ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Archivo de Granma

El efecto es el mismo si leemos o si nos hablan de ella. Una idea aletea en la razón:  Haydee es un nombre sagrado, de los más íntegros que protagonizan nuestra historia. Hay que pronunciarlo despacio, porque entraña respeto, no el respeto natural al que cada ser humano tiene derecho, sino aquel aprecio mayor que se experimenta ante quien, sin pretenderlo, sin buscar para sí glorias ni esmaltes, ha sido incuestionablemente grande.

Hay quienes saben de ella, la estudian, se interesan por todo material audiovisual que la aborde, se acercan a los libros –de excelente factura el de 600 páginas, Haydee Santamaría. Hay que defender la vida, que acaba de ver la luz con sello de Casa de las Américas y Ocean Sur, como parte de las acciones para homenajearla en el centenario de su natalicio– y encuentran en su personalidad el modelo de revolucionaria que supo sobreponerse a la adversidad y a la magulladura incurable del dolor y del espasmo, y continuar sonriéndole a la existencia. 

Otros podrían decir apenas que fue una de las heroínas del Moncada, la hermana de Abel, el segundo jefe del movimiento 26 de Julio, al que en aquel asalto hacia la libertad le destrozaron el rostro para después mostrarle un ojo humano ensangrentado y pedirle que hablara, o a su hermano le arrancarían el otro. Sabrán seguramente de la respuesta enérgica que diera Haydee ante el crimen que le mostraban, y que después de que la quemaran con colillas a ella y a su amiga Melba Hernández, le dirigirían aquellas infamantes palabras: «Ya no tienes novio porque te lo hemos matado también» y a las que respondería: «Él no está muerto porque morir por la patria es vivir».  Sabrán que fundó, por solicitud de Fidel, la Casa de las Américas, tal vez sin que se tenga todo el conocimiento de lo que esto significó. Pero hasta aquí podrían dar fe de ella.

Otros nada saben. Hay quienes van por el mundo desentendidos de los que renuncian a labrar un futuro en beneficio propio y, desconociendo la consagración ajena, creen merecerlo todo. Personalidades como Haydee, profundamente martianas –no porque hayan leído la obra del Maestro, o porque puedan citar alguno de sus pensamientos, sino por sentir y actuar de acuerdo a sus preceptos–  no solo deben conocerse a fondo, sino que deben iluminar las conductas, tantas veces disminuidas.

Haydee impresionaba. Los que tuvieron la dicha de tenerla cerca no pudieron nunca mirarla sin estremecerse y costaba creer, como algunos han dicho, que después de haberle visto el rostro al horror, hubiera podido continuar adelante, sin dejarse arrastrar por la congoja, aunque no la abandonara, erigiendo e integrando la cultura, batallando por instaurarla en el alma colectiva.

La pluma de figuras descollantes de la política y el arte han hallado el modo de describir la significación de esta mujer en el tiempo en que le tocó vivir. Desde el momento en que conoce a Fidel, escribe Roberto Fernández Retamar, «los momentos más altos de la vida de Haydee ya no pertenecerán solo a su biografía: pertenecerán a la historia de Cuba». Y asegura respecto a los sucesos del Moncada que «aquellos días dantescos» Haydee los vivirá eternamente. «Cuando, ahilando la voz, habla de ellos, parece que se la ve descender por húmedas escaleras oscuras, manchadas de sangre, entre ayes y sombras y los que Martí llamó “cadáveres amados”». 

Conmovedor resulta volver a aquellas palabras de Armando Hart Dávalos, su compañero en la vida y padre de sus hijos, que enviara a Vilma Espín en 2002, cuando los restos mortales de Haydee serían trasladados al Segundo Frente Oriental Frank País. «Fuimos prácticamente la misma persona, y trabajamos en común sin una diferencia política ni revolucionaria. Fue la mitad de mí mismo y yo lo fui de ella; lo llevo con honra y recuerdo imperecedero».

De una belleza estremecedora resulta la especial alusión que a ella hiciera el poeta brasileño Thiago de Mello, a cargo de la apertura del Premio Casa 1985: «Ella estaba aquí la última vez que llegué, en el año 77, a esta patria de José Martí. Ahora no recorre más, con sus pasos de pájaro alegre, los caminos que ayudó a construir con la llama de sus ojos y el fuego de su sueño. Alma de esta Casa, bandera de su pueblo, su obra y su vida perduran y permanece intacta su luminosa esperanza». 

Revisitar –o descubrir si se ignorara– la talla de esta cubana hecha de estrella es el mejor homenaje que se le puede ofrendar en el centenario de su eterna vida. Amante de los girasoles y de las esencias martianas, no decepcionó jamás a Fidel ni en los primeros ni en ninguno de los días de su fecunda existencia. Es falta grande desconocerla y hasta dejar de mirar su ejemplo cuando flaquean las fuerzas. En su sencilla inmensidad, Haydee habita su Casa continental y su patria, que fue su destino. Y nos habita.

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Lidia Julia Espinosa Harding dijo:

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30 de diciembre de 2022

18:05:56


Cubana de verdad. Mujer de estirpe manbisa. Ejemplo a seguir. Nos enseñó a luchar por nuestros sueños.