PALMAR, Guantánamo.–Acaso la primavera se proclamó como única estación del año en este paraje, habitado por avecillas silvestres y árboles de considerable tamaño, entre ellos las cubanísimas palmas, y unas matas de mango que dan los frutos más sabrosos del Alto Oriente cubano. Dicen que por aquí la guacaica, con ese canto que parece una carcajada, le da su toque de humor al concierto que el zorzal, la aliblanca y la cartacuba regalan.
Al pie del macizo montañoso Nipe-Sagua-Baracoa, donde esa elevación hunde su vertiente sur en el valle de Guantánamo, justo cuando el vial empieza a internarse en el lomerío, camino de Yateras, sale al encuentro Palmar, comunidad del municipio de Manuel Tames, atravesada por un riachuelo de agua cristalina.
En Palmar hay algo de café, muchas tradiciones, y una minindustria procesadora de frutas. Tiene cultivos varios y un consultorio médico; lo habita gente laboriosa: padres, madres, parientes adultos, campesinos, maestras y maestros de pequeñines que estudian en la José Lorenzo Cabrera, una de las 452 escuelas rurales que la Cuba «perseguida» ha plantado en tierras guantanameras.
A esa relevancia, algunos, por fuerza de la costumbre, la ven como elemento natural de un paisaje al que en este sitio acaba de nacerle otra maravilla: el proyecto sociocultural En busca de un sueño, de propósitos tan hermosos como espléndida es la naturaleza aquí.
EN LA PORTADA DEL SUEÑO
«Cucarachita Martina, ¡qué linda estás! (…), ¿te quieres casar conmigo?»
Quien lo ve así, expresivo, desenfadado, lo que menos sospecha es que la timidez desborda los ocho años de edad de Francer Crombet Pérez, y que aún «a veces se manifiesta algo inhibido», hasta en su aula de tercer grado.
A esa timidez se sumaban otros rasgos: «agresividad, dificultades para socializar, desconcentraciones frecuentes y aprendizaje lento», describe Cristina Borges Matos, su maestra, la misma que estuvo lejos de imaginar lo que, para suerte de Francer, anidaba en la mente de Yisel Calzado Zayú, joven instructora de arte. A ella se le ocurrió fundar En busca de un sueño, proyecto destinado «al rescate de tradiciones».
«Horneada» la iniciativa en el colectivo, «se decidió potenciar el trabajo con niñas y niños tímidos, los que afrontaran problemas de aprendizaje, trastornos del habla, u otras anomalías», refiere su creadora. Dice que, bajo ese criterio, seleccionaron a 18 integrantes, y detalla cómo vinieron después los ensayos, antes de saltar a los escenarios.
«Recuerdo que lloré en mi primera actuación», confiesa Melisa Rodríguez Rojas, la espigada y grácil cucarachita Martina, la que, según su propia familia, enmudecía fuera del entorno cercano. «Me daba pena hablar con los otros», admite la niña de diez años, que cursa el 5to. grado; «el primer día estaba muy nerviosa».
«Sin el apoyo de los docentes, familias y entidades ubicadas aquí, el proyecto no fuera lo que es», agradece Yisel –la instructora–. Se refiere a una alianza que, liderada por la propia escuela, articula en favor del proceso docente-educativo a los demás actores presentes en la comunidad: fmc, cdr, delegado del Poder Popular, instituciones sociales, entidades económicas y productivas. Es lo que el Tercer Perfeccionamiento Educacional define como trabajo en red.
La autora menciona, entre sus colaboradores, a la Brigada Artística de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (far). «nos asesora en Literatura, Música y Artes plásticas. El trabajo del proyecto también se coordina con las maestras, para darles tratamiento a los contenidos que les resultan difíciles a los integrantes del grupo».
DE LA SIEMBRA A LOS FRUTOS, ATRAPANDO SUEÑOS
«En las obras vamos a la raíz, –refiere Yisel Calzado Zayú–, incorporamos bailes campesinos, bongó, rumba, danza, ritmos africanos, platos típicos de nuestra cocina; trabajamos elementos de la historia nacional y local. Con independencia del tema, en cada salida está presente José Martí, su vida, su obra».
Con enfoque de identidad –y de manera directa o sutil–, las presentaciones reviven episodios de la historia nacional; el visitante lo vio, y pudo confirmarlo, al dialogar con una Cucarachita inclinada a la poesía y la declamación.

En la savia del hecho artístico no es raro encontrar segmentos de historia, cálculos matemáticos, textos literarios y elementos de El Mundo en que vivimos. Cantos corales, poemas, dramatizaciones, monólogos, bailes, pinturas, ejercitan el cuerpo, la memoria y el intelecto de princesas y reyecillos, niños y niñas que desde el arte «potabilizan» contenidos que se les hace difícil de asimilar en el aula.
«En busca de un sueño ya deja sus frutos», se congratula la máster en Ciencias Magdalena Romero Calzada, sicopedagoga del centro. «hoy Francer es distinto, menos agresivo, más dado a socializar, aunque todavía no haya eliminado totalmente la timidez. En los demás niños del proyecto también observamos que hay mejorías. Ahora hablan, con soltura, de contenidos que a veces no hallábamos cómo “metérselos” en las cabezas», comenta la maestra Gleidys Manet Vinent, y una sonrisa dibuja su ancha satisfacción.
Como valor agregado, el proyecto genera unidad, camaradería y solidaridad entre sus integrantes. De eso también hay consenso entre «las seños» de la escuela José Lorenzo Cabrera. «Lo más probable es que, un año atrás, ninguno de esos niños pudiera conversar con la prensa como lo hacen ahora», sostiene Gleidys Manet.
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Fuera del escenario, todavía ratoncito Pérez no es tan expresivo como en la interpretación de su personaje, pero tampoco es aquel de quien –dicen–, en el mejor de los casos respondía «sí», «no», «no sé». Según el propio Francer Crombet, En busca de un sueño lo ha puesto a soñar: «quiero ser pintor».
Dice que, una tarde de octubre, tomó lápiz y cartulina, y en la orilla del riachuelo «pinté el rostro del comandante Camilo Cienfuegos, rodeado por manos de niños y niñas echándole flores; con esa pintura gané el concurso Con la flor de tu sonrisa».
A Melisa (la cucarachita Martina) el proyecto le perfila otra vocación: la de declamadora. Le gusta recitar Mi Bandera, de Bonifacio Byrne, que defiende un símbolo de la patria (…). «con la Elegía a los zapaticos blancos, de Jesús Orta Ruiz, aprendí la tristeza de la niña Nemesia, que le mataron a la mamá y a los hermanos en Playa Girón, y también la hirieron a ella».
Crear proyectos culturales en «laboratorios locales» es quizá el mejor antídoto para este archipiélago, sometido al bombardeo constante de una poderosa agresión cultural, diseñada para el despojo de identidades nacionales. Ese potente cañón recolonizador nos apunta con sus gérmenes –a veces furtivos– de desmontaje y olvido. No lo perdamos de vista en el radar de nuestra conciencia; lo mejor es reforzar temprano el blindaje.
Una purulenta avalancha de símbolos enajenantes amenaza la espiritualidad del país, obligado a salvar primero la cultura para salvarse; la «siembra» de «anticuerpos» en toda la geografía se antoja vital. Y posible. Hay terreno fértil, semillas puras, labriegos y sembradoras como estas que, en Palmar, andan loma arriba, en busca de un sueño.
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