ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Los monstruos de la Universal. Foto: tomada de www.cinepremiere.com.mx

Con antecedentes, y visibles deudas morfológicas, en el cine expresionista alemán y las criaturas concebidas para esa corriente por autores como Robert Wiene (El gabinete del doctor Caligari, 1920) O F.W. Murnau (Nosferatus, 1922), entre otros, el género de terror en Estados Unidos vislumbraría una eclosión, gracias a la compañía Universal, durante el lapso fijado entre 1925 y 1956, con su edad de oro a lo largo de la década de los ´30.

En medio de una nación ávida de olvidarse en la sala oscura de las angustias de la Gran Depresión (la díada crisis-evasión, consustancial a la historia del Séptimo Arte), la Universal capitalizó el adverso clima, cuando en los años 30 su cine de terror halló fértil pasto receptivo. Fue un punto de inflexión para el sello que, pese a invertir poco en filmes de medido presupuesto hizo millones.

Si bien otros estudios (RKO, Paramount, United Artists, Metro Goldwyn Mayer) produjeron exponentes del género a través del referido decenio dorado, ninguno como la Universal con la capacidad de configurar ese inmarcesible cuerpo de monstruos clásicos, anclado a un precedente literario, al que una y otra vez vuelven las miradas las viejas y las nuevas generaciones de cinéfilos.

En tal sentido, es muy pertinente el ciclo que, bajo la denominación Los monstruos de la Universal en Alta definición (HD), la Cinemateca de Cuba propone a los espectadores durante toda esta primera quincena del veraniego julio.

La muestra incluye –no podría faltar jamás– el seminal Frankenstein, dirigido por el británico James Whale en 1931. Una película eterna, inspirada en la obra literaria de Mary Shelley, con varias versiones nuevas, como la mayoría del panteón de la Universal.

En su repaso a la etapa, el ciclo contempla las proyecciones de otras obras, de calidades divergentes pero esenciales todas, estrenadas en la inolvidable década, a la manera de Drácula, La momia, El hombre invisible y King Kong. No obstante, en propiedad, este último clásico de 1933, de los realizadores Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, fue realizado por los estudios rko.   

Mediante King Kong se opera un desplazamiento de los ambientes definidos por el género. Lejos de tenebrosos castillos góticos, laboratorios de cadáveres cosidos y páramos tan propensos para ataques licántropos de plenilunio, el simio más romántico de la historia del cine alcanza el corazón de Manhattan, con sus torres.

Estas películas moldearon las reglas básicas del cine-espectáculo y una de sus premisas: el empleo de la tecnología y los efectos visuales, en tanto elemento inherente de apoyo a los relatos; 90 años después,  a algunos les pueden parecer risibles, pero en su época representaron saltos en la técnica e inventiva fílmicas.

Esas cintas anticiparon el concepto de franquicia –tan en boga hoy en la pantalla de acción y superhéroes–, los universos interconectados y los matrimonios genéricos como terror/comedia.

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