ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotograma de la serie

Vale todo; todas las fuentes, todos los delirios. No importa qué se cuenta, sino cómo se cuenta, hasta dejar atrás las fronteras de la imaginación, si alguna vez las hubo. No se busque nada menos, ni nada más: One Piece, la serie que de lunes a viernes, con capítulos fraccionados no se sabe por qué, abrió por algo más de dos semanas la programación vespertina juvenil de Multivisión, fue un ejercicio narrativo visual digno de encomio y una muestra de cómo aprovechar las cualidades de los mangas japoneses para refrescar los lugares comunes recurrentes en una industria cultural –la de las trans y multinacionales, claro– que se muerde la cola, tanto en la generación de contenidos como en las variaciones formales.

One Piece llegó a la pequeña pantalla cuando, en una operación conjunta, productoras de Estados Unidos, Sudáfrica y Japón se pusieron de acuerdo para probar suerte con una adaptación del manga más popular de las últimas dos décadas. Echaron mano a un experimentado desarrollador de contenidos de la factoría Marvel, Matt Owens, involucrado en la serie de los agentes S.H.I.E.L.D; pero apostaron por un cuarteto de realizadores capaces de dar alto vuelo a la propuesta escrita: Marc Jobst, Tim Southam, Emma Sullivan y Josef Kubota Wladyka.

Para que se tenga una idea de lo que representó reunir talentos diferentes, sépase de Jobst, nacido en Zimbabue, se dedicó antes del cine a espectáculos acrobáticos itinerantes sumamente demandados a lo largo de Inglaterra; y de Southam, director canadiense que se dio a conocer con una magnífica película sobre el compositor francés Erik Satie, y formó muchos años después parte del equipo de Motel Bates, la precuela de Psycho, transmitida por nuestra televisión.

Detrás de cada propuesta debía contarse con un muy profesional conocimiento de las posibilidades tecnológicas en las áreas de efectos especiales y composición visual. Porque usted puede tener los recursos informáticos más avanzados, pero si no es capaz de utilizarlos en función de objetivos artísticos, quedará en mero alarde.

Secuencias como las del pirata payaso seccionado una y otra vez, o como las del enfrentamiento entre la marina y la tropa de Luffy desbordan ingenio, así nos parezcan materiales salidos de Piratas del Caribe o de cualesquiera de las películas de aventuras que han abonado el camino para llegar a One Piece.

Más démosle el crédito a quien lo merece. One Piece existe porque existe un artista llamado Eiichiro Oda, nacido el primer día de 1975 en la prefectura de Kumamoto. Oda comenzó su carrera imitando los cómics estadounidenses de vaqueros hasta que encontró su propio lenguaje, apegado a las normas del diseño japonés. En esa búsqueda, dibujó a un jovencito que soñaba con ser pirata, no para dañar a otros, sino por el mero placer de lanzarse a ignotos parajes. Vio la vida Monkey D. Luffy y vio la luz en 1997 One Piece, el manga más vendido en la historia de Japón, con 416 millones de copias hasta el año pasado.

Los realizadores consultaron con Oda detalles para la puesta en pantalla. Como quiera que en este 2023 la serie fue un éxito, ya se habla de repetir la experiencia. Mientras no perviertan la ingenuidad y la ilimitada visualidad del original por tal de exprimir el bolsillo.

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jorgess dijo:

1

31 de octubre de 2023

11:47:01


Saludos. Fue un buen proyecto televisivo. Y resaltar aparte, que por primera vez Netflix hiló una adaptación de este tipo que tuvo (al fin) una gran aceptación, después de tantos "fracasos" sonados. Esos antecedentes le sumaron incertidumbre y duda a esta producción.