ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotograma de la Película

Enunciativa y obvia desde el mismo título, Linda (Mariana Wainstean, 2024), exhibida en la sección En Perspectiva, del 45 Festival, tiene como personaje central a una joven llamada Linda, quien le hace honor a su nombre, pero no tanto como pretende el guion.

Es una chica que ocupará, en carácter de sustituta, el puesto de mucama en una mansión de la clase alta bonaerense. Ella nada tiene que ver con colegas de rasgos indígenas de producciones recientes, a la manera de la empleada doméstica paraguaya de la miniserie argentina Nada (Cohn y Duprat, 2023), o la sirvienta colombiana del filme español Calladita (Miguel Faus, 2023).

No, Linda es caucásica, argentina, de buen porte, sexy, al punto de que algún personaje le dice que, en vez de trabajar de mucama, pudiera estar dándole la vuelta al mundo en yate, junto a un millonario.

No más entrar en la residencia, Linda enardece hormonalmente a todos sus miembros. Sin excepción. El deseo del hijo adolescente por la muchacha se comprende mejor, pero lo mismo sucede con el padre, la madre y la hija. E igual con los amigos de la familia. Demasiado.

Linda conoce el poder potencial coyuntural que ejerce sobre todos. Frena a los dos hombres de la casa y parece alentar, para más tarde cortar, a la hija. La intempestiva atracción de esta por la sirvienta no se conecta con el personaje que nos han silueteado hasta entonces: heterosexual, con un novio atractivo y una vida erótica bastante activa.

La mucama, además, coquetea primero y después aborda de forma directamente sexual a la dueña, quien parece ser la única que de verdad le atrae. Y esta le corresponde, con alto grado de intensidad.

Nunca se sabe realmente qué pretendió la directora con el filme. Si consistió en un intento de crítica social a la burguesía –al corte del francés Claude Chabrol–, le quedó bastante maniqueo y en grado alguno novedoso. Todo cuanto parece censurarse aquí sobre los vicios de los ricos se ha hecho antes miles de veces, y mucho mejor.

Si consistió en observar el desarrollo y evolución de ese personaje de las capas desfavorecidas en medio de un entorno de opulencia, el fallo es incluso mayor, por dos razones fundamentales: el personaje es una entelequia, un artefacto de guion sin carnadura dramática, unidimensional, sin rasgos constitutivos a nivel de escritura.

Los objetivos e identidad del personaje nunca saltan a la pantalla. Circunnavega en este universo de lujos y costumbres que le son ajenos, pero ni se implica ni se distancia ni adopta la mínima postura ética, cívica, moral. Parece un robot, quien solo se pone en plan humano cuando se come a besos con la dueña de la casa.

La segunda razón obedece a la labor interpretativa de la actriz, cantante y modelo argentina Eugenia Suárez. Su estrategia de defensa del personaje central, o la asignada, no sale de la cáscara. No hay revelación interior y todo el asunto queda en una eterna pose de displicencia, desdén o «no me importa nada» que, a la larga, aleja a su Linda de cualquier potencial interés por «descubrirla».

Linda, la película, viene a ser la extensión, en cine, de construcciones musicales algorítmicas como Rosa, qué linda eres (Alibi), en la versión de Sevdaliza. Si parafraseamos su estribillo, del filme solo pudiéramos decir sobre su personaje: «Linda, qué linda eres». Pero, ¿y qué más?

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