Entre las cineastas latinoamericanas de mayor peso artístico en este siglo, la argentina Lucrecia Martel (Salta, 1966) ha fraguado una obra de relieve dentro de la pantalla de ficción, gracias a sus largometrajes La ciénaga (2001), La niña santa (2004), La mujer sin cabeza (2008), y Zama (2017).
El trabajo de esta representante regional del cine de autor alcanzó resonancia mundial desde su mismo debut, y ya su segunda producción cinematográfica contó con el respaldo de Pedro Almodóvar (quien fue conquistado por La ciénaga) y el Sundance Institute. La niña santa figuró en la selección de las diez mejores películas de 2005 por The New York Times.
El propio Almodóvar ponderó sus inicios: «Técnicamente impecable, la gran virtud de Lucrecia Martel como directora es la capacidad de sugerir sin mostrar. Es increíble que La ciénaga sea su primera película, porque esa cualidad, cada vez más rara entre los cineastas actuales, se consigue con la experiencia. Es insólito encontrarla en una debutante. Otro de los elementos distintivos es la fisicidad de todo lo que aparece en la pantalla. Uno siente la humedad del balneario de La niña santa, la atmósfera llena de bichos, el calor, el hacinamiento en el que viven sus personajes».
La realizadora, por su parte, se autotraduce de esta forma: «El cine que a mí me gusta transitar –como espectadora y directora– es el de la ambigüedad, que no genera nada radical, que no va a cambiar el mundo, pero que al menos propone un territorio menos seguro. Política y vitalmente no hay nada tan peligroso como creer que hay un lugar hecho, dado, y que es inamovible».
Las anteriores declaraciones, formuladas hace 18 años por la directora, dan cuenta de una intención autoral que se manifiesta, en su obra de ficción, fundamentalmente a lo largo de sus tres primeros filmes.
Caso contrario, no existe mucho grado de ambigüedad en su primer largometraje documental, Nuestra tierra (2025), en el cual expone, mediante un caso en particular –el asesinato de Javier Chocobar, activista indígena por los derechos a la tierra–, los orígenes del ancestral expolio y despojo sufrido por los pueblos originarios a manos de las clases dirigentes blancas.
Según el crítico argentino Diego Lerer, «Martel ha optado, inteligentemente, por ofrecer un filme claro, abierto, alejado de la estilización creciente hacia la que parecía moverse su carrera con el correr de sus películas (…). Al alejarse casi de cualquier zona experimental lo que consigue es un filme que es a la vez humano, emotivo y sensible sin dejar de ser creativo, original y muy propio y personal».
Catorce años de trabajo invirtió la cineasta en la elaboración del documental, a juicio suyo «una reflexión sobre la historia, sobre el discurso histórico», pero también sobre el colonialismo, por lo cual puede entenderse en tanto extensión de su planteo en Zama.
La premiere mundial de esta coproducción entre Argentina, México, ee. uu., Francia, Holanda y Dinamarca tuvo lugar el pasado septiembre, en el Festival de Venecia. Luego fue programada en el de San Sebastián y ahora en la cita latinoamericana de La Habana.
Antes, también estuvo presente en el encuentro fílmico de Londres, donde ganó el galardón a la Mejor Película y cuyo jurado expresó: «Al dar protagonismo a las voces actuales y a las historias olvidadas, Martel presenta un retrato de –y para– una comunidad indígena, y les otorga una medida de la justicia que los tribunales les negaron».












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