ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Dora enalteció las esencias del campo cubano, que sintetizó en personajes como Pelusín del Monte. Foto: Pedro Soroa

«En el camino de la costa de Varadero, cerca de Carboneras, vivía un cochero, llamado Martín Colorín, que tenía dos hijos, un perro sato, un caballo blanco y un coche viejo.

«De tanto mirar el mar durante años y años, Martín acabó por desear que cuanto lo rodeara fuera del mismo color azul. Para tratar de conseguirlo, compró una lata de esmalte azul y una brocha…».

Así comienza El cochero azul, con ese poder imantador para invitar a la fantasía que distingue a los buenos libros escritos para la infancia. No sorprende, entonces, que se suela recordar a su autora, Dora Alonso, por lo que escribió para ese público, como Aventuras de Guille, Palomar, La flauta de chocolate y El valle de la Pájara Pinta. Y, sin embargo, no fue solo eso –aunque sí sea muy valioso– lo que creó la Premio Nacional de Literatura (1988).

Tal y como confesara, Doralina de la Caridad Alonso y Pérez-Corcho fue escritora antes de saber escribir. Había nacido el 22 de diciembre de 1910 –hace 115 años– en Recreo, luego Máximo Gómez, en la provincia de Matanzas.

Allí se le hicieron naturales los silencios y los sonidos del monte, y también inventar historias para darle sentido a cuanto la rodeaba. Las lecturas que su madre le hacía terminaron por redondear una vocación, no orientada solo hacia lo artístico, sino a lo humano todo.

Muchos años después, en la última entrevista que ofreciera, al rememorar aquellos días, reflexionaba sobre lo aprendido entonces y para siempre: «Ser culto no es solo saberse unos cuantos libros de memoria, es ser también consecuente con uno mismo, tener una ética y un sentido de lo justo, es tener cultura de trabajo, de estudio, es conocer los derechos y los deberes de cada cual; por esa, la verdadera cultura, es por la que debemos luchar».

El periodismo fue su decisión primera y para toda la vida. Perteneció a la Joven Cuba, nucleada por Antonio Guiteras, y mantuvo una conducta vertical «apuntalando algunas banderas que había que situar contra el racismo, contra la intolerancia y por la cubanía». Renunció, incluso, a un sueldo estable, en un tiempo de carencia económica tremenda, cuando el director del periódico para el que trabajaba le pidió escribir un editorial a favor de Franco.

A la radio llegó también por necesidad y sentó pautas: dos de sus radionovelas, llevadas luego a televisión, hablan de su pericia, Sol de batey y Tierra brava.

Corresponsal en los días de Girón y de la Crisis de Octubre, la prosa de mujer y autora, ya maduras, brilló como su valor: «Yo tenía que elegir: o me retiraba, o avanzaba y hacía mi reportaje. Si el miedo me vencía no me hubiera considerado nunca ni cubana ni revolucionaria ni periodista, y no creo que nadie en mi caso hubiera dudado. Hice lo que tenía que hacer, nada más».

Para 1959, ya Dora tenía una buena reputación como cuentista; pero como apunta la Historia de la Literatura Cubana, su producción destinada a los mayores continuó ganando en calidad al depurarse estilísticamente; de ello resultaron muestra sus libros Ponolani y Once caballos. En 1961 ganó el Premio Casa de las Américas con la novela Tierra inerme.

Cuando le solicitaron trabajar en los libros destinados a la enseñanza primaria, su reacción inicial fue negarse, era demasiada responsabilidad. Sin embargo, reparó en la insuficiente calidad de los textos hasta entonces vigentes, y sintió el deber moral de asumir la tarea.

Ese fue el inicio de un camino que no abandonaría más; así, en la citada Historia… apuntan que, en el ámbito de la literatura infantil, «su poesía, como su narrativa, recurre a la tradición, no con finalidad costumbrista, sino –atenta a esencias y presencias definitorias– para revitalizar nuestro folklore». Además, refieren que hizo aflorar en su obra la eticidad propuesta por la Revolución, sin que el afán didáctico empañase su práctica literaria.

Entre sus muchos regalos a la cultura cubana, se cuenta haberle dado vida a Pelusín del Monte, un títere que la ha sobrevivido en diálogo perenne con las infancias.

Dora falleció en La Habana, el 21 de marzo de 2001. Como deseaba, sus cenizas fueron esparcidas en el Valle de Viñales, «pequeño paraíso» que ya había inmortalizado en letras, y del que dijera: «En ese valle, me reconocí como parte de la naturaleza: la belleza del sitio, ayudada por el carácter humilde, sano y acogedor de sus gentes, me reconciliaron con la vida».

Justo eso hizo ella por muchas personas, alentar, hacer que se amara la existencia; y lo sigue haciendo. Todavía hay quien se pregunta qué hizo Martín Colorín con una lata de esmalte azul y una brocha, y sigue leyendo.

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Fabriciano dijo:

1

23 de diciembre de 2025

07:56:15


YEILEN PERIODISTA SU ARTÍCULO HAY QUE LEERLO LETRA A LETRA PARA QUE SE MANTENGA VIGENTE EN EL ALMA,DORA ALONSO A LO MEJOR ME EQUIVOCO PERO EN EL PAÍS NO HAY UN LUGAR FISICO DONDE EVOCAR TAN ILUSTRE…….. Gracias por su artículo