ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fotograma de la película. Foto: Granma

Al comienzo de Más allá de las colinas (Cristian Mungiu, 2012), el personaje de Alina regresa a Rumania, para reencontrarse con su amiga Voichita, luego de una estancia sin mucho éxito en Alemania, el sueño dorado de los emigrantes de esa nación este europea. Al inicio de R.M.N., Matías, el personaje central, también debe retornar de territorio germano, donde, como inmigrante, laboraba en un matadero en el cual lo humillaban. Tema presente de manera central o tangencial en el cine de Mungiu desde Occidente (2002) –apreciado, además, en Los exámenes (2016), a través del padre que desea enviar a estudiar a su hija a Inglaterra–, sin embargo, hasta hoy este peso pesado del cine rumano no lo había abordado de manera tan frontal y con las connotaciones de R.M.N., estreno en salas cubanas esta semana.

Al regresar a su pobre pueblo de Transilvania, donde conviven rumanos, húngaros y alemanes, Matías percibe el trauma social suscitado en la comunidad tras la contratación de tres obreros de Sri Lanka en una panadería. Estos trabajan bien por su jornal y no molestan a nadie, pero su inserción provoca gran malestar a varios lugareños, convertidos en fiera jauría de fauces abiertas, cuya catarsis grupal remite a notables cintas de Lang, Penn y Saura.

Ciudadanos de tercera –como lo son los rumanos en Alemania, cual equipara Mungiu–, estos asiáticos y cuanto les sucede grafican la intolerancia, incomprensión y rechazo al inmigrante dentro de la Europa del odio, derivado ello en gran parte de la soberbia xenófoba, atizada por los discursos racistas de la extrema derecha.

El asunto de los srilankeses es sometido a discusión colectiva en asamblea vecinal, filmada en un extenso plano-secuencia de 17 minutos que ha maravillado a la crítica del planeta. Sin disentir de su pericia, tampoco debe olvidarse que desde el surgimiento del Nuevo Cine Rumano esta ha sido una apelación formal harto recurrente allí, y del propio Mungiu en 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), película configurada, en gran medida, por planos-secuencias, estáticos en interiores y móviles en exteriores.

Más que por dicho paréntesis, R.M.N. trasciende a causa de su radical y precisa disección de la sique de un continente enquistado en el miedo/desprecio al otro, reacio a la alteridad, con la vocación solidaria en horas bajas, algo expuesto de forma encomiable aquí.

Crudísimo, visceral como siempre lo ha sido, Mungiu es directo desde el mismo título. R.M.N. es el acrónimo de Resonancia Magnética Nuclear, técnica de diagnóstico por imagen practicada al padre de Matías. Y justo una resonancia al pecho, la bilis y el hígado de un escenario enfermo de inhumanidad es lo registrado  –de manera ejemplar, mediante la maestría artística que le caracteriza–, por el director, en esta magnífica muestra de cine social, librada de didactismo y moralina, pero cargada de juicios.

R.M.N. cala, llama a la reflexión e imanta, al examinar críticamente conflictos extraídos de la vida real, a los cuales sigue con detalle del ambiente y de los dilemas de un quebrado mosaico humano.

Laureado en Cannes tres veces desde su Palma de Oro por 4 meses, 3 semanas, 2 días, Mungiu continúa contribuyendo al empine cualitativo del cine rumano mediante un puñado de cintas de gran valor, conectadas a la realidad, las cuales recomendamos.

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