
Una cosa son las series juveniles y otra aquellas protagonizadas por jóvenes y adolescentes que interesan a los mayores y lanzan llamados de atención acerca de problemas candentes de la sociedad. Como los casos de Blanco y negro, no, de Charlie Medina, con mucho que contar todavía a casi tres décadas; Mucho ruido, de Mariela López; y Doble juego, de Rudy Mora, realizador innovador y de planteos profundos. Las palmas de la sistematicidad y la seriedad se las sigue llevando el espacio Una calle y mil caminos, bajo la responsabilidad de Magda González Grau, que privilegia las entregas unitarias, y no las series, tema que nos ocupa.
De España, Merlí, emitida no mucho tiempo atrás por la tv Cubana, marcó la diferencia entre los materiales a mano en nuestra época, cuando predomina la producción estadounidense, que se asoma a los desafíos existenciales de la primera juventud, sin meterse a fondo con las aristas estructurales de los problemas y a veces con abundantes dosis de melodramática complacencia. Al parecer, esos son los límites impuestos para la venta de contenidos del segmento de mercado destinado a los teenagers.
Recién nos llegó la pasada semana otra producción española que merece mirarse con pinzas: La edad de la ira, precedida por el éxito del original literario, novela homónima del dramaturgo y narrador Nando López, finalista del Premio Nadal en 2010.
Versionada por Juanma Ruiz Córdoba y Lucía Carballal, y dirigida por Jesús Rodrigo en 2022, por encargo de las productoras Atresmedia y Big Bang, gira en torno a un joven que asesina a su padre, aunque esto se ponga en duda a cierta altura del desarrollo argumental. Pero ese no es el problema principal; tácitamente se da por sentado el homicidio.
La cuestión radica en develar los móviles y el contexto que van desde la asfixiante atmósfera en el seno familiar –un padre troglodita, homofóbico; una madre que muere accidentalmente, como quien escapa; y un hermano modelo, aunque frágil y roto por la toxicidad del ámbito doméstico–, hasta la disfuncionalidad de ciertos eslabones de un sistema educativo que se debate entre la puesta al día y las posiciones conservadoras que se resisten a todo cambio, pasando por el descubrimiento de la orientación sexual.
La puesta en pantalla se condensa en cuatro capítulos, en una especie de solución rashomónica –contraste entre los puntos de vista de los protagonistas, llevado con mano maestra por el narrador japonés Ryunosuke Akutagawa y el genial cineasta Akira Kurosawa en el filme Rashomon–, que no llega a cuajar totalmente debido a reiteraciones innecesarias y el tono ampuloso del primer episodio.
Por otra parte, la crudeza expositiva se diluye en la recta final, plagada de un lirismo forzado, como para suavizar el tono, el cual atenta contra la imagen contundente que hasta el momento iban dejando la actriz Amaia Aberasturi (Sandra) y los actores Manu Ríos (Marcos) y Daniel Ibáñez (Raúl).










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