ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Eliades Ochoa en Rudolstadt Festival. Foto: Tomada de la página de Facebook del evento

He querido que pase un tiempo razonable para no dejarme llevar por la emoción, muchas veces culpable de valoraciones apresuradas.

Ya hace cuatro semanas que concluyó en Alemania un evento singular: Rudolstadt Festival.

Confieso que no solo era la primera vez que oía hablar de ese festival, sino incluso de la propia ciudad en la que se celebra. De modo que me sorprendió muchísimo cuando me invitaron a participar en un simposio alrededor de la actualidad de la música cubana. Participarían también el maestro Olavo Allen, la musicóloga Cary Diez y el empresario Antonio Martínez (además de un buen número de periodistas, académicos y promotores musicales europeos).

Se trataba de algo muy particular. Aquel pueblo lleno de huellas culturales de otros siglos y estilos sería la sede de un festival en que la música cubana tendría el protagonismo absoluto.

Desde dentro y desde fuera de Cuba, llegarían los performers: Van Van, Cimafunk, Eliades Ochoa, Los Muñequitos de Matanzas, Telmary, Tony Ávila, Yarima Blanco y Gema 4. Como se ve, un verdadero mosaico de tradiciones y modernidades. Un fresco increíble de las rutas por donde avanza nuestra música.

II

Que la magia de la percusión y los bailes de Los Muñequitos elevaran con mucho la temperatura era esperable. No se choca todos los días con algo así en la vieja (ni en la nueva) Europa. Que Van Van pusiera a bailar al más pinto de la paloma, también. Que el solo nombre de Eliades fuera santo y seña para una convocatoria formidable, y que la gente quisiera salir de Alto Cedro para Marcané, y se preocupara por el quemante cuarto de Tula, obvio. Que el fenómeno Cimafunk pusiera aquello al borde de la locura, y nadie quisiera irse a casa, ¡claro!

Pero que no cupiera un alma más en ninguna de las presentaciones de artistas con textos intencionados (no entendidos, seguramente), como Telmary y Tony Ávila, con sus raíces cubanísimas y sus «voces de persona», como diría Bola de Nieve… ni en la de Yarima Blanco, con su son tradicional de nueva estirpe, y en las de las exquisitas voces de Gema 4, fue algo que me conmovió profundamente.

III

No eran cubanos, no eran latinoamericanos o tal vez africanos los que llenaban todos los espacios, los que gritaban, pedían uno, dos, tres bises a los artistas. No. Eran, sobre todo, alemanes de distintas regiones, todas muy distantes de esa música. Tal vez muchos la descubrieron allí mismo.

La reflexión no se hace esperar. ¿Qué pasaría si esa música estuviera cercana del poder de los medios que crean, recrean, venden e imponen los modelos a seguir? ¡Qué lástima!

De eso hablábamos en el simposio, en el que abundaron los descubrimientos.

¿Cuánto habrá que andar cuesta arriba?

Por lo pronto, es de agradecer el gesto que significó ese evento, la presencia de esos artistas verdaderos, y el apoyo de instituciones como el Instituto Cubano de la Música y la agencia Endirecto.

¿Y si pudiéramos traer esos públicos a la tierra donde nace y fructifica esa música?

Los que promueven el turismo, los artistas e instituciones que hacemos eventos en Cuba (entiéndase Cubadisco, Jazz Plaza, Havana World Music, Festival de la Salsa…) y los que «mueven» las noches de nuestras ciudades, no podemos obviar que nos toca una parte de ese desafío.

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