ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Incluso sin haber gestado una obra artísticamente redonda en el plano reciente, las comedias televisivas y cinematográficas hacen más por la España vacía que todos los programas sociales que pudiesen crear para paliar tal fenómeno, consecuencia de la disminución de la natalidad, el envejecimiento de la población residente y el éxodo juvenil en estos pueblos olvidados por Madrid.

Lo hacen no tanto por el aporte económico del rodaje; sino, sobre todo, porque están mostrando a españoles de ciudad –e igual al resto del mundo–, la belleza de entornos aún envueltos en la magia prístina de lo paradisíaco: paisajes circundantes de poblados, casas, callejas, plazuelas…, donde los ya escasos habitantes no reniegan de tradiciones o virtudes humanas que, no por ancestrales, son caducas.

Así, aparecen mosaicos sociales con respeto u observancia de conceptos como ética, honestidad, nobleza, solidaridad, sencillez.

Claro, son comedias, explotan una raíz clásica del género, como la difícil mezcla del agua con el aceite. Por ello, de las desemejanzas entre nativos/visitantes provendrá parte de su atractivo, más allá de que suelan sobrepasarse en sus clichés de cada prototipo social, algo de vieja data desde El turismo es un gran invento (1968).

Varias de estas comedias más recientes (de las películas El pregón y Villaviciosa de al lado, ambas de 2016, y Un hípster en la España vacía, de 2024, y las series El pueblo, iniciada en 2019, y Tierra de mujeres, recién concluida) extraen de la confrontación cultural entre los visitantes y los lugareños el trigo de argumentos, diálogos y gags. También del escarbe en sus problemáticas humanas.

Muchos de estos diálogos y gags dependen, en su totalidad, de esa referida antinomia supuesta por las formas de actuar o pensar de los forasteros –en tales recreaciones casi siempre más bellacos, o de vuelta de casi todo–, y de los anfitriones, por norma más cándidos.

Justo así, Cándido, se llama el alcalde de El pueblo. Esta serie, muy gustada en Cuba, no descubre nada nuevo dentro de la comedia; pero sabe jugar bien sus cartas y extraer sus jugos humorísticos de la interacción entre gente noble como este señor –y El Ovejas, o el cascarrabias Arsacio–, con un truhan citadino a la manera del Juanjo (encarnado deliciosamente por Carlos Areces).

Del villorrio de Peñafría de El pueblo nos vamos al de La Cañada, de Un hípster en la España vacía. Aquí llega el urbanita Quique, quien emprende el viaje opuesto al de Agustín Valverde en La ciudad no es para mí (1966), quien se desplazaba, sin éxito, del campo a la ciudad.

Si bien la discreta cinta de Emilio Martínez-Lázaro guarda numerosas deudas argumentales con la serie El pueblo y el cine de Pedro Lazaga, para Paco Martínez Soria su punto distintivo es su cuestionamiento de las exageraciones del lenguaje políticamente correcto, la falsa inclusión por dictados y la imposición de mensajes que no suelen tener en cuenta las cosmovisiones de comunidades alejadas de las urbes.

Y de La Cañada llegamos a La Muga, Cataluña, en esa mera postal turística que es la serie Tierra de mujeres, comedia de enredos de tono amable y nulo subtexto social. Nada que ver con los postulados de los dramas de Saura, Erice o Sorogoyen (ni las comedias de Berlanga o Cuerda) sobre la ruralidad ibérica, pero bien que la sabe vender.

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