ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fotograma de la miniserie. Foto: Fotograma de la miniserie

No debe tomarse al pie de la letra la pretensión historicista de La ley de Lidia Poët, miniserie italiana transmitida en horario nocturno por Multivisión. Haberse apropiado de un nombre y existencia reales funcionó en el país de origen como anzuelo para el enganche de una audiencia ávida de consumir en la pantalla intrigas detectivescas plausibles, y a la que de paso se invita a sondear en una figura que merece reconocimiento por lo que representó en la batalla por la igualdad de la mujer.

La verdadera Lidia Poët (1855–1949) tuvo que luchar contra los vientos machistas y las mareas del conservadurismo para ejercer, con plenas facultades, la abogacía. Nacida en el seno de una familia burguesa. –De las que en el Piamonte de la segunda mitad del siglo xix podía darse el lujo de enviarla a una escuela de señoritas–, no se acomodó a la idea de dedicarse a la enseñanza de idiomas y ser una buena esposa: fue por más al matricular en la Escuela de Derecho de la Universidad de Turín, y graduarse en 1881 con una tesis escandalosa para la época, sobre la condición de la mujer en la sociedad y el derecho al voto femenino.

Contrario a lo que muestra la pantalla, su hermano Enrico estimuló el ingreso de Lidia al Colegio de Abogados, hecho que originó un terremoto a lo interno del gremio, pues no se concebía una mujer con semejante reconocimiento. Hubo incluso tres miembros de la directiva que renunciaron tan solo conocer que la solicitud iba a ser analizada.

La admisión, no obstante, poco sirvió en términos prácticos. La Fiscalía turinesa interpuso en 1883 un recurso que prohibió el desempeño profesional de Lidia, que tuvo que trabajar como auxiliar en el bufete de su hermano. Ello no impidió que dejase de luchar: se implicó en la defensa de menores de edad, mujeres violentadas e inmigrantes maltratados, y participó en la fundación del Consejo Nacional de Mujeres Italianas en 1903, organización que llevó a un nivel más elevado la batalla por la igualdad de género, y consiguió que se promulgase en 1919 la ley que permitió a las mujeres ocupar cargos públicos.

A los 65 años de edad, Lidia fue readmitida por el Colegio de Abogados, y pudo al fin presentarse en tribunales. Su compromiso feminista permaneció incólume; en 1922 presidió en Turín el comité promotor del derecho al voto.

La Poët de la pequeña pantalla –una Matilda de Angelis muy completa– es más detective que jurista. En los seis episodios deshace entuertos que prueban la inocencia de presuntos culpables, y entrega a la justicia a los autores de los crímenes. Al telespectador casi siempre se le facilita el seguimiento de las pesquisas de la abogada, aunque a decir verdad, la densidad del sexto capítulo, en el que media el interés de los guionistas Guido Iuculano y Davide Orsini por absolutizar la descalificación del movimiento anarquista, entorpece la narrativa.

La protagonista se roba el espectáculo no solo por su sentido justiciero y olfato policial –viene como una versión mucho más madura que la publicitada Enola Holmes–, sino por anticipar la libertad espiritual en el plano de los sentimientos humanos, vórtice de un triángulo amoroso que se presenta entre lo mejor de la miniserie.

A la puesta en escena de Matteo Rovere y Letizia Lamartire le favorece el reflejo de la atmósfera finisecular piamontesa, rigurosamente reconstruida, sobre la cual se mueven personajes tópicos que funcionan a la medida del argumento, incluso en aquellos giros en los cuales un finísimo humor matiza la carga dramática.

De momento no hay segunda temporada, aunque estoy seguro que el filón de la Poët da para muchísimo más.

      

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