Buey Arriba, Granma.–Acompañado del sonido inconfundible de los cencerros de su cuadrilla de mulos, el arriero Yoel González Pinder no encuentra mayor satisfacción que la de andar recorriendo escarpados senderos de este municipio granmense, subiendo y bajando lomas, llevando alimentos y productos a sitios intrincados, perpetuando con su hacer una tradición de la montaña.
«Yo me enamoré de este oficio desde niño, cuando veía pasar por mi casa a los arrieros con sus cargas de mangos y viandas, y aquel sonido del cencerro era como música para mis oídos», comenta a Granma quien, antes de convertirse en uno de ellos, fue técnico y hasta «coqueteó» con la posibilidad de hacerse maestro.
Este carismático guajiro, de tez curtida por el sol y manos ásperas –al que le gusta presumir de la elegancia de su cuadrilla–, volvió este año a participar en el Encuentro de Arrieros y Fabulaciones Serranas, que este junio hizo confluir en los lomeríos de Buey Arriba las mejores experiencias del oficio y las tradiciones históricas y culturales que lo vinculan a los montañeses.
«Este es un evento en el que se mezclan las tradiciones y las costumbres de la montaña con el oficio de los arrieros, y es algo atractivo, porque ser arriero también es un arte», afirma Yoel.
«Hay arte en el sonido de los cencerros. No todos son iguales. Los hay que se escuchan fino o más corto, y eso, cuando uno anda con su cuadrilla, ayuda a que, si un mulo se rueda, ya por el sonido del cencerro se sabe cuál fue el que se te quedó.
«Para lograr eso también el arriero tiene –como un músico– que tener buen oído, y debe conocer sus cencerros, de tal forma que, de solo escucharlos, pueda decir me falta el tercer mulo, o el sexto».
Multipremiado en las competencias que forman parte del Encuentro de Arrieros y presidente de esa Asociación en el municipio de Buey Arriba, a Yoel le gusta resaltar, además, el valor cultural que tienen los protagonistas de esa actividad de carga.
«Los arrieros somos algo así como narradores orales de la montaña, porque, como andamos de un lado para el otro, y nos quedamos en tantos sitios, siempre tenemos a mano un chiste, una historia o una anécdota, y somos los que llevamos, de comunidad en comunidad, los cuentos verdaderos o ficticios de la serranía.
«Por otra parte, tenemos un vínculo muy fuerte con la historia local, porque los arrieros cargaron arena para hacer los secaderos en la montaña, subieron sobre los mulos mobiliarios escolares, y han sido por décadas los encargados no solo de trasladar viandas y frutas, sino también mudanzas, diversos productos, y casi todo lo que se mueve desde la loma hacia el pueblo y del pueblo hacia la loma».
Profundo conocedor de este sacrificado oficio, Yoel recuerda con un especial orgullo el legado histórico que dejaron aquellos arrieros que prestaron ayuda a las tropas del Ejército Rebelde; «sobre todo los de esta zona, especialmente en La Otilia, donde radicó uno de los puestos de mando de la Columna No. 4, de Ernesto Che Guevara.
«El nuestro es un oficio con fuertes tradiciones históricas y culturales que no podemos dejar perder», apunta, sin dejar de reconocer que hoy la migración de la montaña, los robos de mulos y la escasez de implementos, como aparejos y sogas, son realidades que atentan contra el desarrollo de ese oficio.
«Yo creo que, sin los arrieros, la vida en la montaña no sería la misma. Nosotros llegamos a donde ningún carro puede hacerlo, porque los caminos están muy malos o son pendientes demasiado elevadas; pero somos, además, parte de la cultura rural».

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