ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Si de originalidad se trata, las palmas se las llevan los casos y cosas de la francesa Dominique. Foto: Tomada de Facebook

Pocas veces una telenovela cumple desde el título con el alcance que se propuso: lejos de toda pretensión totalizadora y sociologizante como si Cuba entera pudiera explicarse en unas cuantas decenas de capítulos de ficción dramatizada, lejos de situaciones extremas y estridentes, lejos de aleccionadoras conclusiones –aun cuando al final hubo que atar cabos sueltos–; y a la vez cerca de sensibilidades familiares, de fórmulas sin las cuales el fenómeno telenovelero no existiría.

A la telenovela cubana, con razones o sin ellas, se le exige demasiado. Que sea realista y utópica; que cada nueva entrega supere a la anterior; que incite a la reflexión y propicie eso que llaman desconectar; que se parezca y no se parezca a la vida. (Cuando se parecen, asoman fundamentalismos moralizantes como los que alborotaron las redes sociales con el beso homoerótico entre dos personajes femeninos).

Por cierto, al crítico le exigen que sea laudatorio o implacable, que mida con el mismo rasero producciones foráneas y domésticas sin tener en cuenta textos y contextos, que sus opiniones confirmen la recepción que cada espectador hizo del producto, con lo que se niega, de plano, el diálogo entre pareceres y la confrontación equilibrada de valores.

La promoción inicial de Tan lejos y tan cerca cayó en una trampa. No era la telenovela de la covid, sino un retrato de personas y familias en tiempos de pandemia. El aislamiento social, el confinamiento y las consecuencias de la enfermedad ciertamente condicionaron algunos desarrollos argumentales, pero los conflictos principales, de naturaleza muy humana y sobre los cuales gravitan coordenadas económicas y sociales propias de nuestra realidad, hubieran saltado a un primer plano con o sin pandemia. Porque las relaciones entre padres e hijos, los vacíos en los vínculos sentimentales, los inapagables deseos en la tercera edad, las frustraciones y hallazgos de proyectos de vida en la Cuba de hoy, abordados desde la sinceridad y la transparencia, son temas recurrentes de la cotidianidad.

Considerada esta perspectiva, diseñada con acierto en principio por los guionistas Alberto Luberta Martínez y Lil Romero, los tiempos de la ficción televisual conspiraron para que esos conflictos maduraran, sobre todo el que involucró a Yaquelín, la delegada, y su dilema entre la fidelidad y la entrega sentimental.

Esa misma completa madurez deseada en aras de poner cada giro en su lugar, trajo consigo la excesiva dilación de una de las más atractivas y chispeantes situaciones, la de la pareja de Susana (Leidis Díaz) y Orlandito (Delvys Fernández), polos opuestos que al final se reconcilian entre el atrevimiento y el conservadurismo erótico.

Si de originalidad se trata, las palmas se las llevan los casos y cosas de la francesa Dominique, extranjera varada en la Isla y cuyo proceso de aplatanamiento dio mucho de qué hablar entre los personajes y la audiencia. A Doris Gutiérrez la hemos seguido en las tablas donde ha dado pruebas suficientes de una capacidad histriónica envidiable, al fin aprovechada por la televisión.

Y si de originalidad por explotar en una posible y necesaria entrega se trata, cabría llamar la atención acerca de cuántas Yohankas (una muy convincente Yaité Ruiz) podrían dar pie a ficciones que mucho tienen que ver en un pueblo donde el deporte es parte inalienable de su cultura. 

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Mariem dijo:

1

23 de agosto de 2022

11:11:31


Mis felicitaciones para el equipo de realización y de actuación. En mi opinión, la novela cumplió muy bien el objetivo de entretener y reflejar una parte de la realidad cubana, por demás, imposible de abarcar en todos sus matices y dilemas en ninguna obra audiovisual. Ésta la disfruté mucho. Gracias.

Raquel Moultan Meriño dijo:

2

24 de agosto de 2022

09:07:26


Me gusto mucho la novela fenomenal