Al minuto cuatro de Tarará, la historia de Chernóbil en Cuba (Ernesto Fontán, 2021), Lidia Savchenko, la madre de Alexandr, uno de los dos afectados por la catástrofe nuclear de 1986, que entrevistan en el documental, dice que los médicos ucranianos, luego de la tragedia, le aseguraron que no se podía hacer nada por su hijo, y que iba a morir.
Esos galenos no podían sospechar entonces que, a casi 10 000 kilómetros, en una Isla sometida a férreo bloqueo, pero con amplio desarrollo en el campo de la Salud Pública, y con un líder de talla universal como Fidel Castro, al pequeño Alexandr, junto a otros más de 26 000 infantes enfermos provenientes de Ucrania, Rusia y Bielorrusia, les serían devueltos la sonrisa y el bienestar físico, como resultado de una noble epopeya solidaria de la Revolución Cubana.
Padres de infantes aquejados de varias patologías, sobre todo oncohematológicas, habían cursado, de forma previa, solicitudes de ingreso a clínicas privadas de Suiza y de Estados Unidos, lo cual narra una de las fuentes, pero fueron rechazadas desde las dos ricas naciones del Primer Mundo. En cambio, una Isla pobre, cercada por la principal potencia económico-militar del planeta, a las puertas mismas del periodo especial, los acogió, atendió y curó.
Es algo que padres e hijos recibidos en Tarará no olvidarán jamás, como ninguna gente sensible de este mundo. De ese altruismo, de la tan generosa entrega del pueblo cubano, da cuenta el documental, en exhibición, a partir del 25 de julio, en las salas de estreno.
Al filmar su evocación del episodio de los niños de Chernóbil en el campamento de Tarará, la cámara del argentino Fontán se sitúa de frente a valiosas fuentes activas, las cuales contribuyen, de forma tan expedita como efectiva, a contextualizar, documentar y valorar aquel programa de atención médica y de rehabilitación comenzado en 1990. También es analizado el periodo sociohistórico, aunque es evidente aquí la tendencia a la disgregación hacia temas que daban tranquilamente no para otro, sino incluso para varios trabajos más.
En lo que sí no extravía la brújula el guionista, director y montajista es en el empleo del material de archivo. Resulta contentivo el documental de imágenes conmovedoras, incorporadas en los momentos precisos, que sobrecogen y estrujan el pecho, pero a la vez llenan de orgullo a un cubano solidario, como la llegada del primer vuelo de pequeños enfermos, el 29 de marzo de 1990.
Frutas, chocolates y ramos de flores esperaban a los niños de Chernóbil al bajar de la escalerilla del avión. También un hombre gigante, impulsor de aquel proyecto. Fidel les manifestó esa noche a los periodistas, lo reproduce el documental, su convicción de que «vamos a tener éxito, porque los médicos están decididos a hacer el máximo esfuerzo (…)».
Así fue, hasta 2011, cuando concluyó un programa convertido en acto de fe, en obra inconmensurable de amor, reverenciada y justipreciada por esta ópera prima que Fontán dedicó a Fidel y a Cuba, el único país que atendió, gratuita y masivamente, a las víctimas de la catástrofe.
Del mismo año de Tarará, la historia de Chernóbil en Cuba es Sacha, un niño de Chernóbil, de los cubanos Maribel Acosta y Roberto Chile, otro documental sobre el tema que también recomendamos apreciar.












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fabriciano r dijo:
1
22 de julio de 2024
08:12:02
Julio Martínez Molina Respondió:
22 de julio de 2024
19:17:34
José Luis dijo:
2
22 de julio de 2024
11:18:30
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