ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Banner

Foto: portada del libro

Quienes vivimos plenamente los días de feria, tenemos al dormir, ante los ojos, una cortina de libros. Junto a nosotros descansan los que llevamos a casa, rescatados de entre la espesura de una librería o de un stand.

Hoy estos libros tendrán que esperar. Tomo el móvil y busco uno de los que, en formato digital, se presentarán el día 24, a las 11 de la mañana, en la sala José Lezama Lima, con sello editorial de Letras Cubanas. Una mordaz revelación ha sido la lectura de Mataremos al hijo, un poemario de Leyla Leyva, que estremece por la fuerza de una voz movida por la exaltación, con la que procura hablar el lector, al descubrirse en el texto, o al languidecer ante lo inesperado y subrepticio.

 De la canadiense Anne Carson es el enunciado que introduce estas páginas: «El dolor no tiene significado. No tiene acantilados puros. El dolor es un horno. Donde las drogas se acaban y el lujo se pierde. Pero por el momento duerme. Brilla. La noche se quema lentamente…».

Ni su ubicación allí, ni su mensaje son arbitrarios.  Con dolor están hechas las piezas de este libro que no es, sin embargo, un gemido. Lejos de la lamentación, hay un ramalazo que madura y acepta la rispidez de lo inevitable, de un sinsabor que no esconde su esencia y se muestra tal cual, lo mismo desde la explicitud, que desde el tono que, como aura del pensamiento de su autora, acompaña cada idea concebida.    

Tres momentos (noche uno, noche dos y el horno) agrupan los 73 poemas de un cuaderno en el que hay que prestarles una cuidadosa atención a ciertas aseveraciones del sujeto lírico: mi memoria se fía / cada vez menos del pasado / equívocos creciendo / hasta convertirse en un pelotón / las mismas aunque efectivas / expresiones de afecto dadas / al pelotón contrario dichas / por el ilusionista / que lo ha entregado todo (este es otro movimiento).

Un poema como desplazamientos 3 a.m. recuerda tanto la desolación del insomnio… O acaso es la vigilia imprudente que inhabilita el aliento para –aunque después de muchos intentos–  recobrarlo: a esa hora el planazo me dio de frente / y reboté / sudo me hielo sudo me hielo / un proceso agotador / la emulsión a prueba de balas / aunque la noticia nunca resulte de una vez / la cavidad áspera da vueltas / con ese silbido característico / conviene aguantar sentada / y poder sostenerse con lo que quede / remedia la luz que viene del pasillo / estoy aquí / hay un sitio / que alguien (yo) tuve a bien llamar bueno.

De esa condición maternal que termina acatando lo que –sabemos– no puede someterse, parece darnos razones el que su autora titula del apego filial. En él asegura que hay un destino / que dije pelear / y que ya no sostengo / para que escapes / justo para que escapes.

La única pieza que integra el horno, como crepita la piel que arde, pone fin al libro. Se le percibe como un texto que transmuta en cada nueva lectura y en el que el receptor bien se amilana, bien ofrece el hombro, bien se envalentona e identifica: hijo que va a llorar que siempre va a llorar / madre que mientras dure hará lo mismo / un hijo es una hija en viceversas / un error fractal / dos en uno.

Ya sabrá el lector de la emoción con que se sale de esta poesía difícil, y honesta hasta el tuétano, que, a pesar de los dardos que le dieron en el blanco, se rehace y anda.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.