Aunque constituye un recurso del lenguaje cinematográfico empleado desde hace un siglo, con antecedentes de altísimo valor, pocas veces el fuera de campo había sido utilizado de forma tan magistral como en La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023), a efectos de representar el horror de eso que no sale en el encuadre, de lo que no se aprecia en el campo visual, pero que está ahí, gravita, determina y aniquila.
La desasosegante película, inspirada en la novela homónima de Martin Amis, trabaja en gran parte del metraje con el fuera de campo visual y sonoro, en tanto espacio de oposición no visible del escenario de una casa paradisíaca, situada a dos pasos del infierno, cuyos moradores obvian del todo dicho horror y lo asumen solo como parte normal de la tarea dada al cabeza de familia, quien la cumple con la vocación de un entomólogo que selecciona y descarta insectos.
En dicha mansión, separada por una tapia del campo de exterminio de Auschwitz, la familia del comandante Rudolf Höss y su esposa Hedwig invierte su placentera y obscenamente rutinaria existencia disfrutando todo cuanto no pueden ni podrán hacer ya jamás quienes están a punto de ser incinerados. De ellos no se habla ni son vistos en el interior de Auschwitz (salvo por dicho jefe militar, al frente del campo, pero ello elidido en la narración), y sus presencias solo se coligen a través del sonido de fondo de la cámara de gas y los crematorios, del humo de las chimeneas, de gritos o disparos aullantes en el viento.
Película cuya trama de corte histórico dialoga a placer con el presente, contiene secuencias como la planificación, por parte de Höss y los ingenieros, de un sistema híper eficiente de exterminio ininterrumpido durante las 24 horas, que remiten, por la frialdad de su naturaleza, al actual genocidio de Israel, con el apoyo de EE.UU., contra Gaza.
La descripción cabal del modo gélido, absurdamente natural, con que proyectan el perfeccionamiento de la maquinaria de muerte –similar en su cariz robótico y sicótico al resto de los planes de esta familia nazi, representación a escala del pensamiento fascista de dominación–, es uno de los grandes aciertos de una cinta capaz de asomarse al abismo cotidiano de cómo aquellos criminales racionalizaron y «cocinaron» el asesinato en masa, y de filmarlo desde los intersticios y las zonas menos comunes transitadas por el cine del holocausto.
Gran Premio del Jurado en Cannes, el largometraje del siempre singular director británico Jonathan Glazer (Bajo la piel) alberga soluciones de estilo o narrativas, vistas a estas alturas del cine como de mayor o menor novedad pero invariablemente bien insertadas y fundamentadas a la trama –la apertura/cierre en prolongación de negro, las imágenes nocturnas de la niña rodadas con cámara térmica, el fundido en rojo–, contentivas de sus respectivas cargas semánticas, a las cuales nada puede objetarse; como sí cabe hacerlo a la coda documental, pues desentona con la lógica de planteamiento del relato.
La zona de interés (estreno nacional en mayo) también pierde unidad de sentidos y de estilo, debido a esa errada decisión narrativa postrera de desplazar el foco del hogar de la familia Höss hacia reuniones del militar con los jerarcas nazis. Esto debió estar tan en fuera de campo como el interior de la barbarie de Auschwitz, porque deforma la curva dramática mediante un apéndice disruptivo, redundante e innecesario.
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Carlos dijo:
1
13 de mayo de 2024
08:08:49
Julio Martínez Molina Respondió:
13 de mayo de 2024
18:55:46
fabriciano dijo:
2
13 de mayo de 2024
10:20:19
Julio Martínez Molina Respondió:
13 de mayo de 2024
13:08:11
Julio Martínez Molina Respondió:
13 de mayo de 2024
18:58:16
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