ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Corina Mestre creía «en la función del arte para contribuir a satisfacer una zona de la espiritualidad, además de proporcionar belleza». Foto: Ariel Cecilio Lemus

La tarde del 1ro. de junio fue calma y calurosa en la capital, iluminada por un sol desmesurado. La noticia del fallecimiento de Corina Mestre se esparció con la rapidez de las malas nuevas, pero algunas personas solo se enteraron a las puertas de una sala de teatro.

El Director de la puesta no solo lamentó la pérdida de la actriz y pedagoga, sino que, en su nombre y el del colectivo, le dedicó la función.

Seguramente la escena se repitió en otros puntos de la ciudad o el país, porque una de las principales huellas que deja Corina Emilia Mestre Vilaboy –nacida en La Habana, el 12 de octubre de 1954– es la de su magisterio.

Premio Nacional de Enseñanza Artística (2015) y de Teatro (2022), además de sus memorables actuaciones en las tablas, el cine, la radio y la televisión, fue Profesora Titular y dio clases por más de tres décadas en la Escuela Nacional de Arte.

Desde esa responsabilidad y otras asociadas a la enseñanza, trabajó por logros concretos como la integración de los estudiantes a la labor artística en zonas de difícil acceso; la inclusión de las especialidades de Radio y Televisión en los planes de estudio; y la vinculación estudio-trabajo.

Descubrir talentos a través de la Isla fue otra de sus obsesiones. En una entrevista que le concediera al periodista Yuris Nórido, aseguró: «Mi vocación primera es la del magisterio, que es una vocación por la justicia. Porque se es maestro, más que para enseñar la técnica (que claro que es importante), para inculcar valores».

Esa ética condujo su propia vida. No en balde, al saber de su deceso, el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, escribió en su cuenta en x: «Me duele profundamente la muerte de mi fiel amiga, colaboradora, maestra y patriota», y la llamó una de las defensoras más apasionadas de Cuba.

Con el mismo temperamento con el cual declamaba, Corina se implicaba en la defensa del país y en su construcción; y lo hizo en buena medida desde la vicepresidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

«Creo en la necesidad de un teatro mejor, que piense en los otros más que en la satisfacción de egos. Creo en el profesional que, más que en el deseo de reconocimiento, se afane en lo que puede aportarle a la comunidad, al público».

Ese camino lo recorrió con rectitud desde sus días de aficionada, cuando Raquel Revuelta le vaticinó que sería actriz; y luego en su trayectoria de profesional –por la que mereció múltiples premios y reconocimientos–, marcada por el riguroso entrenamiento de Teatro Estudio y las más de 70 obras en las que dejó su impronta.

En el recuerdo quedará su talento para encarnar la poesía, que «es la cima, la luz»; su relación entrañable con la trova cubana; aquel papel legendario en la telenovela

Pasión y prejuicio; la manera única de decir «Fidel»; su cercanía con la gente, y todo aquello que hizo convencida de que «el arte salva, cuando lo asumes con una vocación de servicio».

 

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