientos a que lo han sometido, más
que la naturaleza, los sistemas sociales imperantes hasta
hoy.
Están los judíos, los islámicos,
los hindúes, los budistas, los animistas y otras
religiones. Yo lo recordaba en mi discurso a raíz de la
visita del Papa, cuando precisamente elogiaba el
espíritu ecuménico de sus prédicas surgidas en el
famoso Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, y
que introdujo cambios realmente hasta en la liturgia, un
pensamiento nuevo y la preocupación por los problemas de
los pobres y explotados que fueron olvidados por la alta
jerarquía durante siglos a lo largo de la historia.
Siento un gran respeto por todas
las religiones. La que más conocí fue la cristiana
porque estuve 12 años interno -como algunos de ustedes
también, seguramente- en colegios religiosos católicos,
en una especie de apartheid, como le llamo yo, a la
separación a que estábamos sometidos por no existir la
coeducación. Nosotros estábamos para allá, recluidos,
no salíamos ni a la calle, y las muchachas estaban
también recluidas en otras escuelas similares para
nuestra clase privilegiada, no salían ni a la calle.
En realidad, aquellas escuelas
parecían más un convento que una escuela, porque ese
era el tipo de vida que llevábamos, de lo cual, incluso,
hoy me alegro, porque adquirí disciplina, estoicismo,
espíritu de sacrificio, muchas cosas positivas que me
sirvieron después a lo largo de la vida.
En nuestra cultura como parte del
llamado mundo occidental, hay, incuestionablemente,
componentes de los valores cristianos; pienso que entre
esos valores hay principios éticos y humanos que son
aplicables a cualquier época.
Si en vez de la época en que
nació y elaboró sus ideas, Cristo hubiese nacido en
esta época, tengan la seguridad -o al menos la tengo yo-
de que sus prédicas no se habrían diferenciado mucho de
las ideas, o de las prédicas que los revolucionarios de
hoy tratamos de hacer llegar al mundo. Con las
posibilidades de comunicación que nos da la ciencia, no
tendrían que pasar más de tres siglos para que hasta
los emperadores fuesen capaces de comprender la falsedad
de sus insostenibles concepciones. No será, en realidad,
por el camino de la persuasión que los emperadores de
estos tiempos vayan a acoger con los brazos abiertos
nuestras demandas y nuestra aspiración de justicia y de
equidad en este mundo, ni este mundo puede esperar 300
años. Tendrá que esperar mucho menos para que se
produzcan los cambios que deben producirse.
Como les dije a ustedes, hacen
falta las ideas que preparen a los pueblos para el
futuro, pero luchando desde hoy. Desde hoy hay que ir
formando conciencias, diríamos que nuevas conciencias.
No es que hoy el mundo carezca de conciencia; pero una
época tan nueva y tan compleja como esta requiere más
que nunca de principios y requiere de mucha más
conciencia, y esa conciencia se irá formando con la
suma, digamos, de la conciencia de lo que está
ocurriendo y de la conciencia de lo que va a ocurrir.
Tiene que formarse con la suma de más de un pensamiento
revolucionario y la suma de las mejores ideas éticas y
humanas de más de una religión, yo diría que de todas
las religiones auténticas -no pienso en sectas, que
existen, desde luego, creadas con fines políticos y con
el fin de crear la confusión y la división por parte de
aquellos que no vacilan en utilizar, incluso, la
religión para determinados objetivos políticos-; la
suma de las prédicas de muchos pensadores políticos,de
muchas escuelas y de muchas religiones.
Aquí se habló, incluso, de
algunos de los eminentes teóricos de este siglo que han
desempeñado un papel y cuyas ideas pueden tener una
vigencia determinada; pero hay que unir el sentido ético
y humano de muchas ideas, que parten algunas desde
lejanos tiempos en la historia del hombre: las ideas de
Cristo, con las ideas socialistas, científicamente
fundadas, tan justas y tan profundamente humanas, de
Carlos Marx, las ideas de Engels (Aplausos), las ideas de
Lenin, las ideas de Martí, las de los enciclopedistas
europeos que precedieron a la Revolución Francesa y las
de los próceres de la independencia de este hemisferio,
cuyo más destacado símbolo fue Simón Bolívar, que fue
capaz, hace dos siglos, de soñar incluso con una
América Latina unida, cuando no existía otro medio de
transporte terrestre más rápido que el caballo, en el
que podía tardar perfectamente tres meses para llegar el
mensajero desde Caracas hasta Lima, o hasta Ayacucho, o
hasta Bolivia. ¡Con qué medios lucharon! No había
teléfonos, ni comunicaciones, ni radio, y tuvieron el
empuje y el vigor de recorrer un continente y soñar con
una América Latina unida. Sí, aquellos sentimientos,
aquella proyección, aquellas ideas hay que recogerlas
también en nuestras ideas de hoy.
Bolívar, cuando hablaba de la
unidad del continente, lo que hoy constituye Estados
Unidos era una nación ubicada cerca de las costas del
Atlántico, muy al este del Mississippi, que más tarde
se extendería hacia el oeste a costa de las tierras de
los indígenas y de las tierras de los descendientes de
indios y españoles que las poblaban -esa historia es
bien conocida-, y por eso él hablaba del hemisferio. No
excluía a Estados Unidos, desde luego; pero Estados
Unidos no era entonces los Estados Unidos que hoy
conocemos, eran las 13 colonias que recién se habían
liberado del colonialismo inglés.
Hoy a esa América que conoció
Bolívar le falta una parte importante de su territorio.
En Canadá apenas vivía nadie, y si hoy tiene equis
millones -no recuerdo exactamente, son veintitantos-, la
mitad son inmigrantes de otros países.
El pensó en la unión de
aquella América, vean con cuánto tiempo de
anticipación; pero otros después de él pensaron en un
mundo unido, y nosotros también tendremos que pensar en
un mundo unido, porque la humanidad marcha
inexorablemente en esa dirección. La globalización va
creando todas las condiciones para ese mundo unido.
Aquello fue en Bolívar una idea,
una premonición muy grande; pero, realmente, cuando uno
analiza las condiciones, se ve que era imposible en
aquella época una América unida con la que él soñaba.
No existían las condiciones materiales y culturales
mínimas para que se produjera aquella unión que él
logró en parte, y de la cual solo pudo ver a la hora de
su muerte los fragmentos de aquella Gran Colombia. Pero
pensó en eso, fue visionario, como lo fue Miranda
también un día, de la independencia.
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