Candidata por España en la categoría de Mejor Película Extranjera al Oscar 2025, ganadora en Málaga, elevada por alguna crítica de su país casi al rango de «obra maestra», y presente en el Panorama Contemporáneo Internacional, Segundo Premio (Isaki Lacuesta, Pol Rodríguez, 2024) es una pieza de interés, pero sobrevalorada.
Aunque no es momento, ni hay espacio ahora, para analizar la tendencia a la sobrevaluación de los especialistas con los filmes de sus naciones –mal en que incurrimos los cubanos–, el largometraje resulta otra muestra de ello, sin eludir sus méritos, que los tiene.
Lo plausible del filme estriba en que su acercamiento semibiográfico a la banda de rock independiente Los Planetas no se establece desde la escolástica de un subgénero bastante codificado. Aquí se hace caso omiso al orden fáctico, a la liturgia prestablecida de la biopic en cuanto a seguimiento cronológico o recopilatorio del grupo musical.
Lacuesta y Rodríguez sortean tales procederes, en su voluntad de reconstruir las sensaciones, los sueños, las cordialidades y los desencuentros de los músicos; captar un sentimiento; graficar el espíritu de sus procesos creativos… Lo logran a medias, sin llegar a trascender esa virtud a otro plano mayor, a falta del estallido de energía, elocuencia, disección y verdad que no acaba de materializarse en su filme.
Lo que sí se manifiesta a lo largo de Segundo premio –bastante ralentizada en su decurso narrativo, por cierto–, es la iteración de ideas y conceptos; así como la proclividad a romantizar ciertas circunstancias del recorrido común de los miembros de la banda, vinculadas a su interacción desde el plano de los afectos.
Con imágenes que remiten, y no para bien, al Bernardo Bertolucci de Los soñadores (2003), soluciones de continuidad caprichosas y una mixtura entre la realidad y la ficción y un tratamiento del punto de vista que no siempre aceitan sus goznes desde lo dramatúrgico, Segundo premio no constituye la extraordinaria película que me habían vendido.
Aunque suene herético, disfruté más, en cambio, un trabajo de mucho menos resonancia, sin aspiraciones de nada como no sea de entretener (y de proponer en su cierre algunas ideas de cómo llevar la vida, que bien pudiera haberse ahorrado porque es lo que más lo lastima), al corte de Un mal día lo tiene cualquiera (Eva Hache, 2024).
Lo protagoniza Ana Polvorosa. Quien constate en la actualidad su crecimiento actoral no creería que una vez encarnó, insufriblemente, al personaje de Lorena en la divertida serie humorística Aída.
Sobre sus hombros, y del guion, descansa una película que es un divertimento mirado en el espejo de varios títulos, pero de manera especial en After hours (Martin Scorsese, 1985) y su historia de aquel programador informático envuelto sin remedio en el extraño torbellino de circunstancias de una noche neoyorkina.
En la mañana, el personaje de la Polvorosa deberá discutir su tesis doctoral. Encarnación viviente del orden y de la observancia de las normas, la noche–madrugada previa se verá montada, sin embargo, en una montaña rusa de experiencias bizarras, las cuales emergen en tropel de las líneas de un guion que opera por efecto de acumulación.
Es una comedia y hay pista libre para la exageración, si bien Eva Hache se pasa de rosca. El final es hilarante, pero didáctico e inductivo.










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