En La decisión de partir (2022), el realizador sudcoreano Park Chan–wook entrega dos conmovedores tributos: el primero, al cine negro; y el otro, a esas inolvidables películas eternas de amores imposibles. Resulta muy difícil, al verla, no pensar en las estadounidenses Casablanca y Vértigo, la italiana Noches blancas, la taiwanesa Deseando amar o la polaca Cold War.
Las referidas son grandes películas que gravitan en torno a cómo las circunstancias que rodearon a las respectivas parejas, y las complejidades humanas de sus integrantes, impedirían la consumación de pasiones inmensas. Amores contrahechos en sus propias quimeras, y aplastados, también, por los giros del destino.
Con delicadeza, sensibilidad, sensualidad, suma atención a los detalles –determinantes en la cinta– el más quedo de todos los Park Chan–wook posibles configura esta nueva asunción de la trama de detective enamorado de la eterna mujer fatal del cine negro.
Esta figura también está presente en la obra de su maestro Kim Ki–Young, la que observa y repiensa, pero siempre en las antípodas del costado animal de Instintos básicos, de Paul Verhoeven.
Por la anterior razón, aquí no prima el arrebato erótico, sino la sublimación romántica del ser amado. Es una película cargada de ternura y lirismo, la cual logra la feliz convergencia de la belleza poética del texto con la belleza formal de la puesta. Gran cine.
Coescrita junto a la colaboradora habitual del realizador, Jeong Seo-kyeong, La decisión de partir es un thriller romántico sobre la soledad y el intento de supervivencia levantado por la pasión: una pasión esquiva e inasible.
Por ende, la película desprende –más que en obras previas–, ese dolor típico del cine de Park, expreso en su pantalla a través de una conexión permanente con la violencia, física y mental.
No sucede del todo igual ahora, pues, aunque tiendan a aflorar los estilemas clásicos del autor asiático –potenciación del elemento trágico, crudeza visual, cargada intensidad dramática, desmesura, dinamitado del relato con cargas de ironía y un peculiar humor–, la decisión de Park Chan-wook estriba en no dejar mucho lugar para lo paroxístico o tronante.
Su objetivo radica en privilegiar lo humano e íntimo de dos criaturas quebradas, en su intento por conseguir algo que las supera.
El conocido virtuosismo estético del cineasta encuentra en el filme (en la cartelera fílmica capitalina de septiembre) un punto de maduración, que permite espléndidos ángulos de cámara, maestría en la cadencia de los planos, visualidad abrazadora, y la sintonía secuencial de un montaje preciso en grado mayor. Este se debe a las dos manos cargadas de oficio de Kim Sang–bum.
A La decisión de partir la corola la composición magistral de los dos personajes centrales, por el actor coreano Park Hae–il, en el rol del detective; y la china Tang Wei, en el papel del objeto de su devoción y clásica mujer fatal. Ella, pese a poseer un costado sinuoso, nunca alcanzará las cotas malévolas de las de su semejante Cate Blanchett en El callejón de las almas perdidas: película que aconsejaría ver en tanda doble con esta.












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